2023/01/27

[165] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 7. 1ª PARTE)

 

(1ª parte)

« Nunca dejé de trabajar en cuestiones singulares, clínicas o técnicas. Y allí dónde me alejaba de la observación, evitaba cuidadosamente acer-carme a la filosofía propiamente dicha.» 
Sigmund Freud [7.1]

Me he referido antes a las críticas y las “revisiones” de las que Freud era objeto por parte de los psicólogos “científicos”, así como también por parte de los espiritualistas y de ciertos epígonos de la fenomenología, es decir por parte de personas cuya característica común es no haber descubierto nunca nada .

Toda la historia de las ciencias evidencia que los grandes descubrimientos son en el fondo bastante indiferentes al vocabulario en el cual se expresa su equivalente filosófico. La filosofía de Newton no compromete en nada el positivismo de su obra como físico, y atacando sus ingenuidades especulativas no fue el modo en el que los partidarios de Leibniz perfeccionaron en algo el conocimiento de las leyes naturales que él había formulado.

Hubiera sido más paradójico, convengámoslo, que discípulos del propio Newton rechazaran la gravitación universal e invocaran sin embargo a su maestro para restablecer bajo un disfraz moderno la teoría escolástica de las cuatro causas.

Ahora vamos a ver que, con esa misma pretensión, ciertos filósofos —y ciertos psicoanalistas atormentados por la exigencia filosófica— han llegado a poner en boca de Freud, seguros en la confianza en sí que confieren el hábito de la especulación y la familiaridad del Ser, lo que estamos obligados a denominar exactamente lo contrario de lo que el Maestro siempre sostuvo.


La alfombra mágica sobre la cual se llevó a cabo este juego de manos se desplegó en Roma en 1953. En efecto, ese año La Sociedad Francesa de Psicoanálisis puso sus ojos en la Ciudad Eterna para celebrar allí un congreso del que hablaré a título de ejemplo.

Cuando se abre el volumen en el que se recogen las Actas del Congreso, cuál no será la sorpresa que se siente —sorpresa cuyo “choque interior” nunca conseguirá atenuar  ninguna “familiaridad” (por recuperar la fórmula de Bergson citada más arriba) —, cuál no será nuestra sorpresa, digo, cuando nuestra mirada va a parar sobre el nombre del Sr. Martin Heidegger. Porque, en fin, encontrar al Sr. Heidegger en un congreso de psicoanalistas es tan inesperado como podría serlo (mutatis mutandis) la presencia de Hitler a la cabeza de la República de Israel o del Santo Padre en una conferencia de la Unión Racionalista.

Pero no perdamos la contención y tomemos las cosas por el principio.

En efecto, para comprender mejor cómo la filosofía incide sobre la cultura contemporánea, basta con desarrollar las observaciones hechas antes respecto de la actitud de los psicólogos ante el psicoanálisis. ¿Qué sucede con el descubrimiento más original, por más concreto de que se trate, cuando los filósofos hablan de él?

En primer lugar, ¿qué comprendieron del psicoanálisis en la época en la que todavía no había conseguido imponerse, y en la que debieran haber sido los primeros en captar su excepcional interés? ¿Qué hacen al respecto ahora que para ellos debería ser un saludable objeto de reflexión?

Primero ilustremos lo que hemos recordado: Freud tuvo que luchar contra todo lo que era oficial. Para empezar, con los médicos y los psiquiatras: “En Viena y en el extranjero se me evitaba”, escribe. “La Ciencia de los Sueños, aparecida en 1900, apenas fue mencionada en las revistas de psiquiatría [7.2]”.

E insiste: “Los médicos no tienen ningún derecho histórico al monopolio del análisis, es más, hasta ayer han empleado todos los medios, desde los sarcasmos más simples a las calumnias más pesadas, con el fin de desacreditarlo” . Finalmente: “Charlatán es quien acomete un tratamiento sin poseer los conocimientos y las capacidades necesarias. Basándome en esta definición, me atrevería a sostener que —y esto no solamente en Europa—los médicos proporcionan al análisis un contingente considerable de charlatanes”.

Freud buscó por ello apoyos fuera de su especialidad y de su país a la vez. Procuró interesar no sólo a los psiquiatras sino a los psicólogos y filósofos extranjeros. Pero “tras un conocimiento muy escaso del psicoanálisis, la ciencia alemana era unánime en rechazarlo” [7.3]. En los Estados Unidos la acogida fue mejor, pero la comprensión del psicoanálisis fue verdaderamente de las más “filosóficas”: “Me vi con J. Putnam, el neurólogo de Harvard, quién se entusiasmó por el psicoanálisis, a pesar de su edad, y tomó partido por su valor cultural y por la pureza de sus intenciones, esto con todo el peso de su personalidad, respetada por todos.

Aquí solo se nos opuso la pretensión de esta excelente persona —orientada de manera preponderante, como por una disposición obsesiva, hacia la ética—, de querer vincular el psicoanálisis con un sistema filosófico determinado y ponerlo al servicio de tendencias moralizantes”. Y por el lado de los behavioristas, Freud chocó con una incomprensión total.

Pero todo esto es una minucia, comparado con las reacciones de la filosofía y de la psicología francesa.

Señalemos que de 1890 a 1920, más o menos, solo se mencionaba a Freud en Francia para acusarle de haber robado las ideas de Charcot o de Janet.

Después de 1920 es cuando se libró la gran batalla, es decir, con diez o quince años de retraso respecto de Alemania o los Estados Unidos. Podría suponerse que este retraso al menos permitió a nuestras eminencias evitar las principales incomprensiones y las reacciones más estúpidas. Juzguen más bien: … “Contemplo desde lejos,” —escribe Freud— “hoy [7.4], ante qué síntomas retrógrados tiene lugar la entrada del psicoanálisis en la Francia largo tiempo refractaria. Podría creerse en la repetición de cosas ya vividas, aunque ofrece no obstante rasgos particulares. Surgen objeciones de una increíble simpleza, como ésta: la delicadeza francesa se sorprende por la pedantería y la pesadez de la terminología psicoanalítica (…). Otro aserto parece ser más serio; no le pareció indigna de él mismo a un profesor de Psicología de la Sorbona : el Ingenio latino no soporta en absoluto el modo de pensar del psicoanálisis”.

Es obvio que este oscurantismo tiene que ver con lo que dije anteriormente de la organización de la enseñanza superior en Francia.

Freud señala, para acabar, que “el interés atribuido al psicoanálisis surgió en Francia de las personas de letras”. Tan solo este hecho evidencia muy bien —y volveré a ello—los papeles respectivos de la filosofía y de la literatura en la conformación de la cultura moderna.

Tras esta brillante hazaña, ¿qué hicieron los filósofos y los psicólogos? ¿Se cubrieron la cabeza de ceniza  y pasaron los siguientes treinta años estudiando humildemente los textos del Maestro de Viena?

Para nada. No sólo el francés es de entre los principales idiomas el único en el que todavía no existe, en 1964, ninguna traducción de las obras completas de Freud clasificadas cronológicamente y publicadas por un mismo editor, sino que los franceses no han aportado trabajos originales en el psicoanálisis reciente, en tanto que hallamos fecundos seguidores del pensamiento freudiano en Alemania, Inglaterra y América. Podemos ponerlos en cuestión, pero existen. Tan es así que, en su Teoría Psicoanalítica de las Neurosis, Otto Fenichel puede aducir haber elaborado una bibliografía exhaustiva del conjunto de los trabajos psicoanalíticos, desde sus orígenes, mencionando tan solo obras alemanas e inglesas.

¿A qué se debe esto? En lo que respecta a los psicólogos, lo hemos visto, enseguida se pusieron a querer “corregir” a Freud. Bruscamente se pasó de la ignorancia a la revisión. Se trató de abatir sin tregua la intolerable cosificación de las tres instancias freudianas, —el “ello”, el “ego” y el “superego”—, a imagen de la vida psicológica concebida como una relación de fuerzas, etc. Todavía hoy, se cree decir algo cuando se proclama que todo lo que Freud expuso en términos de relaciones entre fuerzas psíquicas, conviene aclararlo en términos de relaciones de significados. ¡Como si el propio Freud no se hubiera encargado de ello! También en eso, sin entrar en un detalle que excedería nuestro propósito, asistimos una vez más a ese proceso bien conocido que consiste en labrarse un éxito personal refutando teorías que nadie ha profesado jamás. En efecto, en sus exposiciones, Freud siempre distinguió claramente lo que derivaba de la observación de los hechos y lo que era elaboración teórica destinada a permitirle representar con comodidad las cuestiones y a formularlas. A propósito de la división del psiquismo en inconsciente, preconsciente y consciente, escribe: “Tales representaciones pertenecen a la superestructura especulativa del psicoanálisis, y cada parte puede sacrificarse o sustituirse por otra, sin pena ni gloria, tan pronto como su insuficiencia quede demostrada. Nos falta reseñar bastantes cosas más próximas a la observación”.

Tampoco se comprende la frivolidad de Sartre, por ejemplo, cuando reprocha a Freud, en El Ser y la Nada (capítulo sobre la Mala Fe), haber visto realidades autónomas en las tres instancias y haber establecido entre ellas paredes impermeables del todo. Sartre se saca un as de la manga, de seguida, al mostrar apoyándose en Stekel, que la propia noción de resistencia implica una toma de conciencia del contenido del inconsciente. ¿Pero dijo Freud alguna vez algo diferente? “La negación es una manera de tomar conciencia de lo que es rechazado”, escribió expresamente en un ensayo sobre la negación [7.5], “e incluso realmente una supresión del rechazo, sin ser, no obstante, una aceptación de lo que se rechaza”.

Ahí captamos en vivo la propia naturaleza de la objeción “filosófica”: en lugar de proseguir las investigaciones de Freud, los filósofos usan los conceptos del psicoanálisis como si procedieran de la pura especulación, y como si con ella se pudiera rechazarlos o precisarlos. Pero aún resulta más escandaloso ver que esta esterilización es fruto de psicoanalistas de profesión, y sobre todo verles presentar sus ideas como un regreso a las verdaderas intenciones de Freud. Los objetores de la primera categoría se limitan a considerar que Freud se equivocaba al no pensar lo que ellos sostienen; los “exégetas” de la segunda afirman con toda modestia que, desde el momento que ellos dicen algo, es porque Freud lo ha pensado. Es aquí donde retomamos el congreso de Roma.

Las Actas de este Congreso se hallan, con otros textos, en el nº1 de El Psicoanálisis, publicación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Este nº1, que trata “del empleo de la palabra y de las estructuras lingüísticas en la conducta y en el campo del psicoanálisis”, está “dirigido por Jacques Lacan”, como precisa una portada que se presenta un poco como los títulos de crédito de una película. Y ciertamente, es en un director—actor en quien, en efecto, hace pensar el Dr. Lacan con ese volumen. Digamos algo así como el Sacha Guitry [7.6] del psicoanálisis, puesto que no sólo asume el  el papel protagonista y más extenso, sino que su presencia no deja de sobresalir en la recopilación de cabo a rabo, incluso en propio contenido de los textos del resto de colaboradores, bien porque éstos le expresen su admiración, bien porque él mismo inserte acotaciones o salpique de notas sus aportaciones. Esto comienza, decía, en la portada, la única página que tenía una pequeña posibilidad de resultar impersonal, —y que se adorna con este apotegma no firmado, —firmado, pues—. “Si el psicoanálisis vive en el lenguaje, no podría ignorarlo en su discurso sin viciarse...”.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[7.1Ma vie et la Psychanalyse. Trad. fr.,  p. 75.

[7.2] Psychanalyse et Médecine. Trad. fr., p. 202—203.

[7.3Ma vie et la Psychanalyse, de donde se toman las citas que siguen

[7.4 ¡1925!

[7.5] Gessammelte Werke, pp. 11-15.

[7.6 NdTSacha Guitry. Destacado personaje polifacético francés de la 1ª mitad del S XX: actor, dramaturgo, escenógrafo, director de cine y guionista cinematográfico.

2023/01/20

[164] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 6. 3ª PARTE)

 (3ª parte) 

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Nos hallamos, pues, ante tres líneas de pensamiento:

1ª Una psicología que va de lo particular a lo general sin demostración, por interés personal (Montaigne, Pascal, etc…).

2º Una psicología, también sin demostración, que va de lo universal a lo universal sin éxito alguno en la explicación de lo concreto, por interés general (psicología clásica y funcional, estructuras, etc... véase Crítica..., de Politzer).

 

3º La filosofía, que desprecia profundamente la psicología, en el primer sentido, aunque sin legitimidad puesto que ella misma no es sino un disfraz del particular en universal, sin aceptar nunca sin recelo la verificación del particular, y que a resultas ha generado esa especie de monstruo que es la psicología —en el segundo sentido—, es decir, una psicología a la que la filosofía no concede plenos derechos más que después de haber expulsado todo contenido particular, relegándola a un rango inferior, prohibiéndole filosofar hablando con propiedad, pero tolerando su presencia silenciosa en el seno de la familia filosófica, siquiera para poder, de vez en cuando, empaparla de injurias —o incluso condescender a reconocerle “el interés incuestionable” de algunos de sus “descubrimientos”, interés que, por descontado, aparece sólo a condición de que la filosofía retome enteramente las cosas por su base con el fin de conferirles su verdadero sentido. De ese modo se ha admitido la psicología, mientras se la exorciza y niega por completo bajo su aspecto inmutable y ordinario; se ha creado un amortiguador suplementario entre la filosofía y el mundo, para impedir en lo posible la vuelta de esos instantes horriblemente imprevisibles en los que un filósofo se encuentra cara a cara con un no filósofo más inteligente que él.

La oposición clásica entre el moralista y el filósofo descansa sobre la de lo particular y lo general. Ahora bien, en una psicología auténtica, lo particular y lo general, en sentido estricto, no se contraponen, no deben oponerse. En contra de la idea de Descartes, existen psicologías a la vez muy generales que permiten, en la visión que aportan, captar el más preciso de los detalles dándole su significado. Es en ese sentido en el que se habla de una “psicología de” tal autor: de Dostoievski, de Pascal, de Proust o de Racine. Comprensiones que son a la vez una visión completa de la persona desde los puntos de vista moral, físico, social y psicológico, etc… y visión de la persona inmersa en los detalles, a través de estos. La prueba de que lo general no se opone a lo particular, y que puede ser elaborado científicamente, nos la proporciona Freud. Ciertas o falsas, porque, más o menos completas o certeras, esas generalizaciones al menos explican algo, porque en este caso lo general no expresa únicamente la incapacidad de captar lo particular, sino al contrario, una gran capacidad para captarlo. Siempre fue est distintivo de los grandes psicólogos, que en ellos el valor de lo general está en razón directa (y no inversa, como es el caso de los falsos psicólogos) a la riqueza del detalle (que no está allí únicamente para servir de “ejemplo”). En modo alguno quiero decir que la psicología deba limitarse a lo anecdótico, como lo declaraban los filósofos que tienen la clave de las contradicciones elementales. Bergson no es ni anecdótico ni general: simplemente no va al grano. Ahí radica todo el problema: para poder saber si una psicología es cierta o falsa, lo primero que hace falta es, lisa y llanamente, que sea psicología, punto. La psicología de Montaigne es tal vez cierta o falsa, o tanto lo uno como lo otro, o arbitrara, todo lo que se quiera, pero Montaigne se desenvuelve en el ámbito de la psicología.

Es de destacar que sea la especialidad de la psicología del niño (Piaget, Wallon, etc…) el único ámbito (aparte del psicoanálisis) en el que en nuestra época se ha conseguido establecer una psicología a la vez general y concreta, de estilo sistemático y universitario. En ella, precisamente, encontramos ideas generales que no son perogrulladas y unos casos particulares a los que estas ideas generales realmente se aplican. Ahora bien, es bastante fácil comprender por qué: porque la psicología del niño, por ser el estudio de un desarrollo, trata (como el psicoanálisis) de acontecimientos. Lo que también es el caso de otra especialidad en la que la psicología contemporánea ha conseguido decir algo, el estudio de la afasia, de las confusiones del lenguaje y de la conducta significativa en neurofisiología: ahí también se trata de individuos que tienen una historia, en la cual hay un antes y un después, una aparición y una evolución del síndrome, agravamientos o adaptaciones, etc… La única gran lección del fracaso total de la psicología filosófica y académica, y de su hundimiento en la puerilidad o en el refinamiento literario, es que nunca hay que olvidar que la psicología es siempre psicología de acontecimientos o surgida de hechos acaecidos; de sucesos que tienen lugar en vidas determinadas de individuos determinados, y jamás, lo dije antes y lo repito, bajo forma de “ejemplos” filosóficos despersonalizados, que son sólo el espejo en el que se refleja la teoría. Es en el suceso percibido, sentido, y comprendido por los novelistas y moralistas, suceso que no deriva en absoluto de un “otro” cualesquiera, como dicen los filósofos, sino de un otro, (hoy en día los filósofos comprenden al “otro”, pero nadie más), es en el hecho cierto, pues —lo que Politzer denomina “el drama”— donde desaparece, en psicología, la oposición filosófica entre lo particular y lo universal. Un detalle preciso bien comprendido se generaliza mucho más rápidamente que una teoría general que es falsa en todos sus detalles. El detalle preciso bien comprendido, por ser real, constituye (como lo ha mostrado el psicoanálisis) una llave que conduce rápidamente a otras constataciones. Una vez más, no se trata, al decir esto, de proporcionar un criterio para distinguir en psicología lo cierto de lo falso, sino solamente para distinguir lo que es psicología de lo que no es. Freud (o Piaget o Wallon) pueden cometer errores, generalizar con excesiva rapidez, emplear un lenguaje poco adecuado, desembocar en hipótesis discutibles, pero son errores dentro de la psicología. No se trata por tanto de una elección entre un sistema y otro. No reprocho a los académicos como Bergson, Pradine o Merleau—Ponty (¡estas personas que se consideran tan diferentes entre sí y son tan parecidas!) que vean la realidad a través de un sistema: les reprocho el no verla en absoluto, ni a través de un sistema ni de otra manera. A la inversa, Montaigne es tal vez un “aficionado” (¿con relación a qué “profesión”, ¡cielos!?) pero, ni cuando se equivoca, Montaigne habla en vano.

La psicología académica hace pensar en un país en el que hubiera miles de obras teóricas sobre la pintura y ni un solo pintor. Viene luego alguien que pinta de verdad, que cuenta de verdad lo que pasa, un Rousseau o un Proust, los psicólogos lo expulsan al lado de los snobs, los bufones, tan solo porque no pusieron el arado delante de los bueyes. De ahí todos los falsos problemas clásicos que de manera sucesiva han ocupado a los profesionales desde hace cien años: el valor de la introspección, la psicología objetiva o subjetiva, o del comportamiento, o fenomenológica, o de las estructuras, o de los significados, etc… que hacen pensar en nadar fuera del agua. Todas estas distinciones son distinciones de psicólogos, absolutamente ajenas a una aproximación concreta a la persona.

Por el hecho de que Victor Cousin, al examinar su yo, no encontrara absolutamente nada como causa, Cournot concluía que la introspección no es científica...

Pero cuando Pascal escribe sus grandes textos sobre el tedio, el amor propio, etc… ¿practica la introspección, la descripción fenomenológica, una psicología energética o una toma de conciencia de los significados? ¿Es asociacionista o gestaltista? ¿Tiene una concepción atomista de la vida mental o sobre todo capta la estructura? Todo a la vez o nada, como nos plazca: no tiene importancia alguna; y no tiene ningún interés. Lo que importa, en primer lugar, es que descubre. Sin lo cual no hay nada. Los psicólogos se arrojan a la cabeza, entre sí, argumentos sobre el valor de sus principios respectivos, cuando estos principios no son ni ciertos ni falsos puesto que sus defensores no han descubierto nada todavía. De entrada, lo que cuenta es el valor de la meditación sobre los contenidos vividos y los acontecimientos, y no la forma bajo la cual se debería abordar el estudio, si es que existiera, por lo mismo que la medicina surge de la experiencia clínica y no de un cuerpo de principios destinados a confirmar o rebatir una concepción general de la salud. No estoy en contra de la teoría: me gusta por encima de todo. Pero a condición de que sea teoría de algo descubierto. La teoría freudiana del instinto es evidentemente un postulado, pero ¿qué importa?: Freud hizo descubrimientos y explicó hechos. Se puede, por tanto, discutir su teoría… porque ofrece materia de discusión, mientras que los psicólogos posteriores, que han vituperado el instinto freudiano, se equivocan, con una teoría tal vez más consistente, —pero consistente ¿con qué fin ? ¿Y dónde? En el limbo, probablemente. ¡Que solo se discutan los métodos que descubren!

Al respecto, por añadidura, la Crítica de los Fundamentos de la Psicología, de Politzer, no es lo bastante severa. ¿Por qué no se ha conseguido nunca hacer una psicología general que sea algo diferente a una serie de metáforas, cuyo poder de sugerencia (en el mejor de los casos) y la capacidad de renovar la perspectiva se agotan tan rápidamente? Porque, cosa extraña, es en ese dominio en el que la palabra “moda” se impone de la forma más evidente en la mente: las psicologías decaen sin que tal enervación periódica sea el reverso de un progreso. Esto se debe precisamente a que ninguna psicología, ni siquiera desde un punto de vista abstracto, ha buscado de verdad las componentes, la naturaleza de las componentes que realmente están en juego en el seno de la persona. Ahora bien, esto, y solo esto, es lo que constituiría una actitud científica. No es una descripción fenomenológica de la conciencia del esquizofrénico, concebida como un significado o como un distensión de la “tensión existencial”, lo que necesitamos, sino un conocimiento de las causas de la esquizofrenia. Sin embargo, sobre este punto la sicopatología está exactamente en la edad de piedra: comprobamos, por un lado, la existencia de un cierto número de síntomas; por otro, que tal o cual tratamiento produce tal o cual efecto durante un tiempo no previsible. Pero ignoramos todo: la naturaleza del fenómeno y la causa de la aparente eficacia o ineficacia del tratamiento. Podríamos decir que si las ciencias físicas y biológicas explican fenómenos de los que ignoramos su significado, las ciencias humanas estudian significados de los que ignoramos su naturaleza.

Ahora bien, la psicología carecería de interés a no ser que llevara a cabo ambos a la vez: explicar la naturaleza y comprender el sentido del fenómeno. Hoy, la moda está en el sentido, en “la consciencia de”. Los psicólogos descubren los significados, ¡como si se les hubiera esperado para ello! Ha superado las psicologías clásicas, funcionales, desmenuzadas, que hacían abstracción de los contenidos. Solo que, en realidad, esa psicología clásica tampoco describía verdaderas funciones, —hubiera sido demasiado bonito, hubiera sido ciencia—, sino contenidos parciales arbitrariamente traducidos al lenguaje de lo general. Así, la teoría bergsoniana de la memoria se basa sobre observaciones contingentes, cuya sola base científica es que Bergson descubre que aquello sucede de ese modo y lo expone como si fuera la descripción de una función que realmente existe. Hemos abandonado, pues, el terreno de la psicología concreta, pero no por ello tenemos una psicología funcional. Para volver otra vez a Freud, el valor del psicoanálisis se debe a que explicó la naturaleza de algunos significados, bajo el doble e inseparable punto de vista de la causa del hecho y del sentido de la representación. Porque primero explica el fenómeno, con todo el “cosismo” y el “causalismo” que se quiera, es por lo que en él halla, no un sentido sino el verdadero sentido.

Desde hace ciento cincuenta años, lo que oficialmente se llama psicología es, por tanto, una proyección en el vacío del modo en el que los filósofos querrían que la psicología fuera realizable. Querrían que se pudiera transitar de lo universal a lo particular en un ámbito en el que tal distinción no es posible, o bien solo es posible a condición de no haber sido hecha de partida (puesto que es probable, además, que la psicología de un individuo determinado siempre sea el resultado de una civilización, un resultado cultural, y no la expresión de una estructura universal, y cierta; por otra parte, ninguna realidad psicológica existe fuera del significado que reviste en el individuo en el que se la considera). Por mucho que se atribuya la psicología reciente el mérito de haber inventado un buen día el “significado”, no añade nada que Bergson un pudiera decir del “concreto” hace cincuenta años, porque sigue tratándose de la noción filosófica del “concreto” del “significado” del “sentido de la estructura” o de la “estructura del sentido”, etc…, por tanto, de lo general.

Es por lo que la psicología, congelada por el espíritu filosófico, se ha visto abocada a rechazar la literatura de todas las épocas, —incluso cuando introduce “ejemplos” literarios— y a fechar el estudio del hombre hacia 1800. En tanto que Freud nunca vacila en recopilar, digamos mejor que busca con avidez, y se aplica maravillosamente a “recuperar” el contenido psicológico de las más diversas obras literarias o plásticas, porque sabe que las verdaderas generalidades se imponen al espíritu de una manera muy diferente a la manera filosófica —ellos, los psicólogos, ponen en cuarentena todo lo que ha sido escrito desde que existen personas—, y piensan. Y el drama es que no son capaces de actuar de otro modo.

Ahora bien, como el lector debe empezar a saber, los filósofos son siempre quienes tienen razón. Al haber percibido claramente que, si por casualidad la psicología no se ahogara, también ella, en lo Universal, deberían luchar contra toda una banda de “conciencias del otro” que abarrotan las bibliotecas, los museos y los teatros, han instituido el encomiable propósito de ir de lo general a lo particular. Así que el lector ha de saberlo ya, cuando un filósofo “se propone” un programa, considera de inmediato que lo ha conseguido llevar a efecto. Para el espíritu filosófico, ambas cosas —¡tan diferentes, por desgracia, para nosotros, las restantes personas! — prácticamente conforman una sola.

Tras lo cual le faltaba a la filosofía una tarea que realizar para quedarse con la conciencia tranquila: digerir el psicoanálisis. ¿Cómo?, ahora lo vamos a ver.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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2023/01/13

[163] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 6. 2ª PARTE)

(2ª parte) 

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En efecto, una misma confusión se perpetúa a través de todas las transformaciones que suponen las “renovaciones” puramente doctrinales de la psicología: la confusión entre la idea de que “solo hay ciencia de lo general” y la idea de que, para hacer de la psicología una ciencia, es preciso, por tanto, mantenerse en el terreno de las generalidades. O de otro modo, si se quiere: la confusión entre la idea que en psicología hay que sobrepasar lo contingente, lo particular, el carácter descriptivo de las observaciones personales, y la idea de que, para hacerlo, hay que evitar lo particular, lo contingente, el albedrío individual.

Porque si Ud. sustrae a la psicología lo particular, lo contingente, lo imprevisible del individuo, ¿qué queda? Todo, salvo aquello que nos hace sentir la necesidad de hacer psicología.

Antes del comienzo del siglo XIX, ser psicólogo siempre había consistido en captar más aún en el detalle, en ser sensible a más cosas, en apreciar particularidades que eran tanto más ricas en matices en cuanto que, precisamente, eran más particulares, y poderlo explicar. En resumen, en psicología siempre ha sido el fondo lo que ha primado. Todas las discusiones que conciernen a la forma: asociacionismo o gestaltismo; atomismo o totalitarismo; intuición o comportamiento, etc… sólo pueden justificarse sobre la base de una psicología práctica, es decir de un cierto número de observaciones interesantes en sí mismas. Así en Freud, por ejemplo, las consideraciones teóricas se refieren a algo que ya ha sido descubierto. Intentan sistematizar datos existentes. Es por lo que las rectificaciones de la teoría, en Freud, jamás conllevan la ruina de todo el edificio. En la psicología académica, por contra, siempre se supone que de la renovación de los postulados teóricos puede surgir una nueva visión de la realidad. Ahora bien, precisamente este camino es posible por doquier salvo, posiblemente, en psicología, porque la psicología solo puede definirse como la primacía absoluta del contenido. No es una axiomática.

Los verdaderos psicólogos, aquellos de quienes se puede decir que la lectura de sus libros refresca nuestra visión del hombre, son ante todo mentes sensibles a la infinita variedad de contenidos. Junto a ello siempre hubo, también, visiones filosóficas de la psicología humana, como en Platón o en Spinoza. Lo cual es diferente del todo. En efecto, este aspecto de la filosofía no aspiraba a aportar un nuevo material al conocimiento psicológico del hombre (ahora bien, en esto consiste hacer psicología: tan solo aportar un nuevo material).


La psicología académica no realiza ni lo uno ni lo otro. Ni tiene la destreza de hacerse con un nuevo material (lo que era la vía clásica de los moralistas), ni la audacia especulativa de las psicologías filosóficas. Precisamente ahí radica la confusión primordial de la que hablaba. La psicología quiso desgajarse de la filosofía para llegar a ser una disciplina autónoma; dejó pues de ser especulativa, con mucha razón, porque una psicología especulativa sólo se concibe en el seno de una filosofía. Pero, aun desgajándose de la filosofía, trató de conservar los caracteres generales del pensamiento filosófico, a residir en el terreno de lo general relegando lo particular (que es la única realidad en psicología) al rango de “ejemplo”. Ahora bien, esta ciencia imposible, esta ambición contradictoria envenenan la literatura psicológica, desde Maine de Biran, y sobre todo desde Bergson, hasta nuestros días. Gozar de la totalidad filosófica, escapar como ella a la contingencia, al hecho, sin ser acusado por ello de ser un mero teórico. Hablar del concreto, analizar ejemplos, “describir” fenomenológicamente —sin tampoco lanzarse al océano infinito de los detalles particulares y la fatigosa variabilidad de la vida. En resumen, no ser ni Spinoza ni Montaigne, sino oscilar entre la generalidad huera y la banalidad en el detalle, no puede dar como resultado, como hemos visto, más que una persistente y notoria esterilidad.

Todo comenzó, tal vez, con una interpretación abusiva del Tratado de las Pasiones.

El dogmatismo contemporáneo consiste en “sacralizar” todo lo que es “filosófico”, habitualmente se enseña que este libro abrió una nueva vía al conocimiento del hombre colocando la psicología por encima de la reflexión moral empírica, la que se refiere a los casos particulares (Montaigne, por ejemplo). Significa no saber leer, ya que el propio Descartes indicó expresamente lo contrario. Su “moral” (pues sabemos que en el siglo XVII el estudio psicológico de la persona constituye siempre la introducción a una sabiduría) no tiene nada que ver con la de Spinoza o la de Malebranche, autores que creen poder deducir la moral (incluyendo la psicología) de la metafísica y concluir, en este ámbito, en una absoluta certeza intelectual (certeza… metafísica, por supuesto).

El Tratado de las Pasiones, más modesto, precisamente está dedicado a demostrar la inconsistencia de esa aspiración. Descartes considera lo vivido, y las constataciones extraídas de la experiencia de lo vivido, como las únicas autoridades en la materia. Afirma que nin-guna certeza teórica es alcanzable en psicología, por la razón de que es imposible prever la infinidad de circunstancias de la vida, ante las cuales es solo posible decidir realmente. Asimismo, Descartes sólo propone el Tratado como un cuerpo de principios demasiado generales para tener, en lo concreto, algo más que un valor indicativo. Y estos principios generales, muy alejados de sustituir la perspicacia psicológica en los detalles de la existencia, y de la reflexión moral sobre lo vivido al modo de Montaigne, son, por contra, inútiles en sí sin ellos. Como Descartes repite en numerosos textos: la “moral” no es una ciencia ni puede serlo, ni en el rigor (según el modelo matemático) ni tampoco en el plano empírico[6.10].

Lo cual no impide a los filósofos dar al Tratado de las Pasiones un significado opuesto a las intenciones de Descartes. ¡Reflexionen, pues! ¡Se es por definición más inteligente que Montaigne! De este modo se continúa pontificando que Descartes nos ha librado definitivamente del tipo de pensamiento de los moralistas, que son tan solo vulgares soldados rasos; que instauró la idea de una psicología verdadera y exhaustiva en el ámbito puramen-te conceptual (cuando dice que es imposible), permaneciendo a la vez (¡Oh milagro!) tan sutil, o más, en el detalle, que Montaigne y Pascal (ahora bien, él afirma no pretender ni poder adentrarse en ese terreno). Asimismo, los exégetas recurren, para justificar este último punto, a interpretaciones románticas de la “admiración” o de la “generosidad”, atribuyendo a estas palabras significados que no están en el texto y que surgen de la pura literatura. Proceso frecuente en filosofía: a la vez que se aspira a sobrepasar a Montaigne, se practica infra—Montaigne.

A esta interpretación abusiva del Tratado de las Pasiones han venido a sumarse, para aportar tranquilidad de conciencia a los filósofos ante los “moralistas”, la influencia de Hegel y Marx (también vulgarizados y deformados hasta el exceso en este asunto, en mi opinión) y finalmente la influencia de la fenomenología de Husserl, con su famosa crítica al “psicologismo”. Gracias a lo cual l’esprit de finesse se abandona de manera definitiva en manos de las femmes du monde [6.11] y, en nuestros días, no hay campesino, venido andando desde la Selva Negra [6.12] para balbucear acerca del Dasein, que no le declare con un mohín de desdén que “la psicología no le interesa”. —Cosa extraña porque Husserl, con su crítica al psicologismo, quiso oponerse a la explicación psicológica del origen de los conceptos lógicos. Quiso preservar la autonomía de la lógica. Pero al decir que no había que hacer psicología en la lógica, ¡no dijo que no hiciera falta hacer psicología en la psicología!

Así que no se hace psicología por ningún lado. A la psicología clásica, funcional y abstracta, que Politzer tan bien desmontó en su genial y nunca refutada Crítica de los Fundamentos de La Psicología, le ha sucedido una psicología de las “estructuras” igualmente abstracta y simple. 

La “estructura” ha devenido la unidad de léxico, la “razón ultima” de la filosofía y de la psicología contemporáneas. Es una entidad dotada de una virtualidad, como las “virtudes”, las “entelequias” escolásticas. Ud. define, por ejemplo, “la visión trágica” [6.13con la ayuda de algunos rasgos que arbitrariamente escoge; determina que es una estructura: la “estructura trágica”. Tras crear este ente de razón, explica que tales y tales fenómenos son trágicos… porque en ellos se da la estructura trágica. Es la vuelta pura y simple a la explicación por la “virtud latente”:

Quia est in ea strucrura tragica,

    Cujus est potentia tragicum creare [6.14]

Es deseable, naturalmente, según el buen canon filosófico, el reforzar la argumentación sembrándola de comentarios piadosos o impacientes de cara a aquellos —objetores pasados, presentes y futuros— que no tienen “ningún sentido de la estructura trágica”.

Por volver a cosas serias, una psicología es una psicología del caso particular y del detalle, de otro modo no es por completo una psicología. La idea de Descartes, retomada invariablemente desde entonces en un nivel infinitamente inferior, de comenzar por una psicología general porque el detalle de los casos particulares es imposible de prever y no puede dar lugar más que a observaciones y a generalizaciones arbitrarias, solo puede llevar a un callejón sin salida. Sería igual que renunciar a hacer física invocando la desalentadora riqueza y el dinamismo de las cosas externas. Al igual que en la física, Descartes, en la psicología, no pudo deducir ningún caso particular verdadero de sus principios generales. Ahora bien, lo particular es la propia pieza de la psicología.

Reprochar, en consecuencia, al moralista por no dejar de ir de lo particular a lo general y a la inversa, sin asentarse nunca de manera franca ni en lo uno ni en lo otro, es de hecho negar la existencia de una forma de pensamiento esencial en toda comprensión psicológica que representa, si no la conclusión, al menos, la condición y, por así decirlo, la materia prima. Sin ella, no habría ni arte, ni tampoco, en un periplo personal, adquisición de una “experiencia”. La propia filosofía depende de esta forma de pensamiento, pero la diferencia es que se limita a exponer el resultado general al que llega, sin mostrar antes, como hace el moralista, el particular del que surge. El filósofo, él también, considera a la vez lo particular y lo universal, pero formulando todo en el lenguaje de lo universal. Un universal que, sin embargo, no es discernible sino por quienes están al tanto del particular del que surgió, porque todo sistema filosófico es, ante todo, un sistema de sugerencias, y pierde todo significado desde el momento en el que estas sugerencias no se comprenden, es decir desde el momento en el que no quedan lectores capaces de captar tras el lenguaje de la universalidad, la particularidad de la que realmente se trata (polémicas del momento, tradición filosófica determinada, estado de las ciencias, vocabulario, etc…).


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[6.10 Véase el único historiador de Descartes riguroso al respecto: Martial Guéroult; Descartes según las leyes de la Razón, II (El alma y el cuerpo), cap. XXI y XX con todas las referencias y textos relativos. 

“Quienes, sin preocuparse mucho por el orden y la concatenación de mis razonamientos se diviertan criticando cada una de las partes […], esos, digo, no sacarán mucho provecho de la lectura de este tratado”, advierte Descartes en las Meditaciones metafísicas; Prefacio, VII.

[6.11]  NdTEntiendo que F. Revel, al librar “l’esprit de finesse“ a las “femmes du monde”, variante de las “femmes savantes” de Molière –necias pretenciosas, hace uso de una paradoja.

[6.12 NdTParece que JF Revel alude a la fábula de La Fontaine, Le Paysan du Danube; persona sensata, con apariencia rústica, que sorprende por una franqueza brutal.

[6.13]  Lucien Goldman: Dieu caché, Essai sur la Vision Critique dans les Pensées de Pascal et les Tragédies de Racine.

[6.14]  NdT. Se me apunta este significado: … porque está en esa estructura trágica, cuyo poder es crear lo trágico   


2023/01/06

[162] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 6. 1ª PARTE)

(1ª parte)

«Se sabe que, en 1890, Von Ehrenfels descubría (sic) la existencia de cualidades perceptivas de conjunto, por ejemplo, una melodía transpuesta, con cambio de todas las notas.»
J. Piaget [6.1]
 
«En uno de los más ingeniosos capítulos de su Psicología, A. Fouillée dice que el sentimiento de la familiaridad estaba compuesto, en gran medida, de la atenuación del choque interior que constituye la sorpresa.»
Bergson [6.2]


El problema del valor de la psicología contemporánea estriba con toda precisión en la siguiente cuestión: ¿se ha conseguido —más allá de las incertidumbres del “sentido psicológico”, de la opinión, de las capacidades individuales como perspicacia, sensibilidad, agudeza, de análisis de la experiencia cotidiana, etc… que, desde siempre, en la literatura, las artes, la moral, las religiones, la sabiduría popular, proponen explicaciones psicológicas no demostrables —establecer un método positivo que permita alcanzar de manera segura un conocimiento psicológico del hombre superior o igual, pero verificable?

Antes de que la psicología existiera se admitía que, para hablar del amor, por ejemplo, se necesitaba sutileza, profundidad, talento. Así es como Montaigne, Pascal, La Rochefoucauld o Rousseau hablan del amor. O, si se era filósofo y se propusiera elaborar una teoría del amor, por principio había que disponer aquello que poseen Montaigne o Rousseau: a partir de lo cual transcurría el proceso y surgían los conceptos filosóficos. Así es como también hablaron del amor Platón, San Agustín o Kierkegaard.

¿Qué sucede desde que la psicología existe? Abro el Tratado de Psicología de Dumas, y constato que el Sr. Lagache habla del amor en él.

El Sr. Lagache se basa: a) en una definición del Vocabulario Filosófico de Lalande. De paso, cita admirativamente a: b) Edouard Pichon, que “descubrió” que el amor es a la vez “posesión y entrega”, es decir que se desea, a la vez y en proporciones variables, amar y ser amado; c) O. Schwarz, a quien se debe la formulación de ley según la cual la “intuición amorosa hace entrar al enamorado en el mundo del amor”; d) el propio Lagache; “el desengaño amoroso es una reacción depresiva por la pérdida del objeto”; citemos, para finalizar, e) que “De Greef y su alumno J. Tuerlinck insisten con razón sobre el papel de la víctima, que no toma en serio las amenazas de suicidio, sino que se ríe”


El problema consiste pues en preguntarse por qué una idea que, en el lenguaje corriente, es una trivialidad o una estupidez, se transforma, en virtud de su inserción en la Psicología, en un importante hallazgo que requiere el concurso de varios especialistas asistidos por sus alumnos.

Por descontado que todo el mundo tiene derecho a tener su opinión sobre el amor. En lo que a mí respecta, me parece que Shakespeare y Stendhal (que, por otra parte, el Sr. Lagache plagia con bastante torpeza) dicen sobre esta cuestión cosas más interesantes. También diré, sin querer ofender a nadie, que si la psicología no existiera, el Sr. Lagache o el Sr. Pichon serían probablemente de las últimas personas a quienes se me ocurriría ir a pedir sus opiniones sobre el amor. Pero, en fin, tienen derecho a sostener estas opiniones; o al menos lo tendrían el si no las presentaran bajo el formato de hechos científicamente comprobados según un método positivo. Un físico de mediana inteligencia conoce hoy más cosas que las que sabía Newton, que era un genio, porque se basa en un cuerpo de conocimientos adquiridos, independientes de las cualidades personales de tal o cual físico. Nada parecido en psicología en la que, frente al genio de Montaigne o Pascal, está la mediocre inteligencia del Sr. Lagache, y vale. De todo ello resulta que disponemos de las opiniones sobre el amor de los Sres. Dumas, Lalande, Lagache, O. Schwarz, Pichon, de Greef, así como del alumno de este último, el Sr. J. Tuerlinck.

¿Por qué “método” se obtienen estas opiniones? El Sr. Lagache tomó la cautela de precisar que lo que él practica [6.3] es la psicología “clínica”, que consiste en “aflorar con la mayor precisión posible las maneras de ser y de actuar de un ser humano concreto y completo enfrentado a una situación; tratar de establecer el sentido, la estructura y la génesis, detectar los conflictos [6.4] que las justifican y los pasos que tienden a solucionar estos conflictos” ¿Pero qué hay en ello de extraordinario, y en qué nos hace progresar este “método” con relación a las condiciones que han presidido desde siempre el conocimiento de un ser humano? Con decir eso no se adelanta nada; lo que necesitamos son nuevos medios para conseguirlo. Es verdad, prosigue al autor, que la psicología clínica debe ser corregida por la psicología experimental y psicométrica: “El test es para un [psicólogo] clínico no solamente un instrumento de medida y de comprobación, sino un reactivo, un revelador”. Por su parte, el espíritu clínico debe “ampliar” el espíritu experimental arrastrado al aislamiento, con lo que así permite tender a un “abordaje global y concreto”.

Pero una vez más apenas se nos dice en qué consiste todo ello. El propósito está claro, en efecto. Pero creer que se alcanza por esforzarse en definirlo, es un poco como un niño que hace “chuf—chuf” sobre una silla y cree que avanza.

¿Dónde está, en todo eso, la ciencia que nos debe sacar de las incertidumbres corrientes del conocimiento psicológico? No la hallo ni siquiera en los test. Este no es el lugar de tratar el muy particular asunto de los test. Baste con decir que son tan poco científicos como el resto de la psicología, porque un test, en definitiva, sólo vale lo que vale quien lo elabora, quien lo aplica y quien lo interpreta. Lo que nos remite a la precariedad del “sentido psicológico” ordinario. Los test más precisos son los que se refieren a aptitudes claramente separables; es decir la precisión de un test es tanto mayor cuanto más impersonal es el elemento al que se refiere. A partir del momento en el que el test pretende penetrar en la “consideración global y concreta” de la personalidad, se vuelve cada vez más vago: en el límite, quien lo maneja está limitado, en el fondo, a los recursos de su sutileza personal. Cuando un test es preciso, carece de interés, y si pudiera tener interés, no es preciso.

Por supuesto, no quiero decir que no haya nada de interesante en las publicaciones de los psicólogos. Pero un análisis de Sartre, Politzer o Freud debe su valor al talento de su autor, no a la “Psicología como ciencia”. Conviene recordar aquí que Freud no debe absolutamente nada a la psicología ni a la filosofía de su época. Sin embargo, al tener que luchar contra los academicismos ligados de la medicina, la psiquiatría, la psicología y la filosofía, se creyó obligado a enredarse en justificaciones teóricas, que naturalmente concibió en el vocabulario psicológico de su época. Entonces vimos a los psicólogos, que en el ínterin habían modificado el repertorio de palabras en uso, revolverse contra Freud para criticarle aquel vocabulario, pese a que sólo lo había adoptado precisamente como defensa, y condenar sus “errores teóricos”, ¡olvidando que es por culpa de gente como ellos por lo que tales errores se habían cometido! Que se exprese en términos de “instancias”, en términos “energéticos” o en términos de “conductas”, de “estructuras” y de “significados”, el psicoanálisis depende tan escasamente de la nueva psicología como de la antigua. Por contra, los psicólogos y los filósofos renovaron, gracias a los descubrimientos de Freud, su stock de cuestiones en el momento más apremiante. Hoy, cada uno aborda los temas psicoanalíticos con sus estériles variaciones personales; y, a la vez que juzga con severidad la “mitología cosificadora” del psicoanálisis, la filosofía se adorna igualmente con invenciones reales y precisas que no le deben nada y a las que no añade nada.

Sin embargo, Freud hizo progresar realmente la psicología; añadió realmente algo más radical y científico a lo que Séneca o Montaigne pudieron decir sobre el hombre. Por ello, en lugar de amonestarlo y de hacerle reproches, los psicólogos más bien deberían fijarse en cómo lo hizo. En lugar de continuar “haciendo psicología” de modo imperturbable y de encajar a su manera los resultados del psicoanálisis, más bien deberían considerar con más cuidado la actitud intelectual de Freud en sus comienzos. Esta actitud es la opuesta a la que se considera actitud filosófica: porque no carece de interés, desde el punto de vista metodológico, ver cómo Freud, a partir de una noción terapéutica en apariencia muy limitada, se ve arrastrado por la propia riqueza de su descubrimiento, —y no por el propósito de hacer filosofía—, a transformar la idea que se tenía de la condición humana hasta en su fundamento.

Por otra parte, el psicoanálisis tampoco es una ciencia en el sentido estricto del término. Aunque no nos estemos preguntando todo el día si es una ciencia o no, con sus errores y problemas, existe, y basta. No seríamos capaces de decir lo mismo de la psicología, que de la ciencia se formula una concepción particular. En efecto, ¿qué diríamos de los historiadores si se limitaran a repetir en sus libros que la Historia es el conocimiento del pasado, la reconstitución de las épocas, la lisis de constelaciones de hechos, el arraigo de complejos chronopraxiques (sic) [6.5] en su substrato etiológico y su consideración global y concreta, con discusiones interminables para saber si el concepto de “constelación” es más adecuado que el de “coyuntura” u otros, y sin escribir jamás un sólo libro de Historia? La psicología puede presentar, de este modo, como nociones científicas, perogrulladas de las que un periodista sonrojaría, y que nos harían sonreír de encontrarlos en una novela o en una pieza de teatro.

Constataremos que todos los novelistas tienen, ellos también, una psicología implícita (o explícita, como es el caso de Proust, por ejemplo), y esta psicología también se pasa de moda. Zola creía sin duda en algo como la conciencia “epifenómena” de Ribot, y Proust creía, erre que erre, en la “durée” de Bergson [6.6]. Pero la diferencia con relación a los psicólogos es que, en Zola, en Proust, esos elementos teóricos son sobrevenidos. No surge de ellos la realidad novelada, que los desborda por doquier con su vivificante presencia. Por mucho que Proust tenga tales o cuales ideas sobre la conciencia, el propio relato siempre expresa más que sus ideas. Y de hecho el lector de Proust olvida estas teorías y sólo recuerda acontecimientos, escenas, personajes, sentimientos determinados. Entre los psicólogos, por contra, el ejemplo nunca desborda la teoría. No es nada más que teoría bajo otro formato. El psicólogo trata la realidad como dice Sartre, en Lo Imaginario, igual que tratamos la imagen de una persona ausente: tratamos esta imagen a nuestro gusto, porque es radicalmente pobre, porque no puede contener nada más que lo que le añadimos de golpe, mientras que la presencia de la persona, por el contrario, sería fuente constante de manifestaciones independientes de nosotros, que no cesarían de alterar y enriquecer la idea que tenemos de ella.

Por supuesto que hay que reconocer que la psicología más reciente ha hecho un esfuerzo meritorio para renovar sus ejemplos. Esta psicología es obra de la nueva generación de filósofos franceses, que ha descubierto súbitamente las salas de fiestas nocturnas, la Costa Azul, los trajes bien cortados, el ballet, el automóvil, el whisky, y que se ha dicho: “Bueno, después de todo, ¿por qué no?” Sus antecesores se vestían como curas de paisano [6.7], comían mal, liaban ellos mismos sus cigarrillos, se acostaban a las diez de la noche, ignoraban que se pudiera tener una amante, —al no ser políticos, empresarios o “artistas”—, pasaban sus vacaciones en la monotonía de una propiedad o pensión familiar y, en general, se sentían perdidos fuera de un aula, de una biblioteca o de su despacho de trabajo, —si se consagraban a la introspección y a los datos inmediatos de la conciencia—, o bien a su laboratorio de ratones si eran partidarios del método objetivo. Lo que decían del amor, del placer, de la acción, de la amistad, olía a seminarista, a alumno modelo, a joven muy sensato. Consideraban un dialogo de Platón igual que la defensa de una tesis en la Sorbona o que una sesión en la Sociedad Francesa de Filosofía.

Los nuevos abrieron a la filosofía las puertas de las saunas, de los buenos restaurantes, de las habitaciones de hotel. Se pusieron a publicar sus libros en los mismos editores que los novelistas y los poetas, a hacer el amor, —o por lo menos a tener el firme propósito; trabajaron en los cafés, se arruinaron en taxis, aprendieron a bailar, a conducir, a nadar, a beber. Se les vio en los inauguraciones privadas de las exposiciones, en los pre—estrenos de las obras de teatro, y viajaron al extranjero con propósitos diferentes a los de acudir a congresos internacionales de filosofía. Se acostaron tarde, se pusieron corbatas caras, o no se las ponían en absoluto, escribieron en los periódicos, concedieron entrevistas a los semanarios ilustrados, en los que se vieron sus fotos entre las de las modelos y las de los magnates.

La psicología francesa tuvo a su disposición, al fin, nuevos ejemplos concretos. Ya no se pregunta inocentemente si, “subiendo por la calle Soufflot”, se perciben juntas o separadas las columnas del Panteón; si, “cuando el profesor da sus clases”, va desde las ideas a la palabra en tanto que los oyentes van desde su palabra a las ideas, o bien si no se debería ver allí un proceso único, inesperado y sutil; o también si la percepción confusa de los ruidos que le llegan de la calle “cuando está sentado en su despacho de trabajo” ha de ser considerada como una de las formas de atención.

No. A partir de entonces el psicólogo describía estructuras de conciencia relativas a su amiguita ausente, a sus deudas de juego, a su compañero impotente o alcohólico.

Por ello, en el seno de una obstinación muy arriesgada, un desbarajuste sistemático en todas las direcciones, los ejemplos se desinhibieron con valentía. ¿Son más vivaces? De ninguna manera, —por mucho que sean ejemplos de psicólogos, es decir estudiados, apañados sobre la marcha, mientras ellos están bien quietos. Solo hay una forma, para un ejemplo, de estar vivo, es estarlo efectivamente: quiero decir, como cuando Freud psicoanaliza a alguien, por ejemplo. El analizado está ante de él, en carne y hueso, no hace lo que el psicoanalista quiere, incluso puede marcharse. Exactamente como cuando cada uno de nosotros trata de comprender a otro, es la realidad la que habla, y no el psicólogo que está con su tercer libro.

En el punto de llegada de la “psicología como ciencia” más bien hay menos, y en cualquier caso no más, que en el punto de salida. El soslayar la “ciencia”, si no está basado en una implacable exigencia de originalidad y de rigor, solo sirve para fomentar el mínimo esfuerzo y aportar aureolas a análisis dudosos, romos o superfluos. Lo que es estéril es tratar de realizar, por ejemplo, un diccionario científico de términos sicológicos [6.8], desde el momento en que, de hecho, el contenido de cada uno de los artículos se supedita a la apreciación personal del redactor, a su experiencia, a sus lecturas, a los usos universitarios de su país o de su disciplina de base, y que bajo los epígrafes “esquizofrenia”, “melancolía”, “agresividad”, etc… no se encuentren más que definiciones bastante literarias, de lo más flexibles o absolutamente obvias. Lo poco de científico que ofrece la psicología proviene de las disciplinas de las que se rodea: neurología, psicoanálisis, medicina, psiquiatría, fisiología, disciplinas en las que, por otra parte, las certezas científicas tampoco abundan.

Podríamos elaborar también, por ejemplo, un vocabulario de crítica literaria en el que se recopilara los términos semi-técnicos y más o menos convencionales de los que hace uso una época para hablar de las letras. Pero sería abusivo querer presentar este vocabulario como una obra científica, y los términos definidos como indicativos de explicaciones exhaustivas verificadas de manera unánime. Y, asimismo, cada voz de la psicología siempre es la de una escuela, de una disciplina, del momento de un autor, y nunca está ni rigurosamente asentada ni unánimemente empleada y aceptada, porque nunca le corresponde ninguna realidad, rigurosamente conocida, de manera exacta. No vemos qué ha aportado la psicología de novedoso al conocimiento del hombre, ni que haya conseguido constituir un modo original de investigación, de modo que los psicólogos, ni más ni menos que los demás filósofos, no están dispensados de ser inteligentes so pretexto de ser psicólogos. De no ser así, el recurso a presuntas técnicas o métodos, para recaer, en definitiva, sobre miserables truismos, no impide que dichas conclusiones sean y perduren como miserables truismos [6.9].


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[6.1 Introduccion a la Epistemologia Genética, t. III., p. 57.

[6.2]  Materia y memoria.  

[6.3 La unidad de la Psicología, P.U.F., 1949.

 [6.4]  ¿Por qué conflictos? Se prejuzga con ello la explicación. 

[6.5NdT. No encuentro mejor traslación que esta: “ … complejos que se dan en un momento preciso de la acción...”.

[6.6]  NdT. En Bergson y sus discípulos, la experiencia del tiempo subjetivo, vivido por la conciencia, fuera de cualquier conceptualización y considerado cualitativamente, en contraposición al tiempo objetivo, medible, matemático, de la ciencia.

[6.7NdT. Puede tratarse de una mordaz alusión a Bergson, del que las imágenes que conozco ofrecen un aspecto ciertamente parecido.

[6.8]  Cf. H. Piéron, Vocabulario psicológico, 1953.  

[6.9Evito al lector una exposición, que sería demasiado fácil, sobre la inefable “caracterología” actual. Pero el drama es que estas pseudociencias invaden la prensa principal, pretenden gobernar la escuela, orientar la pedagogía y decidir, en la práctica, las vocaciones y las tendencias de las personas.


[196] "LA DERROTA DEL CONOCIMIENTO" (O, MEJOR, AL SOMETIMIENTO POR EL EMBRUTECIMIENTO)

    “…mi profesión nada confusa, sin comprender cuál es su cometido, transformada en mero servicio de guardería la más de las veces...”   ∞:...