6 (2ª parte)
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En efecto, una misma confusión se perpetúa a través de todas las transformaciones que suponen las “renovaciones” puramente doctrinales de la psicología: la confusión entre la idea de que “solo hay ciencia de lo general” y la idea de que, para hacer de la psicología una ciencia, es preciso, por tanto, mantenerse en el terreno de las generalidades. O de otro modo, si se quiere: la confusión entre la idea que en psicología hay que sobrepasar lo contingente, lo particular, el carácter descriptivo de las observaciones personales, y la idea de que, para hacerlo, hay que evitar lo particular, lo contingente, el albedrío individual.
Porque si Ud. sustrae a la psicología lo particular, lo contingente, lo imprevisible del individuo, ¿qué queda? Todo, salvo aquello que nos hace sentir la necesidad de hacer psicología.
Antes del comienzo del siglo XIX, ser psicólogo siempre había consistido en captar más aún en el detalle, en ser sensible a más cosas, en apreciar particularidades que eran tanto más ricas en matices en cuanto que, precisamente, eran más particulares, y poderlo explicar. En resumen, en psicología siempre ha sido el fondo lo que ha primado. Todas las discusiones que conciernen a la forma: asociacionismo o gestaltismo; atomismo o totalitarismo; intuición o comportamiento, etc… sólo pueden justificarse sobre la base de una psicología práctica, es decir de un cierto número de observaciones interesantes en sí mismas. Así en Freud, por ejemplo, las consideraciones teóricas se refieren a algo que ya ha sido descubierto. Intentan sistematizar datos existentes. Es por lo que las rectificaciones de la teoría, en Freud, jamás conllevan la ruina de todo el edificio. En la psicología académica, por contra, siempre se supone que de la renovación de los postulados teóricos puede surgir una nueva visión de la realidad. Ahora bien, precisamente este camino es posible por doquier salvo, posiblemente, en psicología, porque la psicología solo puede definirse como la primacía absoluta del contenido. No es una axiomática.
Los verdaderos psicólogos, aquellos de quienes se puede decir que la lectura de sus libros refresca nuestra visión del hombre, son ante todo mentes sensibles a la infinita variedad de contenidos. Junto a ello siempre hubo, también, visiones filosóficas de la psicología humana, como en Platón o en Spinoza. Lo cual es diferente del todo. En efecto, este aspecto de la filosofía no aspiraba a aportar un nuevo material al conocimiento psicológico del hombre (ahora bien, en esto consiste hacer psicología: tan solo aportar un nuevo material).
La psicología académica no realiza ni lo uno ni lo otro. Ni tiene la destreza de hacerse con un nuevo material (lo que era la vía clásica de los moralistas), ni la audacia especulativa de las psicologías filosóficas. Precisamente ahí radica la confusión primordial de la que hablaba. La psicología quiso desgajarse de la filosofía para llegar a ser una disciplina autónoma; dejó pues de ser especulativa, con mucha razón, porque una psicología especulativa sólo se concibe en el seno de una filosofía. Pero, aun desgajándose de la filosofía, trató de conservar los caracteres generales del pensamiento filosófico, a residir en el terreno de lo general relegando lo particular (que es la única realidad en psicología) al rango de “ejemplo”. Ahora bien, esta ciencia imposible, esta ambición contradictoria envenenan la literatura psicológica, desde Maine de Biran, y sobre todo desde Bergson, hasta nuestros días. Gozar de la totalidad filosófica, escapar como ella a la contingencia, al hecho, sin ser acusado por ello de ser un mero teórico. Hablar del concreto, analizar ejemplos, “describir” fenomenológicamente —sin tampoco lanzarse al océano infinito de los detalles particulares y la fatigosa variabilidad de la vida. En resumen, no ser ni Spinoza ni Montaigne, sino oscilar entre la generalidad huera y la banalidad en el detalle, no puede dar como resultado, como hemos visto, más que una persistente y notoria esterilidad.
Todo comenzó, tal vez, con una interpretación abusiva del Tratado de las Pasiones.
El dogmatismo contemporáneo consiste en “sacralizar” todo lo que es “filosófico”, habitualmente se enseña que este libro abrió una nueva vía al conocimiento del hombre colocando la psicología por encima de la reflexión moral empírica, la que se refiere a los casos particulares (Montaigne, por ejemplo). Significa no saber leer, ya que el propio Descartes indicó expresamente lo contrario. Su “moral” (pues sabemos que en el siglo XVII el estudio psicológico de la persona constituye siempre la introducción a una sabiduría) no tiene nada que ver con la de Spinoza o la de Malebranche, autores que creen poder deducir la moral (incluyendo la psicología) de la metafísica y concluir, en este ámbito, en una absoluta certeza intelectual (certeza… metafísica, por supuesto).
El Tratado de las Pasiones, más modesto, precisamente está dedicado a demostrar la inconsistencia de esa aspiración. Descartes considera lo vivido, y las constataciones extraídas de la experiencia de lo vivido, como las únicas autoridades en la materia. Afirma que nin-guna certeza teórica es alcanzable en psicología, por la razón de que es imposible prever la infinidad de circunstancias de la vida, ante las cuales es solo posible decidir realmente. Asimismo, Descartes sólo propone el Tratado como un cuerpo de principios demasiado generales para tener, en lo concreto, algo más que un valor indicativo. Y estos principios generales, muy alejados de sustituir la perspicacia psicológica en los detalles de la existencia, y de la reflexión moral sobre lo vivido al modo de Montaigne, son, por contra, inútiles en sí sin ellos. Como Descartes repite en numerosos textos: la “moral” no es una ciencia ni puede serlo, ni en el rigor (según el modelo matemático) ni tampoco en el plano empírico[6.10].
Lo cual no impide a los filósofos dar al Tratado de las Pasiones un significado opuesto a las intenciones de Descartes. ¡Reflexionen, pues! ¡Se es por definición más inteligente que Montaigne! De este modo se continúa pontificando que Descartes nos ha librado definitivamente del tipo de pensamiento de los moralistas, que son tan solo vulgares soldados rasos; que instauró la idea de una psicología verdadera y exhaustiva en el ámbito puramen-te conceptual (cuando dice que es imposible), permaneciendo a la vez (¡Oh milagro!) tan sutil, o más, en el detalle, que Montaigne y Pascal (ahora bien, él afirma no pretender ni poder adentrarse en ese terreno). Asimismo, los exégetas recurren, para justificar este último punto, a interpretaciones románticas de la “admiración” o de la “generosidad”, atribuyendo a estas palabras significados que no están en el texto y que surgen de la pura literatura. Proceso frecuente en filosofía: a la vez que se aspira a sobrepasar a Montaigne, se practica infra—Montaigne.
A esta interpretación abusiva del Tratado de las Pasiones han venido a sumarse, para aportar tranquilidad de conciencia a los filósofos ante los “moralistas”, la influencia de Hegel y Marx (también vulgarizados y deformados hasta el exceso en este asunto, en mi opinión) y finalmente la influencia de la fenomenología de Husserl, con su famosa crítica al “psicologismo”. Gracias a lo cual l’esprit de finesse se abandona de manera definitiva en manos de las femmes du monde [6.11] y, en nuestros días, no hay campesino, venido andando desde la Selva Negra [6.12] para balbucear acerca del Dasein, que no le declare con un mohín de desdén que “la psicología no le interesa”. —Cosa extraña porque Husserl, con su crítica al psicologismo, quiso oponerse a la explicación psicológica del origen de los conceptos lógicos. Quiso preservar la autonomía de la lógica. Pero al decir que no había que hacer psicología en la lógica, ¡no dijo que no hiciera falta hacer psicología en la psicología!
Así que no se hace psicología por ningún lado. A la psicología clásica, funcional y abstracta, que Politzer tan bien desmontó en su genial y nunca refutada Crítica de los Fundamentos de La Psicología, le ha sucedido una psicología de las “estructuras” igualmente abstracta y simple.
La “estructura” ha devenido la unidad de léxico, la “razón ultima” de la filosofía y de la psicología contemporáneas. Es una entidad dotada de una virtualidad, como las “virtudes”, las “entelequias” escolásticas. Ud. define, por ejemplo, “la visión trágica” [6.13] con la ayuda de algunos rasgos que arbitrariamente escoge; determina que es una estructura: la “estructura trágica”. Tras crear este ente de razón, explica que tales y tales fenómenos son trágicos… porque en ellos se da la estructura trágica. Es la vuelta pura y simple a la explicación por la “virtud latente”:
Quia est in ea strucrura tragica,
Cujus est potentia tragicum creare [6.14]
Es deseable, naturalmente, según el buen canon filosófico, el reforzar la argumentación sembrándola de comentarios piadosos o impacientes de cara a aquellos —objetores pasados, presentes y futuros— que no tienen “ningún sentido de la estructura trágica”.
Por volver a cosas serias, una psicología es una psicología del caso particular y del detalle, de otro modo no es por completo una psicología. La idea de Descartes, retomada invariablemente desde entonces en un nivel infinitamente inferior, de comenzar por una psicología general porque el detalle de los casos particulares es imposible de prever y no puede dar lugar más que a observaciones y a generalizaciones arbitrarias, solo puede llevar a un callejón sin salida. Sería igual que renunciar a hacer física invocando la desalentadora riqueza y el dinamismo de las cosas externas. Al igual que en la física, Descartes, en la psicología, no pudo deducir ningún caso particular verdadero de sus principios generales. Ahora bien, lo particular es la propia pieza de la psicología.
Reprochar, en consecuencia, al moralista por no dejar de ir de lo particular a lo general y a la inversa, sin asentarse nunca de manera franca ni en lo uno ni en lo otro, es de hecho negar la existencia de una forma de pensamiento esencial en toda comprensión psicológica que representa, si no la conclusión, al menos, la condición y, por así decirlo, la materia prima. Sin ella, no habría ni arte, ni tampoco, en un periplo personal, adquisición de una “experiencia”. La propia filosofía depende de esta forma de pensamiento, pero la diferencia es que se limita a exponer el resultado general al que llega, sin mostrar antes, como hace el moralista, el particular del que surge. El filósofo, él también, considera a la vez lo particular y lo universal, pero formulando todo en el lenguaje de lo universal. Un universal que, sin embargo, no es discernible sino por quienes están al tanto del particular del que surgió, porque todo sistema filosófico es, ante todo, un sistema de sugerencias, y pierde todo significado desde el momento en el que estas sugerencias no se comprenden, es decir desde el momento en el que no quedan lectores capaces de captar tras el lenguaje de la universalidad, la particularidad de la que realmente se trata (polémicas del momento, tradición filosófica determinada, estado de las ciencias, vocabulario, etc…).
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PS del 30ENE2024
Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856.
Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.
En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.
En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.
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[6.10] Véase el único historiador de Descartes riguroso al respecto: Martial Guéroult; Descartes según las leyes de la Razón, II (El alma y el cuerpo), cap. XXI y XX con todas las referencias y textos relativos.
“Quienes, sin preocuparse mucho por el orden y la concatenación de mis razonamientos se diviertan criticando cada una de las partes […], esos, digo, no sacarán mucho provecho de la lectura de este tratado”, advierte Descartes en las Meditaciones metafísicas; Prefacio, VII.
[6.11] NdT. Entiendo que F. Revel, al librar “l’esprit de finesse“ a las “femmes du monde”, variante de las “femmes savantes” de Molière –necias pretenciosas, hace uso de una paradoja.
[6.12] NdT. Parece que JF Revel alude a la fábula de La Fontaine, Le Paysan du Danube; persona sensata, con apariencia rústica, que sorprende por una franqueza brutal.
[6.13] Lucien Goldman: Dieu caché, Essai sur la Vision Critique dans les Pensées de Pascal et les Tragédies de Racine.
[6.14] NdT. Se me apunta este significado: … porque está en esa estructura trágica, cuyo poder es crear lo trágico.
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