2022/11/25

[156] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 3)

 3

«Los he conocido que filosofaban de forma mucho más docta que yo, pero su filosofía, por decirlo así, les era ajena»
J. J. Rousseau [3.1]

Un texto filosófico suele comenzar con la exposición sombría y despectiva de tesis banales, que se atribuyen a supuestos predecesores o a un “pensamiento elemental” forjado al efecto; exposición a la que de inmediato prosigue la afirmación _proferida con un tono no menos sombrío y brumoso_, de que la teoría del autor (que aún está por ver) se verá, con absoluta certeza, deformada y mal comprendida. Quien ha sabido elevar este método hasta alturas apocalípticas es, en la actualidad, Heidegger. Me refiero a ello más adelante. Pero el método es antiguo, y personajes mínimos lo emplean todos los días. En cuanto al “pensamiento elemental”, en otro tiempo llamado “sentido común”, tiene las espaldas anchas. Es aquel, por lo demás, cuyos fracasos están en el origen del pensamiento occidental, cuando, al verse ante el famoso palo quebrado en el agua y otros “errores de percepción”, en el alba de la filosofía griega, la mente humana titubeó sobre sus fundamentos y perdió toda confianza en el mundo exterior. Sin estas crueles decepciones, ni ustedes ni yo pensaríamos hoy. _Solo que los filósofos olvidan una cosa: el “pensamiento elemental” no existe. Es un mito, una abstracción forjada exprofeso para hacer de contrapeso a la correspondiente abstracción del “espíritu filosófico”. En el pensamiento se dan todos los grados y todos los tipos de simpleza. Un pastor de los Alpes, un comediante, un niño, un siervo del siglo XII, un mecánico de la Fiat, Correggio, Torricelli, Erik Satie, un negro Bambara, un indio Lacandón del bosque de Chiapas, un sumo sacerdote egipcio de la XVIII dinastía, el cazador [3.2] de Maxim’s ¿todos pertenecen a la misma categoría de “simpleza”? ¿Y al mismo apartado, el de no ser filósofos? Posiblemente no todos serán tan simples como se supone, ni todos de igual modo... Pero ¡qué cosechas del espíritu propicia el “pensamiento elemental”! Por ejemplo, el Sr. Merleau—Ponty, en un capítulo sobre el lenguaje [3.3], constata con infinita piedad que el pensamiento elemental (vean listado anterior) siempre cree que la formulación prosigue a la concepción del pensamiento, y enuncia, como una teoría completamente nueva, que ambos procesos están trabados, atribuyéndose así el mérito de una refutación que no ignora ningún candidato al título de bachiller y que, por otra parte, de entrada, era innecesaria. Es la introducción ideal: “¿Piensa Ud. esto? Pues vaya, ¡no!”, cuando jamás se pensó tal. —Ser original consiste, pues, en acometer prejuicios que nadie tiene. A continuación, los filósofos sustituyen estos prejuicios inexistentes por ideas generales, que tienen apariencia de novedad tan solo desde el punto de vista de las elucubraciones que refutan. La elucubración era inútil, la refutación lo es, pues, en la misma medida. La silla no está en la mente, dice Sartre [3.4]. ¿Pero quién ha pensado alguna vez que lo estuviera? De este modo, perogrulladas como la idea de “descripción” fenomenológica, como la de que cuando miro una silla, es en la silla en lo que en efecto me fijo, y no en su imagen mental; como la teoría fenomenológica de la evidencia, según la cual el error se revela por el “estallido” de una evidencia (que no ha sido menos auténtica) durante la vigencia de una evidencia superior, estas banalidades no pueden dar lugar a “nuevas” filosofías salvo con relación a filosofías aberrantes. La filosofía solo remite a la filosofía. La física no estuvo ni amenazada por Hume ni salvada por Kant. Ha sido exactamente lo que hubiera sido sin estos dos autores. Se dice que el papel histórico de Kant fue también el de prevenir el retorno de las metafísicas dogmáticas, de tipo leibniziano. Que no quepa duda: aunque ese retorno hubiera ocurrido, hubiera pasado completamente desapercibido.

También nos topamos con esa creencia simplista de nuestra civilización, —cuya filosofía propiamente dicha es probable que aparezca, además, como una representación totalmente menor, al contrario de lo que ocurrió con la civilización griega—, según la cual existiría un “espíritu filosófico” que sería independiente del conocimiento del objeto al que se refiere el discurso. Filosofar llega a ser una especie de función etérea, que exime de profundidad para hablar de psicología, de información para hablar de política, de vivir para hablar de la vida, de conocer para hablar del conocimiento, de existir para hablar del ser, de ver para hablar de la belleza, y de este modo se consigue escribir obras de estética, por ejemplo, con sensibilidad nula para empezar, conocimientos mediocres para proseguir, y la pretensión de resolverlo todo como meta. A pesar de todas las justificaciones “filosóficas” de esta paradoja, justificaciones que presuponen precisamente lo que está en cuestión, hay en esa arrogancia algo profundamente chocante, que se traduce en práctica por el divorcio que existe entre la filosofía tal como la practicamos y todos los demás aspectos de nuestra cultura, —ciencias, artes, literatura, política, etc…—, tales como se manifiestan de hecho.

Oí un día a un profesor de la Sorbona comentar a un estudiante que, si en los últimos cinco años había podido interesarse por otros libros que no fueran de filosofía, realmente no era un filósofo. Sin embargo, a mí me parece de una evidencia deslumbrante que, si únicamente se leen textos de filosofía, en modo alguno se puede ser filósofo.

Si un moralista, un crítico de arte, un periodista, hablan de una situación, de una obra, de un hecho, sólo deben, por así decirlo, contar con sus propios recursos. El interés de lo que dicen depende del alcance de su información, de la perspicacia y sutileza de sus análisis, de la precisión, de la riqueza y de la cantidad de sus ejemplos, de la claridad y solidez de sus síntesis. Es por referencia directa a aquello de lo que hablan por lo que el lector se convencerá o no, —en función, por supuesto, de sus propios conocimientos y de su propia inteligencia—, y por lo que en una u otra medida, asentirá. Y si las susodichas condiciones no se satisfacen, o lo son con excesiva superficialidad, se tendrá derecho a decir que el autor es elemental, incompetente, o estúpido. De antemano, el autor acepta ese riesgo honestamente y se expone a él.

En filosofía nada de ello. El nivel del ensayista o del crítico, que debería ser al menos el umbral a partir del cual la actividad filosófica se debiera practicar, se soslaya. Un filósofo comienza por prohibirle a Ud., en términos conminatorios, que le tome al pie de la letra, ya que si eso sucediera significaría siempre que hay otra cosa en su libro, un pasaje que le pasó desapercibido o que no habrá comprendido. Sin embargo, jalona involuntariamente sus escritos con pequeñas frases que suscitan las mayores inquietudes respecto de lo bien fundamentado de lo que dice: qué más da; su “espíritu filosófico” le avala; y en lugar de que sean sus razonamientos los que sostengan su filosofía, es su “filosofía” la que legitima sus ignorancias [3.5].

Heidegger declaró un día en una entrevista que Sartre era sin duda un gran escritor, pero no un filósofo. Esta apreciación se basa, me imagino, en que Sartre es capaz de salir del ámbito de la abstracción sin por ello enunciar únicamente banalidades. En El Ser y la Nada, en esa apoteosis de impaciencia, en ese libro que es como una carga a la desesperada, en el que parece que el autor, nada más escribir la primera línea ya tiembla por la urgencia de trazar la última; en el que quiere de modo constante tener en la misma mano los dos cabos de sus análisis para precipitarse al final de su párrafo, de su página, y de su capítulo; en este libro tan lineal en el fondo, tan poco dialéctico, hay, sobre algunas de las cosas que realmente importan al ser humano, páginas de una admirable profundidad. Esas páginas tienen tanto más calado porque, aun dependientes de la filosofía de Sartre, no basan únicamente su existencia en ella, sino que, por contra, por su propio valor, constituyen indicios a favor de esa filosofía. A la recíproca, la filosofía de Descartes, por ejemplo, no confiere al Tratado de las pasiones aquello de lo que carece: un conocimiento de las personas y un sentido la vida algo más sutiles. Desde este punto de vista casi se puede decir, en efecto, que Sartre es lo opuesto a un “filósofo” en el sentido clásico del término: en un “filósofo”, el sistema lo es todo, y los análisis concretos son de una pobreza que aflige; en Sartre, el sistema se discute, como todos los sistemas, y los análisis concretos son apasionantes y no tienen ninguna necesidad del sistema para subsistir. En resumen, Heidegger, ha sido muy certero al respecto y es probable que dentro de cincuenta años, —cuando nadie piense ni en la fenomenología ni en el existencialismo, excepto los candidatos a la agregaduría de filosofía (si todavía existe)—, se podrá extraer de El Ser y la Nada doscientas o trescientas páginas interesantes para todo el mundo, independientemente del sistema en cuya circunstancia se escribieron, mientras que de manera muy evidente será del todo imposible hacer lo mismo con Ser y Tiempo.

Por supuesto que los heideggerianos contestarán seguramente que estas páginas de Sartre sólo tienen un valor “óntico” o incluso —¡horror! —simplemente psicológico (es tan frecuente, ¿no es cierto?), dirán que son páginas de moralista, que Sartre sólo trata de “existencias” y no del “ser”. Únicamente surge una pequeña objeción, que Heidegger tampoco habla nunca del Ser, —a la vez que tampoco diga nada de extraordinario sobre las “existencias”—. Se sabe que el segundo volumen de Ser y Tiempo, que debía aportar la ontología heideggeriana propiamente dicha, no ha sido escrito: y nunca lo será [3.6]. Heidegger confía la consciencia del ser a la “Stimmung” [3.7], que, por supuesto, no hay que confundir con ninguno de los sentidos que se atribuye habitualmente a la voz “sentimiento” y que jamás es exactamente lo que Uds. podrían pensar que es. Los heideggerianos son, al respecto, de un pudor infinito y, con relación al capítulo de “la apertura al ser”, sólo conseguirán de ellos pestañeos y aires ofendidos. Qué importa; nos mantendremos abiertos al ser todo lo que haga falta. Pero si Heidegger no dice nada del Ser, sobre las “existencias”, sobre el “ajetreo” de la “existencia carente de autenticidad”, sobre “lo curioso” de esa misma existencia, que nos hace “brincar” de una existencia a otra con la esperanza de olvidar que olvidamos del Ser, solo enuncia algunos tópicos espiritualistas que hacen pensar en un Pascal esquemático y plano. Retomando las cantinelas del “humanismo” más insulso, lamenta el progreso científico logrado desde el Renacimiento y que nos desvía del Ser; condena la “locura técnica” de nuestra época [3.8], fingiendo confundir, como tantos otros, el maquinismo con el uso lucrativo e imperialista que se hace de él, y se conforma, para remediarlo, con una nostalgia hipócrita en un mundo preindustrial. De ese modo Heidegger puede sostener sobre la bomba atómica enunciados propios de una vieja dama de provincias [3.9]. En resumen, no sé lo que el autor de Ser y Tiempo tiene que decirnos sobre el Ser, ya que no nos lo dice, pero en cuanto a su idea y conocimiento de la vida, podríamos dirigir a Heidegger la amenaza que Kierkegaard ya blandía ante Hegel: enviarle a un joven para pedirle consejo.

Pero detengámonos; denigrar es fácil. Reconozcamos que la vida de los heideggerianos no siempre es divertida. Porque resulta muy penoso adherirse a una filosofía basada toda ella en la superación de lo óntico en lo ontológico, y que nada dice sobre qué es lo ontológico. Es lo que explica que, a la espera de la publicación del segundo volumen de Ser y Tiempo, los heideggerianos resulten tan susceptibles de humillar que parece que ya lo estén incluso antes de que hayan abierto la boca. —Que la existencia deba “superarse” hacia el ser de la existencia, que el Dasein sea el custodio del Ser, ya sea porque “haga pender” las existencias en el seno de la apertura al ser, ya sea porque él mismo sea esta apertura al ser y que de ese modo, por un develamiento libre, “deje ser” las existencias proyectándolas sobre el horizonte del ser o dejándolas surgir en él—, es algo que ninguna persona con una formación estándar podría negarse a admitir. Todo se remite pues a la cuestión del ser, —pero nada se nos dice sobre el ser. No será por no buscarlo. Los denodados esfuerzos de Heidegger para acercar al ser surgen de los propios títulos de sus escritos, de sus capítulos: siempre se trata de buscar con más profundidad, en retrospectiva, en suso, un “origen”, un “fundamento”, la “instauración” de este fundamento, la “esencia del origen de la instauración” etc… Pero estas fórmulas sólo “apuntan hacia” una verdad ontológica que “se esfuma”, se prestan a errores de interpretación que hacen del pensamiento heideggeriano un martirio perpetuo. El pensamiento de Heidegger, siempre más esencial, más fundamental, más primigenio, pero cada vez más deformado, más traicionado, más incomprendido, ¿se va a transformar, de modo brutal, en unos perifollos de palabras? Es a lo que se expone de no examinarse a la luz de su propósito. Es una filosofía de futuro, en cuanto que no esta concluida y la parte que falta es precisamente la esencial. El carácter rigurosamente tautológico del itinerario de Heidegger, que, cuando trata el ser, se limita a decirnos que la existencia surge en él, y, cuando trata de la existencia, nos dice que solo puede entenderse a la luz del ser, no debe impedirnos ver de cerca qué dice respecto de la existencia, puesto que solo es de la existencia de lo que siempre ha tratado explícitamente. La existencia, a la luz del ser, sin duda ha de verse de una manera completamente original, lo veremos más adelante.

Mientras tanto, el carácter tautológico del pensamiento de Heidegger puede apreciarse no sólo en el conjunto de su filosofía, sino en el propio detalle de las demostraciones, en las que por un extraño razonamiento —familiar a tantos filósofos—, lo que ha de probarse se transforma al cabo de algunas líneas, de manera imperceptible, en demostración de la idea a la que debía servir de demostración. Heidegger, lo repito, tiene en ello numerosos precursores, por ejemplo, Leibniz en los Ensayos de Teodicea, cuyo armazón dialéctico consiste en esto: 1º para demostrar que Dios es bueno es necesario probar que el mal absoluto no existe, que este mundo es el mejor posible; 2º ya que, si el mal existiera, Dios no sería bueno; 3º ahora bien es imposible que Dios sea malo, por lo cual el mal no existe en absoluto; 4º al no existir en absoluto el mal, Dios es bueno, etc…

La mayor parte de las veces, los filósofos también dicen que es preciso que una conclusión sea verdadera, sin lo cual dejaría de existir verdad, o la Razón se desmoronaría, o la libertad se pulverizaría, etc., … Todo el asunto consiste en saber si el valor de una filosofía se basa en el carácter encomiable de sus conclusiones o en la seguridad con la que las logra. Es lo que Leibniz olvidó en demasía [3.10]. En cuanto a Heidegger, es diferente.

Su método consiste en enunciar de entrada lo que está por demostrar; luego a formular la misma idea de cinco o seis formas que apenas difieren, limitándose a yuxtaponer frases unas tras otras. Para acabar, al comienzo de la última frase del párrafo, que repite la primera y todas las demás, simplemente escribe las palabras “en consecuencia”. 

Los heideggerianos están dispuestos a hacer muchas concesiones sobre el ser, las existencias, etc… Pero hay una cosa que perdura pese a todo, dicen, es el método, la técnica del pensamiento de Heidegger. Ahora bien, de hecho, ¿en qué consiste este método? Es una tautología con un punto de partida arbitrario.

...

PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[3.1]. Ensoñaciones de un paseante solitario. Tercer paseo. 
 
[3.2] NdT. “Le Chasseur de chez Maxim's” es el título de una película francesa de la que se han rodado varias versiones. En 1953 Henri Diamant—Berger acababa de rodar la suya.
 
[3.3Fenomenología de la Percepción. Primera Parte, VI.
 
[3.4]  Lo Imaginario, comienzo.
 
[3.5] Por ejemplo: “En nuestra época, en la que los maestros ya apenas mantienen talleres, la confusión de los artistas inmersos en una técnica común se manifiesta en el marco de tal grupo o de tal movimiento. A veces es muy difícil distinguir, por ejemplo, entre los cuadros cubistas, entre algunos Picasso, algunos Braque, algunos Juan Gris. Ninguna referencia subsiste (sic). Una técnica invasiva ha hecho inexpresable la originalidad.” R. Polin, De la originalidad en el arte. (Revue des Sciences Humaines, 1954). El mismo autor concluye: “La originalidad es la presencia contrastada de una libertad creativa… Pues afecta al principio de una creación única. El estilo de Velázquez, es Velázquez, el estilo de Manet, es Manet… captados, sentidos en su irrepetible creatividad. El estilo esquematiza la actitud existencial de una persona, frente al mundo natural y al mundo humano a la vez, y frente al mundo irreal que su obra significa”. Esta cita no es más que una muestra de un tipo de prosa que llena cada año miles de páginas de la Revue de Metaphysique et de Moral, de la Revue Phillosophique, de la Revue d’Esthétique, de la Révue de Filmologie, etc…
 
[3.6Por supuesto, se trata sin duda de una coletilla. Politzer tambi´en decía que la moral de Bergson jamás sería escrita y que no podía serlo. Ahora bien, las Dos Fuentes bien que se publicaron . Lo repito: en filosofía, en contra de lo que ocurre en todas las demás ramas de la actividad humana, un problema no permanece jamás sin solución. Bergson, es cierto, antes de elaborar las Dos Fuentes había declarado: “Nunca se está obligado a escribir un libro”. La posición de Heidegger es diferente: Ser y Tiempo se subtitula, de manera expresa, Primera parte.

[3.7] NdT. Stimmung: Estado de ánimo

[3.8 ] Kant y el problema de la metafísica, en definitiva.
 
[3.9De la esencia de la verdad; véase también el comentario de A. de Waelhens en Fenomenología y Verdad. p. 121.
 
[3.10] ¿No escribe a Arnaud en 1671: “Mi propio origen familiar me aconseja el esfuerzo por restablecer la moral, las bases del derecho y la equidad, con un poco más de claridad y certeza de las que  gozan habitualmente”?

2022/11/18

[155] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 2)

 Nota preliminar al Cap. 2.

El Cap. 2 se ofrece en su integridad. Su extensión, poco más de 3 mil palabras, me anima a preservar y ofrecer la continuidad de su lectura. 

2 

«Voy a tientas con Descartes y sus extravíos ciertamente sublimes, pero frívolas novelas» 
El Vergel de Charmettes. J. J. Rousseau

 

«El Cogito [2.1sólo depara lo que se le solicita», escribe Sartre en El Ser y la Nada [2.2]. «Descartes lo había analizado con atención en su aspecto funcional: «Dudo, pienso» y, por pretender pasar sin hilo conductor de este aspecto funcional a la dialéctica existencial, cayó en el error substancialista [2.3]. Husserl, advertido de este error, se mantuvo temeroso en el plano de la descripción funcional. Por ello, jamás superó la pura descripción de la apariencia como tal, se encerró en el “cogito”; pese a sus negativas, merece ser llamado fenomenista en lugar de fenomenólogo, y su fenomenismo roza a cada instante el idealismo Kantiano. Heidegger, al querer evitar este fenomenismo de la descripción que conduce al aislamiento mégarico y antidialéctico de las esencias, aborda directamente la analítica existencial sin pasar por el “cogito”. Pero el “Dasein” [2.4], al haber sido privado desde el principio de la dimensión consciente, jamás podrá recuperar esa dimensión. Heidegger dota a la realidad humana de una comprensión que define, etc…»


Curioso lenguaje que, diríase, evoca el alpinismo, la agricultura o el arte militar. Se “pasa”, se “cae”, se “roza”; el cogito nos “depara” resultados; se toman “hilos conductores”. El error sustancialista se abre bajo nuestros pasos, como una sima cuya existencia sería independiente de nosotros desde el principio. Se “permanece temeroso”, se “supera”, se “encierra”. Se “priva” al “Dasein” de una dimensión (¡estupendo!), pero se “recupera” y se “dota”.

¿Se trata de pensamiento humano, o de un atleta que se lanza al sprint final, de un hombre de negocios que busca hacer frente a sus vencimientos, de un político que trabaja en la formación de un gabinete ministerial? Sartre, en otras ocasiones tan intransigente con la “cosificación” del psicoanálisis o de la historia de la literatura [2.5], ¿no ve que lo que hace en este pasaje es exactamente tratar las ideas como cosas? En lugar de hablar de aquello de lo que queremos hablar y de expresar nuestras ideas, tomamos expresiones extraídas de fragmentos de sistemas, las ponemos como entidades con vida propia, y con ellas nos dedicamos a una especie de trabajo de compostura, a un intercambio de notas diplomáticas, a un juego de compensaciones, a laboriosas negociaciones. La filosofía, concebida en principio para superar el nivel de la mera opinión y del sentido común innato, parece apelar ahora a ese sentido común incluso pidiendo socorro, para pedirle que “haga el meritoriaje” de la metafísica, a fin de congregar el número necesario de opiniones, de reparar o enviar a la chatarra una colección de máquinas a las que siempre les falta una pieza, o un lubricante específico.

Para justificar tal modo de filosofar, deberíamos presentarlo en definitiva como el objeto de una especie de satisfacción estética (¡y no es raro oír esa justificación!), es decir, justo para todo lo contrario de lo que es. De entrada, Sres., si me lo permiten, para satisfacciones estéticas, lo menos que se puede decir es que las hay mucho mejores por ahí fuera. A continuación, que el arte es una cierta manera de escapar de la arbitrariedad la filosofía es otra, bajo cuya mirada el propio arte cae en el ámbito, si no de lo arbitrario, al menos del mínimo rigor. Ahora bien, en nuestra cultura, por contra, es posible que lo más arbitrario que existe sea la filosofía. Madame Bovary es menos arbitraria que la Ciencia de la Lógica de Hegel. Los sistemas filosóficos tratan de ser lo que hay más cercano a lo inmutable, y resultan ser lo que cae en desuso con mayor rapidez.

Sin duda que esto procede de que la mayor parte de los escritores filosóficos no se conforman con decir algo sin querer, a la vez, decirlo todo. La mayor parte de las personas están bastante satisfechas si son capaces de decir algo. Sócrates se conformaba con ser capaz de decir algunas cosas importantes, y Heráclito decía: “Voy a hablar de todo”, pero no decía: “Voy a expresarlo todo”. Porque, parece ser que, para filosofar, la condición es expresar sólo aquello de lo que se está seguro, y en absoluto la de estar seguro de todo. Así es como tantos filósofos, tomando el propósito por hecho, no consienten comenzar a hablar salvo caso de una explicación completa y definitiva de las cosas. Ahora bien, Spinoza no podía decirlo todo sobre el Mundo, o Hegel sobre la Historia, simplemente porque el estado de los conocimientos de su tiempo no se lo permitía, —al igual que no nos lo permite el estado de los nuestros—. Pero a los filósofos no son amigos de esperas: quieren decirlo todo y de inmediato.

Ahora bien, cuando se carece de un saber basado en la experiencia, la construcción que lo sustituye es una opinión. Es muy bueno tener opiniones, e interpretar, pero lo que se opone a la filosofía es presentar opiniones por certezas. El moralista, el ensayista, carecen de cortapisas y aceptan situarse de inmediato en el plano de la opinión. Solo reclaman para sus ideas la aceptación que corresponde al interés que ofrecen y a las consideraciones que las sustentan. Un comentarista puede ser parcialmente sólido. Una sola observación certera, en medio de un fárrago, basta para darle cierto interés. Pero decir de Spinoza que a veces se queda en palabrería, es matarlo.

No obstante, esta pretensión de decirlo todo conlleva un estilo que (dejemos de lado por el momento los orígenes teológicos del asunto) se impuso en la filosofía sobre todo tras Descartes. Descartes comienza por hacer el vacío; luego, en ese vacío de todo prejuicio, genera una evidencia, y, a partir y sobre el modelo de la certeza surgida de esa evidencia, trata de desarrollar una sucesión de certezas tan irrefutables en sí mismas como en la concatenación que les impone entre sí. —Más tarde, entre Kant y Hegel, entre Ser y Tiempo y El Ser y la Nada, solo se filosofó para ser definitivo. Kant “deduce” las categorías, Hegel “pasa” necesariamente de un “instante” al otro, Heidegger “devela” al ser de la existencia, y se sobreentiende en cada línea que, si cometen el mínimo error, la filosofía deja de existir.

Decirlo todo; de inmediato; y de la única manera posible de decirlo.

Pero no atisbo esta sombría intransigencia ni en Platón ni en Aristóteles, por ejemplo. En todo momento se percibe en ellos que admiten con naturalidad que pueda haber algo en lo que no ha pensado, o que les fuera desconocido [2.6]. Aristóteles es tan enciclopédico como se pueda ser en un determinado estado de conocimientos: pero en ningún momento conmina a que la humanidad escoja entre él y el final del pensamiento. Si fuera el caso, sería por el carácter demostrativo de sus argumentos por lo que pensaría que debiera de ser, carácter que nos deja enjuiciar libremente.

Por contra no pretendo llevar estas escasas observaciones hasta la cuestión de saber si la filosofía ha de ser siempre sistemática o puede no serlo. A mi entender la cuestión no es tener que elegir entre una filosofía sistemática y una filosofía no sistemática. Es precisamente Aristóteles, refiere Diógenes Laercio, cuando un pastelero le preguntó si para un pastel prefería que usara una pasta dura o una pasta blanda, quien preguntó a su vez si no era posible usar una que fuera buena. No veo por qué la esencia de la filosofía sea la de ser sistemática; me parece que en principio la esencia de la filosofía es la ser verdadera. En cuanto al sistema, se trata en principio de saber qué se ha de entender por tal, y si es cuestión de un sistema que tenga carácter de integridad en extensión o que sea un modo sistemático de pensar; si ser universal es decirlo todo, o decir cosas que tengan un sentido universal. En este supuesto la totalidad en extensión derivaría, cuando el estado del saber, del pensamiento y de la civilización de una época lo permitiera. No siempre es el caso. Decir que lo consustancial a la filosofía es ser siempre sistemática es tan falso como lo sería afirmar que ser clásico siempre es consustancial al arte.

Por otra parte, este postulado filosófico perjudica aquello que puedan ofrecer de interesante los textos de los filósofos. La Estética de Hegel, por ejemplo, tiene un carácter excepcionalmente poderoso. Hay verdad y error, gran cantidad de ideas profundas, tanto más asombrosas por cuanto que Hegel conocía muy pocas obras de arte de manera directa. Pero el defecto fundamental de estas Lecciones es que las ideas más valiosas se presentan exactamente igual que las ideas falsas, o basadas en una información insuficiente, como surgiendo, en virtud de un proceso dialéctico, de una filosofía del arte. Es lo que, en principio, es erróneo, puesto que no es así como Hegel halla sus mejores ideas, y lo que, de inmediato, transforma en errores, en el contexto general, incluso las descripciones más certeras. Tomadas en sí, estas descripciones son a menudo apasionantes y profundas (sobre las pirámides egipcias, los templos griegos, la pintura romántica —o lo que Hegel llama la pintura romántica, —sobre la épica, etc…); presentadas, al estilo del autor, como necesarias, exhaustivas y definitivas, como genéticamente jerarquizadas por la propia historia de la toma de conciencia de su objeto, en virtud de un proceso que sería externo y superior a la inteligencia, a la documentación y al gusto personales de Hegel, son falsas [2.7].

Abordamos aquí otra de las ilusiones más tenaces de la tradición y de la formación filosófica, que consiste en creer que el pensamiento del filósofo es, por naturaleza, diferente a las restantes formas de pensamiento del hombre y sobre el hombre. Es tomar, otra vez, por un privilegio evidente, y del que se dispone “ab initio”, lo que en realidad es la meta a alcanzar. Un pensamiento no está a salvo de los errores e ignorancias comunes porque sea “filosófico”, es decir, porque hable de cuestiones “filosóficas”. Llega a ser filosófico en la medida en que, en cuanto que, y mientras que elimine las gratuidades e inconsistencias del reino de la opinión. Un "método” filosófico no es una patente de corso que permite avanzar sin cautela, es sólo la manera en la que se avanza, y el modo de aplicar los principios y el programa que establece el propio método. Hablar de “descripción” fenomenológica no resuelve el problema, pero lo plantea. Para describir, hay que ver, y ver remite a las condiciones iniciales y generales, a todos los peligros del olvido, a todas las lagunas posibles de la información, a todas las bobadas esperadas e inesperadas. De otro modo el filósofo cae por debajo del moralista al que tanto desprecia. Porque, por hacer uso del vocabulario del Ménon, el moralista busca al menos “la recta opinión”. No hablará demasiado —porque no será tomado muy en serio—de política o de bellas artes si se sabe ignorante. Pero la filosofía ¿sería un modo de ocultar su ignorancia, y el filósofo hablará de política o de bellas artes, sin saber gran cosa, so pretexto, como dice Kierkegaard, de que “ha comprendido el Sistema”? ¿O acaso no es exactamente de sus conocimientos, de sus gustos, de su capacidad personal de reflexión, de lo que depende el valor de lo que el filósofo dice sobre política o bellas artes? Tiene que ponerse en la tesitura de moralista antes que en la de filósofo. Lo que constituye el carácter filosófico viene a continuación; es una mayor precisión, y no lo que la dispensa. Antes de ser algo diferente, esto comienza por ser —o por ser capaz de ser—, lo mismo, pero en más difícil.

Filosofar no es regir los conocimientos del resto del género humano como rige un lejano terrateniente las posesiones que administra de manera indolente sin visitarlas nunca. A menudo estamos tentados a decir a un filósofo tan universal como Hegel, leyendo su Filosofía del Derecho por ejemplo, que un filósofo que adopta cautelas tan grandes para distinguir, en su método, la categoría del ejemplo, debería evitar elevar a categoría un ejemplo particular, y mal escogido, para hacerlo la clave de un momento dialéctico decisivo: por ejemplo, en su teoría del Estado, infiere en estos términos la “necesidad” de dos asambleas parlamentarias: “De los dos aspectos contenidos en el elemento representativo, cada uno aporta en el debate un matiz particular, y como, además, uno de esos elementos tiene por función específica la mediación en esa esfera, mediación que se materializa entre entes, se deduce que cada uno debe tener una existencia separada. La asamblea representativa debe tener pues dos cámaras”. (Principios Filosofía del Derecho, § 312.) Es por su propia necesidad por lo que la dialéctica de Hegel se despliega, pero de manera extraña esa necesidad va a parar sobre ejemplos concretos surgidos en otras partes de la Historia, al menos en la Historia que conocía Hegel, —y no podía conocerlo todo, —o que el aceptaba, y no aceptaba todo: sin duda no aceptaba, en concreto, el régimen de asamblea única del que la Convención revolucionaria dio ejemplo. Por consiguiente, nociones aparentemente deducidas filosóficamente en el Sistema son, de hecho, de segunda mano, o para salir del paso.

 

Es cierto que los eruditos y los historiadores han infligido a la filosofía, desde hace dos siglos, tan severas y humillantes correcciones que ha sido constreñida a refrenar su tendencia a dictar a la ciencia y a la Historia sus deberes. Fuerte era la tentación de hacerlo en lo siglos XVII y XVIII, e incluso a comienzos del XIX, en presencia de ciencias jóvenes y a veces dubitativas, de las que era fácil tomar resultados parciales como estímulos para el pensamiento, sin ceñirse a su rigor. Tal ardid no es posible con unas ciencias llegadas a la madurez. No es posible, pero sigue siendo muy practicado...

La mayor parte de los problemas que la filosofía se planteaba en los siglos XVII y XVIII han sido resueltos —o pulverizados— por la física, por el psicoanálisis, por la economía política, por la historia, por la biología y… por los acontecimientos.

Filosofar no puede consistir en suplantar las ciencias naturales y humanas, y si la actitud filosófica trata de buscar el significado de la existencia para la persona, y, de las ciencias que forman parte de ella, a extraer de lo que hacen las personas una respuesta para cada una, hacer ontología no consiste en hablar de un “Ser” que no existe más que en la medida en que se ignora todo lo demás, ni tampoco de un Ser que sólo comenzaría a esbozarse cuando se hubiera dominado todo lo demás. Esas son dos maneras de decirlo todo que no dicen nada. En el primer caso se cuestiona un ser que es una ausencia, que no se “desvela” sino “esfumándose” como dice muy precisamente Heidegger; en el segundo hallamos todas las incertidumbres de las filosofías enciclopédicas, incertidumbres demasiado conocidas a partir de Hegel.

Si la filosofía, como a menudo se oye decir, consiste en analizar las diferentes actividades de las personas, —en el orden teórico, práctico, estético, histórico o cotidiano—, no por sí y sus resultados sino para entender la estructura, los cimientos y el sentido relativo al conjunto de la existencia humana, entonces es evidente que ese análisis filosófico no puede tener valor sino sobre la base de una cualificación, en cada campo considerado, por lo menos equivalente o idéntica a la del especialista, y merced a una cierta sensibilidad acerca de lo que es la persona.

 

Esto quiere decir: 1º entender y conocer aquello de lo que se habla; 2º hablar de ello con relación a la persona, y por tanto tener cierta familiaridad con ella.

De manera que en estos momentos la filosofía no puede suplantar los conocimientos positivos, ni evitarlos. Suplantar el positivismo se llama ignorancia; evitarlo, ilusión. Pero a los filósofos no les gusta dejarse encerrar en dilemas: se organizan, vamos a verlo, un saber sui generis.

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.



[2.1]. NdT. Experiencia esencial del sujeto pensante.

[2.2] El Ser y la Nada.

[2.3] NdT. Sustancialismo [Por oposición a fenomenismo]. Doctrina que admite la existencia de realidades permanentes o de aquello que es de por sí.

Fenomenismo. Doctrina según la cual solo existen fenómenos, suprimiéndose la idea de substancia, de ser de por sí .

La fenomenología es el estudio de las esencias, de lo que es el ser. Es también una filosofía que reubica las esencias en la existencia y no supone que se pueda entender la persona et el mundo de otra manera que a partir de su «facticidad». MERLEAU-PONTY, Fenomenología de la percepción.

[2.4NdT. «Esos rasgos que constituyen «la esencia» del «Dasein», la estructura o el ser de la existencia humane, Heidegger…» (R. Vernaux, Lecciones sobre existencialismo)

[2.5El Ser y la Nada. [NdT. Chosisme. Doctrina que, por sistema, considera las ideas o los conceptos como cosas.]

[2.6]“A veces, lo reconozco, el pensamiento me atormentó con que posiblemente había que admitir (Ideas) para todo. Pero apenas me detuve en ello que me di la vuelta a toda prisa, por miedo a ir a perderme en algún abismo de necedad”. Platón (Parménides). Es una persona falible la que habla, con sus dudas y su sentido del ridículo. 

[2.7]Y las descripciones que son falsas en sí mismas, ¿comprometen toda la obra o deben ser consideradas como tropiezos? Hegel reprocha a la Fedra de Racine no ser un verdadero personaje trágico porque ejecuta acciones de las que sería responsable Énone (Esthétique. Trad. Jankélevitch, t. I, p. 282). Es decir, Hegel no comprendió nada de la obra. Estupendo: no podemos entenderlo todo. Lo lamentable es que esta misma opinión se inserta en una teoría general del Pathos, en sí misma esencial en toda la estética hegeliana. Si se emplean ciertas muletas de la filosofía, por ejemplo, invocar lo que se ha dicho en otro lugar para resolver ciertas cuestiones delicadas, entonces hay que atenerse a las consecuencias: si todo se soporta entre sí, con que algo sea falso, todo es falso.

2022/11/12

[154] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 1. 2ª parte)

  

¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?

JEAN FRANÇOIS REVEL

TRADUCCIÓN DE FERNANDO CARO. DIC. 2020.

(2ª parte) 

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Es lo primero que emana del propio estilo de la historia de la filosofía, de la más competente, de la más concienzuda historia de la filosofía. He aquí un ejemplo, de mano de un eminente historiador [1.5]. Se trata del papel y de la naturaleza del sujeto pensante en Aristóteles, de la teoría del “sensus communis” que unifica, según este filósofo, los datos de los diferentes sentidos concretos. Nuestro historiador escribe: “Previamente, Aristóteles había dilucidado: el objeto [material] del sentido común consiste en cosas perceptibles; y por ello la facultad que las compara y distingue debe ser un sentido. Así que ha reconocido que el acto de distinguir es un juicio; y, puesto que el juicio es una acción propia de la inteligencia, Aristóteles completa la determinación del sentido común diciendo que no solo es un sentido, sino que, en cierta medida, es también inteligencia; en otros términos, es la facultad mediadora entre percepción e inteligencia, y gracias a él es como se puede establecer la continuidad entre ambas facultades que permanecían separadas y contrapuestas en la psicología platónica”.



Ahora bien, conviene destacar que, en toda esta teoría, Aristóteles sólo enuncia de manera puramente verbal aquello que debería permitir explicar la naturaleza del sujeto pensante. La cuestión se presenta como respuesta. Y el artificio del historiador consiste en levantar acta de las conclusiones más imprecisas (“completa la determinación”, “en cierta medida”) como si fueran definitivas, y a proseguir, sin más espera, su exposición; de manera que al cabo de muy pocas páginas la historia de una doctrina pretérita no tiene ningún sentido para un lector actual, puesto que en todo momento se supone demostrado lo que no lo está o ni siquiera es susceptible de serlo. El lector va de decepción en decepción, mientras que el historiador vuela de éxito en éxito. En efecto, el Sr. Mondolfo prosigue: “El «yo siento» del sentido común también significa «yo pienso»; y de este modo, con Aristóteles, la unidad de la conciencia subjetiva en la continuidad de los grados de su desarrollo y de las formas de su actividad ocupa el lugar de la división del alma en partes separadas”.

“Ocupa el lugar”. Observen el correlato positivo, fáctico. Se trata de un cambio real, de un progreso tangible, igual que se dice que un régimen político sucede a otro. Y tras este cambio el historiador consigna con satisfacción el carácter inamovible, y sobre todo total, del éxito obtenido: “Por la unidad del sujeto, que así se puede afirmar plenamente, se hace posible y comprensible su actividad sintética en el conocer”. ¿Y qué es lo que permite a esta “unidad del sujeto” “afirmarse plenamente”? ¿Qué es lo que hace posible esta plenitud? Pues bien, una vez más, su necesidad. Nadie está obligado a decir en qué consiste. El requisito hace las veces de solución. En una frase absolutamente típica de los historiadores de la filosofía, el Sr. Mondolfo añade: “Aristóteles insiste [1.6]en este exigencia de unidad para eliminar completamente la doble dificultad constituida por, etc…”

Ya no sabemos muy bien bajo qué punto de vista escribe el historiador. ¿Desde el punto de vista de los contemporáneos del autor? Pero los contemporáneos jamás toman tan en serio un autor como lo hace el historiador. ¿Desde el punto de vista del lector actual? Pero el historiador no trata de decir qué significarían para nosotros los problemas del autor, ni si significarían algo. El historiador describe, como se describiría una cadena montañosa. “A grandes rasgos (escribe otro historiador de la filosofía, más eminente [1.7aún, hablando de Malebranche y de Berkeley) el problema del fundamento del objeto parece plantearse en términos análogos en uno y en otro. Ambos sólo tienen que ver con un universo de representaciones en el yo, y ambos deben, sin ningún recurso a una sustancia externa (...) explicar la realidad de un mundo de objetos” ¡Admirable manera de expresarse! Más aún que antes en el Sr. Mondolfo, la confusión entre el lenguaje del que se hace uso para exponer hechos y el que se emplea para analizar teorías se eleva aquí a su cúspide. “Sólo tienen que ver” … “ambos deben” .... ¿Pero por qué? ¿Quién les obliga? Eso es lo que habría que explicar, ya sea desde un punto de vista aceptable y comprensible por nosotros, ya sea en el marco de una historia de las ideas contemporáneas de los autores; y en absoluto sobreentendiendo como obvios, en una especie de limbo de la historia de la filosofía, − y esto, incluso cuando se trata de discutir muy rigurosamente un sistema −, los puntos de partida que permiten a una teoría existir o no; que permiten que tenga un sentido o que no lo tenga[1.8].

Quizás una especie de hegelianismo brutal y lapidario haya entrado en nuestras costumbres, y nos hace creer en la necesidad filosófica de toda idea surgida en un momento u otro. Ya que, por supuesto, toda doctrina tiene una razón de ser, pero se trata de saber si esta razón de ser es filosófica en su integridad... Parece que demos prueba al respecto, lo repito, de menos libertad de apreciación, de frescura de reacción y de sentido crítico que los propios contemporáneos de los autores, que se cuidan muy mucho de creer siempre en las razones en apariencia filosóficas que esos autores declaran para sostener tal o cual doctrina. Habría que escribir, por ejemplo, toda una historia de las pruebas filosóficas de la existencia de Dios. Nada más ridículo que ver a esos filósofos clásicos, Descartes o Leibniz, fingiendo no partir de ningún supuesto, deducir de su punto de partida tan solo las ideas que emanan de él de manera necesaria; ir a parar, como por casualidad, sobre el Dios antropomórfico de su religión y de su teología. Malebranche, en las Conversaciones sobre la metafísica y la religión, tampoco vacila en poner en boca de Teodoro (que le representa a él, lo sabemos) la siguiente respuesta:

Ariste (a Teodoro): Ud. siempre recurre a los dogmas para salir del apuro; eso no es filosofar.

Theodore: Qué quiere usted, Ariste, saco provecho de ello ...”

Esos filósofos desconocen la idea de que la falta de ciertos conocimientos “a posteriori”, todavía no alcanzados, impide edificar un sistema de explicación completo, pero el “a posteriori” campea en pleno centro de su filosofía bajo su peor forma: el del prejuicio disfrazado de resultado científico. Todos sus argumentos finalmente convergen en el de que es precisa una explicación. No cabe duda de que haga falta una. ¿Pero esto quiere decir que se sea capaz de ofrecerla sobre la marcha? ¿Y por qué adoptaría, precisamente, ese aspecto? ¿Por qué no podría ser de otro tenor muy diferente, o tal que no sólo no pudiéramos aportarla, sino que no pudiéramos imaginarnos cómo será?

La historia de la filosofía identifica con excesiva generosidad la evolución del pensamiento humano con la secuencia académica de las doctrinas. Leemos frecuentemente expresiones como: “Tras Descartes, resultó imposible…”; “Berkeley hizo definitivamente justicia con…”. Razonamos de ese modo como si cada obra de filosofía llegara a ser, tras su aparición, la manera de pensar de toda la humanidad. Ahora bien, para que Berkeley, por ejemplo, pueda ser legítimamente considerado como “un hito en la evolución del pensamiento occidental”, hubiera sido necesario que sus ideas se hubiesen difundido de modo efectivo, hubiesen surtido efecto de manera real (como las de Confucio, Lutero, Rousseau, Marx, y qué sé yo [1.9]), y no que la casi totalidad de las personas, salvo cinco o seis autores de manuales, se hayan preocupado de él tanto como de su primer calzón y no tuvieran la mínima idea de aquello por lo que él trataba de preocuparse.

En nuestra tradición filosófica, tal y como la imponen los varios miles de obras que de hecho la contienen, una inversión de sentido ha dado lugar a que los filósofos no nos inviten a otra cosa que a entender su propio sistema. Ahora bien, un sistema filosófico no se formula para ser entendido: se formula para hacer entender.

Lo olvidamos en exceso, y es por lo que hablamos de preparación, de técnica, de vocabulario; si la discusión puede comenzar es porque en un autor siempre hay algo que todavía no se comprende bien del todo. Y también por lo que el profano de quien hablábamos al principio tiene razón frente al filósofo. Pero la parte más penosa de nuestra tarea la tenemos aún por delante, porque, ¡ay!, el profano, ya muy decepcionado por verse rechazado so pretexto de no conocer el vocabulario, debe saber que, si por desgracia lo conociera, su decepción sería más espantosa aún... 

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción inicial, deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.



[1.5R. Mondolfo. La unidad del sujeto en la gnoseología de Aristóteles (Revue Philosophique, 1953).

[1.6Soy yo* quien destaca. (* JF Revel) 

[1.7M. Guéroult. Percepción, idea, objeto y cosa en Berkeley (Revue Philosophique, 1953) 

[1.8Otra obra reciente, sobre la Lógica de Hegel (J. Hyppolite: Lógica y existencia) está escrita de cabo a rabo de un modo meramente narrativo, que como punto de partida conviene en aceptar lo que Hegel quiere demostrar. A partir de ese momento sólo se trata de entender a Hegel, y no de preguntarse lo que Hegel puede darnos a entender. Falta por saber si la historia de la filosofía puede limitarse a ser una paráfrasis. 

[ 1.9] NdT. Sorprende que JF Revel omita en esa relación a Jesucristo, cuyas ideas tuvieron una difusión efectiva, y surtieron un efecto real , de un alcance singular e indiscutible.  

[196] "LA DERROTA DEL CONOCIMIENTO" (O, MEJOR, AL SOMETIMIENTO POR EL EMBRUTECIMIENTO)

    “…mi profesión nada confusa, sin comprender cuál es su cometido, transformada en mero servicio de guardería la más de las veces...”   ∞:...