2023/01/20

[164] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 6. 3ª PARTE)

 (3ª parte) 

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Nos hallamos, pues, ante tres líneas de pensamiento:

1ª Una psicología que va de lo particular a lo general sin demostración, por interés personal (Montaigne, Pascal, etc…).

2º Una psicología, también sin demostración, que va de lo universal a lo universal sin éxito alguno en la explicación de lo concreto, por interés general (psicología clásica y funcional, estructuras, etc... véase Crítica..., de Politzer).

 

3º La filosofía, que desprecia profundamente la psicología, en el primer sentido, aunque sin legitimidad puesto que ella misma no es sino un disfraz del particular en universal, sin aceptar nunca sin recelo la verificación del particular, y que a resultas ha generado esa especie de monstruo que es la psicología —en el segundo sentido—, es decir, una psicología a la que la filosofía no concede plenos derechos más que después de haber expulsado todo contenido particular, relegándola a un rango inferior, prohibiéndole filosofar hablando con propiedad, pero tolerando su presencia silenciosa en el seno de la familia filosófica, siquiera para poder, de vez en cuando, empaparla de injurias —o incluso condescender a reconocerle “el interés incuestionable” de algunos de sus “descubrimientos”, interés que, por descontado, aparece sólo a condición de que la filosofía retome enteramente las cosas por su base con el fin de conferirles su verdadero sentido. De ese modo se ha admitido la psicología, mientras se la exorciza y niega por completo bajo su aspecto inmutable y ordinario; se ha creado un amortiguador suplementario entre la filosofía y el mundo, para impedir en lo posible la vuelta de esos instantes horriblemente imprevisibles en los que un filósofo se encuentra cara a cara con un no filósofo más inteligente que él.

La oposición clásica entre el moralista y el filósofo descansa sobre la de lo particular y lo general. Ahora bien, en una psicología auténtica, lo particular y lo general, en sentido estricto, no se contraponen, no deben oponerse. En contra de la idea de Descartes, existen psicologías a la vez muy generales que permiten, en la visión que aportan, captar el más preciso de los detalles dándole su significado. Es en ese sentido en el que se habla de una “psicología de” tal autor: de Dostoievski, de Pascal, de Proust o de Racine. Comprensiones que son a la vez una visión completa de la persona desde los puntos de vista moral, físico, social y psicológico, etc… y visión de la persona inmersa en los detalles, a través de estos. La prueba de que lo general no se opone a lo particular, y que puede ser elaborado científicamente, nos la proporciona Freud. Ciertas o falsas, porque, más o menos completas o certeras, esas generalizaciones al menos explican algo, porque en este caso lo general no expresa únicamente la incapacidad de captar lo particular, sino al contrario, una gran capacidad para captarlo. Siempre fue est distintivo de los grandes psicólogos, que en ellos el valor de lo general está en razón directa (y no inversa, como es el caso de los falsos psicólogos) a la riqueza del detalle (que no está allí únicamente para servir de “ejemplo”). En modo alguno quiero decir que la psicología deba limitarse a lo anecdótico, como lo declaraban los filósofos que tienen la clave de las contradicciones elementales. Bergson no es ni anecdótico ni general: simplemente no va al grano. Ahí radica todo el problema: para poder saber si una psicología es cierta o falsa, lo primero que hace falta es, lisa y llanamente, que sea psicología, punto. La psicología de Montaigne es tal vez cierta o falsa, o tanto lo uno como lo otro, o arbitrara, todo lo que se quiera, pero Montaigne se desenvuelve en el ámbito de la psicología.

Es de destacar que sea la especialidad de la psicología del niño (Piaget, Wallon, etc…) el único ámbito (aparte del psicoanálisis) en el que en nuestra época se ha conseguido establecer una psicología a la vez general y concreta, de estilo sistemático y universitario. En ella, precisamente, encontramos ideas generales que no son perogrulladas y unos casos particulares a los que estas ideas generales realmente se aplican. Ahora bien, es bastante fácil comprender por qué: porque la psicología del niño, por ser el estudio de un desarrollo, trata (como el psicoanálisis) de acontecimientos. Lo que también es el caso de otra especialidad en la que la psicología contemporánea ha conseguido decir algo, el estudio de la afasia, de las confusiones del lenguaje y de la conducta significativa en neurofisiología: ahí también se trata de individuos que tienen una historia, en la cual hay un antes y un después, una aparición y una evolución del síndrome, agravamientos o adaptaciones, etc… La única gran lección del fracaso total de la psicología filosófica y académica, y de su hundimiento en la puerilidad o en el refinamiento literario, es que nunca hay que olvidar que la psicología es siempre psicología de acontecimientos o surgida de hechos acaecidos; de sucesos que tienen lugar en vidas determinadas de individuos determinados, y jamás, lo dije antes y lo repito, bajo forma de “ejemplos” filosóficos despersonalizados, que son sólo el espejo en el que se refleja la teoría. Es en el suceso percibido, sentido, y comprendido por los novelistas y moralistas, suceso que no deriva en absoluto de un “otro” cualesquiera, como dicen los filósofos, sino de un otro, (hoy en día los filósofos comprenden al “otro”, pero nadie más), es en el hecho cierto, pues —lo que Politzer denomina “el drama”— donde desaparece, en psicología, la oposición filosófica entre lo particular y lo universal. Un detalle preciso bien comprendido se generaliza mucho más rápidamente que una teoría general que es falsa en todos sus detalles. El detalle preciso bien comprendido, por ser real, constituye (como lo ha mostrado el psicoanálisis) una llave que conduce rápidamente a otras constataciones. Una vez más, no se trata, al decir esto, de proporcionar un criterio para distinguir en psicología lo cierto de lo falso, sino solamente para distinguir lo que es psicología de lo que no es. Freud (o Piaget o Wallon) pueden cometer errores, generalizar con excesiva rapidez, emplear un lenguaje poco adecuado, desembocar en hipótesis discutibles, pero son errores dentro de la psicología. No se trata por tanto de una elección entre un sistema y otro. No reprocho a los académicos como Bergson, Pradine o Merleau—Ponty (¡estas personas que se consideran tan diferentes entre sí y son tan parecidas!) que vean la realidad a través de un sistema: les reprocho el no verla en absoluto, ni a través de un sistema ni de otra manera. A la inversa, Montaigne es tal vez un “aficionado” (¿con relación a qué “profesión”, ¡cielos!?) pero, ni cuando se equivoca, Montaigne habla en vano.

La psicología académica hace pensar en un país en el que hubiera miles de obras teóricas sobre la pintura y ni un solo pintor. Viene luego alguien que pinta de verdad, que cuenta de verdad lo que pasa, un Rousseau o un Proust, los psicólogos lo expulsan al lado de los snobs, los bufones, tan solo porque no pusieron el arado delante de los bueyes. De ahí todos los falsos problemas clásicos que de manera sucesiva han ocupado a los profesionales desde hace cien años: el valor de la introspección, la psicología objetiva o subjetiva, o del comportamiento, o fenomenológica, o de las estructuras, o de los significados, etc… que hacen pensar en nadar fuera del agua. Todas estas distinciones son distinciones de psicólogos, absolutamente ajenas a una aproximación concreta a la persona.

Por el hecho de que Victor Cousin, al examinar su yo, no encontrara absolutamente nada como causa, Cournot concluía que la introspección no es científica...

Pero cuando Pascal escribe sus grandes textos sobre el tedio, el amor propio, etc… ¿practica la introspección, la descripción fenomenológica, una psicología energética o una toma de conciencia de los significados? ¿Es asociacionista o gestaltista? ¿Tiene una concepción atomista de la vida mental o sobre todo capta la estructura? Todo a la vez o nada, como nos plazca: no tiene importancia alguna; y no tiene ningún interés. Lo que importa, en primer lugar, es que descubre. Sin lo cual no hay nada. Los psicólogos se arrojan a la cabeza, entre sí, argumentos sobre el valor de sus principios respectivos, cuando estos principios no son ni ciertos ni falsos puesto que sus defensores no han descubierto nada todavía. De entrada, lo que cuenta es el valor de la meditación sobre los contenidos vividos y los acontecimientos, y no la forma bajo la cual se debería abordar el estudio, si es que existiera, por lo mismo que la medicina surge de la experiencia clínica y no de un cuerpo de principios destinados a confirmar o rebatir una concepción general de la salud. No estoy en contra de la teoría: me gusta por encima de todo. Pero a condición de que sea teoría de algo descubierto. La teoría freudiana del instinto es evidentemente un postulado, pero ¿qué importa?: Freud hizo descubrimientos y explicó hechos. Se puede, por tanto, discutir su teoría… porque ofrece materia de discusión, mientras que los psicólogos posteriores, que han vituperado el instinto freudiano, se equivocan, con una teoría tal vez más consistente, —pero consistente ¿con qué fin ? ¿Y dónde? En el limbo, probablemente. ¡Que solo se discutan los métodos que descubren!

Al respecto, por añadidura, la Crítica de los Fundamentos de la Psicología, de Politzer, no es lo bastante severa. ¿Por qué no se ha conseguido nunca hacer una psicología general que sea algo diferente a una serie de metáforas, cuyo poder de sugerencia (en el mejor de los casos) y la capacidad de renovar la perspectiva se agotan tan rápidamente? Porque, cosa extraña, es en ese dominio en el que la palabra “moda” se impone de la forma más evidente en la mente: las psicologías decaen sin que tal enervación periódica sea el reverso de un progreso. Esto se debe precisamente a que ninguna psicología, ni siquiera desde un punto de vista abstracto, ha buscado de verdad las componentes, la naturaleza de las componentes que realmente están en juego en el seno de la persona. Ahora bien, esto, y solo esto, es lo que constituiría una actitud científica. No es una descripción fenomenológica de la conciencia del esquizofrénico, concebida como un significado o como un distensión de la “tensión existencial”, lo que necesitamos, sino un conocimiento de las causas de la esquizofrenia. Sin embargo, sobre este punto la sicopatología está exactamente en la edad de piedra: comprobamos, por un lado, la existencia de un cierto número de síntomas; por otro, que tal o cual tratamiento produce tal o cual efecto durante un tiempo no previsible. Pero ignoramos todo: la naturaleza del fenómeno y la causa de la aparente eficacia o ineficacia del tratamiento. Podríamos decir que si las ciencias físicas y biológicas explican fenómenos de los que ignoramos su significado, las ciencias humanas estudian significados de los que ignoramos su naturaleza.

Ahora bien, la psicología carecería de interés a no ser que llevara a cabo ambos a la vez: explicar la naturaleza y comprender el sentido del fenómeno. Hoy, la moda está en el sentido, en “la consciencia de”. Los psicólogos descubren los significados, ¡como si se les hubiera esperado para ello! Ha superado las psicologías clásicas, funcionales, desmenuzadas, que hacían abstracción de los contenidos. Solo que, en realidad, esa psicología clásica tampoco describía verdaderas funciones, —hubiera sido demasiado bonito, hubiera sido ciencia—, sino contenidos parciales arbitrariamente traducidos al lenguaje de lo general. Así, la teoría bergsoniana de la memoria se basa sobre observaciones contingentes, cuya sola base científica es que Bergson descubre que aquello sucede de ese modo y lo expone como si fuera la descripción de una función que realmente existe. Hemos abandonado, pues, el terreno de la psicología concreta, pero no por ello tenemos una psicología funcional. Para volver otra vez a Freud, el valor del psicoanálisis se debe a que explicó la naturaleza de algunos significados, bajo el doble e inseparable punto de vista de la causa del hecho y del sentido de la representación. Porque primero explica el fenómeno, con todo el “cosismo” y el “causalismo” que se quiera, es por lo que en él halla, no un sentido sino el verdadero sentido.

Desde hace ciento cincuenta años, lo que oficialmente se llama psicología es, por tanto, una proyección en el vacío del modo en el que los filósofos querrían que la psicología fuera realizable. Querrían que se pudiera transitar de lo universal a lo particular en un ámbito en el que tal distinción no es posible, o bien solo es posible a condición de no haber sido hecha de partida (puesto que es probable, además, que la psicología de un individuo determinado siempre sea el resultado de una civilización, un resultado cultural, y no la expresión de una estructura universal, y cierta; por otra parte, ninguna realidad psicológica existe fuera del significado que reviste en el individuo en el que se la considera). Por mucho que se atribuya la psicología reciente el mérito de haber inventado un buen día el “significado”, no añade nada que Bergson un pudiera decir del “concreto” hace cincuenta años, porque sigue tratándose de la noción filosófica del “concreto” del “significado” del “sentido de la estructura” o de la “estructura del sentido”, etc…, por tanto, de lo general.

Es por lo que la psicología, congelada por el espíritu filosófico, se ha visto abocada a rechazar la literatura de todas las épocas, —incluso cuando introduce “ejemplos” literarios— y a fechar el estudio del hombre hacia 1800. En tanto que Freud nunca vacila en recopilar, digamos mejor que busca con avidez, y se aplica maravillosamente a “recuperar” el contenido psicológico de las más diversas obras literarias o plásticas, porque sabe que las verdaderas generalidades se imponen al espíritu de una manera muy diferente a la manera filosófica —ellos, los psicólogos, ponen en cuarentena todo lo que ha sido escrito desde que existen personas—, y piensan. Y el drama es que no son capaces de actuar de otro modo.

Ahora bien, como el lector debe empezar a saber, los filósofos son siempre quienes tienen razón. Al haber percibido claramente que, si por casualidad la psicología no se ahogara, también ella, en lo Universal, deberían luchar contra toda una banda de “conciencias del otro” que abarrotan las bibliotecas, los museos y los teatros, han instituido el encomiable propósito de ir de lo general a lo particular. Así que el lector ha de saberlo ya, cuando un filósofo “se propone” un programa, considera de inmediato que lo ha conseguido llevar a efecto. Para el espíritu filosófico, ambas cosas —¡tan diferentes, por desgracia, para nosotros, las restantes personas! — prácticamente conforman una sola.

Tras lo cual le faltaba a la filosofía una tarea que realizar para quedarse con la conciencia tranquila: digerir el psicoanálisis. ¿Cómo?, ahora lo vamos a ver.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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