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El punto de vista académico solo considera como auténticamente especulativas las doctrinas que pretenden una explicación radical, íntegra y sistemática de todas las cuestiones, mediante la reflexión de una sola persona, cualesquiera que sean la amplitud y la precisión de sus conocimientos, la época en la que viva, y su inteligencia en el sentido habitual del término, en tanto que individuo contingente. Es evidente que se trata de una petición de principio, de una inaceptable enormidad, que tiene su raíz, en última instancia, en años de una concepción religiosa de la verdad [9.6]. En efecto, sólo en el caso de una revelación, de un “soplo” a una mente temporal y finita por una realidad suprasensible y eterna, un sistema filosófico, en el sentido académico del término, sería posible, —incluso, por supuesto, cuando se trata de doctrinas que pretenden colocar el Tiempo en el centro de sus preocupaciones.
“El cometido de la filosofía planteada así, escribe Engels, no significa otra cosa que pedir a un filósofo concreto que lleve a cabo lo que sólo puede hacer la humanidad toda en su continuo avance [9.7]”
Por cierto, no pienso mostrar asombro porque la filosofía contemporánea no haya tenido en cuenta la objeción de Engels, puesto que toda ella tiene como única finalidad el evitarla. Pero es extraordinario que ni siquiera tenga en cuenta las críticas que forman parte de la tradición más clásica, incluso de la más idealista: no ha considerado con seriedad ni las objeciones de todo el siglo XVIII —ni siquiera las de Kant —contra los grandes sistemas dogmáticos y las fantasías de la metafísica, —ni tampoco las objeciones de Kierkegaard contra todo un aspecto del hegelianismo, o las formuladas por Nietzsche en Más allá del Bien y del Mal—. El modo de actuar habitual de la filosofía es la ignoratio elenchi, —la ignorancia deliberada de la refutación. Se investigan las objeciones que “renuevan” los problemas, se cierran los ojos ante las críticas que destruyen esos mismos problemas: la filosofía se ha vuelto un formalismo. A semejanza de la democracia burguesa y del cristianismo [9.8], la filosofía académica tiene una capacidad prodigiosa de “encajar” los golpes más duros, y hasta de ahogar los descubrimientos que le son peligrosos bajo tal marejada verbal que consigue aparentar haberlos creado ella misma.
A menudo se oye decir que la filosofía inspira la literatura de nuestro tiempo. También se oye a veces deplorarlo: demasiada metafísica en la escena y en la novela, gimen los defensores de la literatura pura. Paradoja curiosa, aunque muy extendida. Porque, ¿cómo no verlo? Exactamente es lo contrario lo que es verdad desde hace un siglo, y es sobre todo la literatura lo que está en la base de la filosofía de nuestro tiempo.
No cabe duda, pocas obras literarias manifiestan hoy, en trazo grueso, intenciones filosóficas más explícitas que lo hacían, por ejemplo, la mayoría de las obras del pasado siglo. Este hecho corresponde a un retroceso de las formas narrativas, cuya primacía fue solo momentánea. Pero incluso ese momento, lejos de afirmar el triunfo de la pura literatura —fantasma a fin de cuentas tan inasequible como el de la pintura absolutamente realista o el de la economía completamente liberal—, fue por el contrario aquel en el que la Literatura, en ausencia de toda filosofía formal aceptable jugó, de la manera más nítida, el papel de instruir. La literatura moderna ha sido nuestra filosofía, y lo ha sido para los propios filósofos. Es de la psicología de Stendhal, de Dostoievski o de Proust de lo que hacemos uso para tratar de comprendernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, y no de la de Bergson, de Brentano, del Sr. Pradines o de Sr. Merleau—Ponty. Es en Joyce, o en Kafka, o incluso en Pirandello, donde hemos hallado los elementos de lo que, para nosotros, es lo más parecido a una metafísica, y no en Whitehead o Heidegger. Y si existe una moral, o unas morales que sean específicas de nuestro tiempo, formas nuevas de ver moralmente al hombre, sea como sujeto pasivo o activo, son Dos Passos, T. E. Lawrence o Malraux quienes tomaron conciencia de ello, no Jaspers o Max Scheler. Se podrían citar otros muchos ejemplos de obras o de tendencias, incluso discutibles desde un punto de vista estético u olvidadas (aquí no se trata de crítica literaria), en los que se hallan algunas de las fuentes de nuestra reflexión y de nuestra sensibilidad.
Por contra no vemos donde está esta famosa influencia de la filosofía sobre la literatura. De hecho, se limita a un caso preciso y único, el de un gran escritor filósofo, a saber, Sartre. Es por lo que él transmitió literariamente por lo que jóvenes novelistas y autores dramáticos se expusieron de modo brusco a trepidaciones heideggerianas. Fue a consecuencia de un artículo inolvidable, de tres páginas, sobre la intencionalidad en Husserl, como ofreció la idea de una psicología descarnada y directa, y permitió renovar algo las metáforas de la psicología bergsoniana. No había nada de ello en Husserl, que por entonces zozobraba en los problemas artificiales e insolubles de los inéditos [9.9]; es el sentido poético de Sartre en este artículo, junto a las primera páginas de El Ser y la Nada, lo que ha determinado la idea real que se tiene de la fenomenología. A la inversa, no vemos cómo El Ser y la Nada hubiera podido ser escrito si Dostoievski, Proust, Dos Passos, Faulkner o La Náusea no hubieran existido. Lo que en parte salva ese libro, con su modo de desplegarse sobre varios planos y compensar sin tregua lo abstracto con lo concreto y recíprocamente, es que desborda la filosofía y que más que un libro de filosofía es el libro de una cultura.
Si la filosofía reflexionara sobre la literatura como lo hace Sartre, igual que sobre otras realidades de nuestro tiempo, jugaría su papel como filosofía y se ahorraría muchas banalidades. Pero, por contra, siempre consiste en apropiaciones subrepticias. Vemos poco a poco todas las nuevas ideas de la novela, de la crítica, de la poesía (hablé más arriba de los dominios no literarios: economía, psicoanálisis, medicina, etc…) deslizarse, una a una, en las obras de los filósofos, que de repente se ponen a rezumar descubrimientos imprevistos sobre Cézanne o el Surrealismo, presentados como instantes necesarios de su propio pensamiento. La filosofía no reflexiona sobre la literatura, imita sus modas, lo que es completamente diferente.
Porque, de hecho, ¿qué es nuestra filosofía sino una provincia de la literatura, de esa literatura que los filósofos fingen despreciar a la vez que, ávidamente, buscan un halo del tipo de reputación que proporciona? Vamos, Señores, seamos serios, ¿qué es Ser y Tiempo sino un ejercicio de estilo de cabo a rabo?
Pero actuando así, por desgracia, ni se hace buena filosofía ni tampoco buena literatura. La buena literatura habla de la realidad y plantea los problemas que las personas sienten la necesidad de ver plantear. Es curioso que sea en los filósofos, más que en los escritores de nuestro tiempo, en quienes se piense leyendo esta frase de Alberti: “Considero insensatos aquellos que buscan en las letras algo distinto que el conocimiento”.
Porque ciertamente es “algo distinto” que el conocimiento lo que buscan hoy los filósofos.
Pero este “algo distinto” no lo encontrarán porque no existe.
Es lo que comprendieron desde hace tiempo la ciencia, el arte, la literatura, las ciencias humanas. Pero la filosofía, que se encargaba de hacerlo comprender a los demás, todavía no lo ha comprendido ella misma. Sola en la cultura moderna, no ha hecho su revolución.
La filosofía es la última fachada bajo la que se perpetúan los dos poderes de sugestión de los que precisamente todo el pensamiento moderno trató y consiguió, en los restantes campos de la vida intelectual, liberar el alma humana: la religión [9.10] y la retórica.
En todas las épocas la religión ha sido un sucedáneo de la filosofía. En la nuestra, es la filosofía lo que es un sucedáneo de la religión. Sus representantes, con Malebranche, siguen creyendo que, en el fondo, “es el propio Dios quien alumbra en los filósofos los conocimientos que las personas desagradecidas llaman naturales”.
En cuanto a la retórica, es en sí misma una mera forma de superstición. Consiste, en realidad, en convencerse y en convencer al auditorio de que, empleando cierta jerga y ciertos giros, nos colocamos más allá de las dificultades de la realidad. Sustituye la solución por el hechizo.
En este sentido nuestra filosofía es un caso particular de magia imitativa. Es al conocimiento lo que la magia a la acción, o la “rueda de oraciones” de los monjes tibetanos a la meditación. Porque aspira a renovarse conservando palabras tomadas de épocas con problemas que nos resultan ajenos, y esencialmente inaprensibles. Revoluciones vanas y tímidas, demasiado abundantes para no resultar sospechosas, y tan irrisorias, tan imperceptibles, tan patéticamente encerradas en el pequeño círculo de ejercicios radicalmente invariantes, en las que ¡ay!, l’esprit de géometrie está tan ausente como l’esprit de finesse. De este modo, cotarro [9.11] de charlatanes y obtusos, la filosofía cae en la marginalidad: oscila entre el humanismo hipócrita, el eclecticismo confeccionado con conocimientos de segunda mano, el truco etimológico a la manera de Heidegger, la banalidad pedante y la teología vergonzosa.
Entonces, ¿para qué de bueno, realmente, [sirven] los filósofos, o al menos estos filósofos, si su filosofía se ha convertido en lo contrario de la filosofía, si la disciplina de liberación por excelencia ha degenerado poco a poco en esta plácida letanía de fórmulas venidas de todos los estratos del tiempo y de todos los rincones del espacio, y si la presunta escuela del rigor no es más que el refugio de la pereza intelectual y de la cobardía moral?.
FINAL DE POURQUOI DES PHILOSOPHES? JEAN-FRANÇOIS REVEL
PERORACIÓN. "El mayor disgusto que ha tenido Eugenio d'Ors en su vida, se lo dio el duque de Alba un día que invitó a Ortega y Gasset a una soirée y no le invitó a él. El autor de Religio est libertas literalmente lloró... Este hombre fue durante años el filósofo más grande de este país. ¿Queréis hacerme el favor de decirme, pues, qué es la filosofía?" [9.12].
...
PS del 30ENE2024
Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856.
Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.
En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.
En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.
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[9.6] Por otra parte, la Iglesia ha entendido el interés de la filosofía moderna al respecto. No hay más que constatar la asombrosa proliferación de jesuitas—fenomenólogos y de abades dialécticos en los Congresos de Filosofía.
[9.7] Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana.
[9.8] NdT. Es palmario el prejuicio —e ignorancia de su profundo significado, que JF Revel sostiene ante el cristianismo. No me duelen prendas el repetir que, a mi juicio, la tesis política de mayor calado que cabe atribuir a Alexis de Tocqueville es la raíz cristiana de la Democracia. La Democracia, en su auténtica acepción —sistema político basado en los hechos sustantivos de la representación política de los individuos y de la separación de poderes—, es fruto del huerto cristiano, si bien cultivado por la mano protestante de los descendientes de quienes arribaron en el Myflower cuando Castilla llevaba más de un siglo emulando la gesta de Roma, a decir de Alfonso Reyes, en el Nuevo Mundo. Deduzco que JF Revel desconocía por completo el pensamiento y obra de A de Tocqueville...
[9.9] Desde hace veinte años, los exégetas franceses de Husserl establecen como principio que Experiencia y Juicio representa el último estado de la filosofía de Husserl, y, desde luego, encuentran todas las razones necesarias para ello. Sin embargo, han equivocado la fecha de la publicación —tardía— de esta obra con las fechas reales, bastante antiguas, en las que Husserl escribió los textos que lo componen. A partir de este error de hecho han “demostrado” cómo en Husserl se daba un desplazamiento “necesario”, desde la obra titulada Lógica Formal y Lógica Trascendental, a Experiencia y Juicio. No obstante, Lógica Formal y Lógica Trascendental, lo sabemos en este momento, fue escrita DESPUÉS que Experiencia y Juicio.
[9.10] NdT. Quizás resulte otro fantasma a fin de cuentas inasequible. ¿Acaso el hecho religioso no es un hecho universal, en lo que conocemos, surgido en todos los rincones del espacio y del tiempo por los que han transitado los grupos humanos...?
[9.11] NdT. Apanage, en el orig.; privilegio, coto, feudo, en sent. figurado.
[9.12] NdT. Madrid, 1921. Un dietari. Josep Pla. Selecta. Barcelona, 1957, p. 200.
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