2023/01/06

[162] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 6. 1ª PARTE)

(1ª parte)

«Se sabe que, en 1890, Von Ehrenfels descubría (sic) la existencia de cualidades perceptivas de conjunto, por ejemplo, una melodía transpuesta, con cambio de todas las notas.»
J. Piaget [6.1]
 
«En uno de los más ingeniosos capítulos de su Psicología, A. Fouillée dice que el sentimiento de la familiaridad estaba compuesto, en gran medida, de la atenuación del choque interior que constituye la sorpresa.»
Bergson [6.2]


El problema del valor de la psicología contemporánea estriba con toda precisión en la siguiente cuestión: ¿se ha conseguido —más allá de las incertidumbres del “sentido psicológico”, de la opinión, de las capacidades individuales como perspicacia, sensibilidad, agudeza, de análisis de la experiencia cotidiana, etc… que, desde siempre, en la literatura, las artes, la moral, las religiones, la sabiduría popular, proponen explicaciones psicológicas no demostrables —establecer un método positivo que permita alcanzar de manera segura un conocimiento psicológico del hombre superior o igual, pero verificable?

Antes de que la psicología existiera se admitía que, para hablar del amor, por ejemplo, se necesitaba sutileza, profundidad, talento. Así es como Montaigne, Pascal, La Rochefoucauld o Rousseau hablan del amor. O, si se era filósofo y se propusiera elaborar una teoría del amor, por principio había que disponer aquello que poseen Montaigne o Rousseau: a partir de lo cual transcurría el proceso y surgían los conceptos filosóficos. Así es como también hablaron del amor Platón, San Agustín o Kierkegaard.

¿Qué sucede desde que la psicología existe? Abro el Tratado de Psicología de Dumas, y constato que el Sr. Lagache habla del amor en él.

El Sr. Lagache se basa: a) en una definición del Vocabulario Filosófico de Lalande. De paso, cita admirativamente a: b) Edouard Pichon, que “descubrió” que el amor es a la vez “posesión y entrega”, es decir que se desea, a la vez y en proporciones variables, amar y ser amado; c) O. Schwarz, a quien se debe la formulación de ley según la cual la “intuición amorosa hace entrar al enamorado en el mundo del amor”; d) el propio Lagache; “el desengaño amoroso es una reacción depresiva por la pérdida del objeto”; citemos, para finalizar, e) que “De Greef y su alumno J. Tuerlinck insisten con razón sobre el papel de la víctima, que no toma en serio las amenazas de suicidio, sino que se ríe”


El problema consiste pues en preguntarse por qué una idea que, en el lenguaje corriente, es una trivialidad o una estupidez, se transforma, en virtud de su inserción en la Psicología, en un importante hallazgo que requiere el concurso de varios especialistas asistidos por sus alumnos.

Por descontado que todo el mundo tiene derecho a tener su opinión sobre el amor. En lo que a mí respecta, me parece que Shakespeare y Stendhal (que, por otra parte, el Sr. Lagache plagia con bastante torpeza) dicen sobre esta cuestión cosas más interesantes. También diré, sin querer ofender a nadie, que si la psicología no existiera, el Sr. Lagache o el Sr. Pichon serían probablemente de las últimas personas a quienes se me ocurriría ir a pedir sus opiniones sobre el amor. Pero, en fin, tienen derecho a sostener estas opiniones; o al menos lo tendrían el si no las presentaran bajo el formato de hechos científicamente comprobados según un método positivo. Un físico de mediana inteligencia conoce hoy más cosas que las que sabía Newton, que era un genio, porque se basa en un cuerpo de conocimientos adquiridos, independientes de las cualidades personales de tal o cual físico. Nada parecido en psicología en la que, frente al genio de Montaigne o Pascal, está la mediocre inteligencia del Sr. Lagache, y vale. De todo ello resulta que disponemos de las opiniones sobre el amor de los Sres. Dumas, Lalande, Lagache, O. Schwarz, Pichon, de Greef, así como del alumno de este último, el Sr. J. Tuerlinck.

¿Por qué “método” se obtienen estas opiniones? El Sr. Lagache tomó la cautela de precisar que lo que él practica [6.3] es la psicología “clínica”, que consiste en “aflorar con la mayor precisión posible las maneras de ser y de actuar de un ser humano concreto y completo enfrentado a una situación; tratar de establecer el sentido, la estructura y la génesis, detectar los conflictos [6.4] que las justifican y los pasos que tienden a solucionar estos conflictos” ¿Pero qué hay en ello de extraordinario, y en qué nos hace progresar este “método” con relación a las condiciones que han presidido desde siempre el conocimiento de un ser humano? Con decir eso no se adelanta nada; lo que necesitamos son nuevos medios para conseguirlo. Es verdad, prosigue al autor, que la psicología clínica debe ser corregida por la psicología experimental y psicométrica: “El test es para un [psicólogo] clínico no solamente un instrumento de medida y de comprobación, sino un reactivo, un revelador”. Por su parte, el espíritu clínico debe “ampliar” el espíritu experimental arrastrado al aislamiento, con lo que así permite tender a un “abordaje global y concreto”.

Pero una vez más apenas se nos dice en qué consiste todo ello. El propósito está claro, en efecto. Pero creer que se alcanza por esforzarse en definirlo, es un poco como un niño que hace “chuf—chuf” sobre una silla y cree que avanza.

¿Dónde está, en todo eso, la ciencia que nos debe sacar de las incertidumbres corrientes del conocimiento psicológico? No la hallo ni siquiera en los test. Este no es el lugar de tratar el muy particular asunto de los test. Baste con decir que son tan poco científicos como el resto de la psicología, porque un test, en definitiva, sólo vale lo que vale quien lo elabora, quien lo aplica y quien lo interpreta. Lo que nos remite a la precariedad del “sentido psicológico” ordinario. Los test más precisos son los que se refieren a aptitudes claramente separables; es decir la precisión de un test es tanto mayor cuanto más impersonal es el elemento al que se refiere. A partir del momento en el que el test pretende penetrar en la “consideración global y concreta” de la personalidad, se vuelve cada vez más vago: en el límite, quien lo maneja está limitado, en el fondo, a los recursos de su sutileza personal. Cuando un test es preciso, carece de interés, y si pudiera tener interés, no es preciso.

Por supuesto, no quiero decir que no haya nada de interesante en las publicaciones de los psicólogos. Pero un análisis de Sartre, Politzer o Freud debe su valor al talento de su autor, no a la “Psicología como ciencia”. Conviene recordar aquí que Freud no debe absolutamente nada a la psicología ni a la filosofía de su época. Sin embargo, al tener que luchar contra los academicismos ligados de la medicina, la psiquiatría, la psicología y la filosofía, se creyó obligado a enredarse en justificaciones teóricas, que naturalmente concibió en el vocabulario psicológico de su época. Entonces vimos a los psicólogos, que en el ínterin habían modificado el repertorio de palabras en uso, revolverse contra Freud para criticarle aquel vocabulario, pese a que sólo lo había adoptado precisamente como defensa, y condenar sus “errores teóricos”, ¡olvidando que es por culpa de gente como ellos por lo que tales errores se habían cometido! Que se exprese en términos de “instancias”, en términos “energéticos” o en términos de “conductas”, de “estructuras” y de “significados”, el psicoanálisis depende tan escasamente de la nueva psicología como de la antigua. Por contra, los psicólogos y los filósofos renovaron, gracias a los descubrimientos de Freud, su stock de cuestiones en el momento más apremiante. Hoy, cada uno aborda los temas psicoanalíticos con sus estériles variaciones personales; y, a la vez que juzga con severidad la “mitología cosificadora” del psicoanálisis, la filosofía se adorna igualmente con invenciones reales y precisas que no le deben nada y a las que no añade nada.

Sin embargo, Freud hizo progresar realmente la psicología; añadió realmente algo más radical y científico a lo que Séneca o Montaigne pudieron decir sobre el hombre. Por ello, en lugar de amonestarlo y de hacerle reproches, los psicólogos más bien deberían fijarse en cómo lo hizo. En lugar de continuar “haciendo psicología” de modo imperturbable y de encajar a su manera los resultados del psicoanálisis, más bien deberían considerar con más cuidado la actitud intelectual de Freud en sus comienzos. Esta actitud es la opuesta a la que se considera actitud filosófica: porque no carece de interés, desde el punto de vista metodológico, ver cómo Freud, a partir de una noción terapéutica en apariencia muy limitada, se ve arrastrado por la propia riqueza de su descubrimiento, —y no por el propósito de hacer filosofía—, a transformar la idea que se tenía de la condición humana hasta en su fundamento.

Por otra parte, el psicoanálisis tampoco es una ciencia en el sentido estricto del término. Aunque no nos estemos preguntando todo el día si es una ciencia o no, con sus errores y problemas, existe, y basta. No seríamos capaces de decir lo mismo de la psicología, que de la ciencia se formula una concepción particular. En efecto, ¿qué diríamos de los historiadores si se limitaran a repetir en sus libros que la Historia es el conocimiento del pasado, la reconstitución de las épocas, la lisis de constelaciones de hechos, el arraigo de complejos chronopraxiques (sic) [6.5] en su substrato etiológico y su consideración global y concreta, con discusiones interminables para saber si el concepto de “constelación” es más adecuado que el de “coyuntura” u otros, y sin escribir jamás un sólo libro de Historia? La psicología puede presentar, de este modo, como nociones científicas, perogrulladas de las que un periodista sonrojaría, y que nos harían sonreír de encontrarlos en una novela o en una pieza de teatro.

Constataremos que todos los novelistas tienen, ellos también, una psicología implícita (o explícita, como es el caso de Proust, por ejemplo), y esta psicología también se pasa de moda. Zola creía sin duda en algo como la conciencia “epifenómena” de Ribot, y Proust creía, erre que erre, en la “durée” de Bergson [6.6]. Pero la diferencia con relación a los psicólogos es que, en Zola, en Proust, esos elementos teóricos son sobrevenidos. No surge de ellos la realidad novelada, que los desborda por doquier con su vivificante presencia. Por mucho que Proust tenga tales o cuales ideas sobre la conciencia, el propio relato siempre expresa más que sus ideas. Y de hecho el lector de Proust olvida estas teorías y sólo recuerda acontecimientos, escenas, personajes, sentimientos determinados. Entre los psicólogos, por contra, el ejemplo nunca desborda la teoría. No es nada más que teoría bajo otro formato. El psicólogo trata la realidad como dice Sartre, en Lo Imaginario, igual que tratamos la imagen de una persona ausente: tratamos esta imagen a nuestro gusto, porque es radicalmente pobre, porque no puede contener nada más que lo que le añadimos de golpe, mientras que la presencia de la persona, por el contrario, sería fuente constante de manifestaciones independientes de nosotros, que no cesarían de alterar y enriquecer la idea que tenemos de ella.

Por supuesto que hay que reconocer que la psicología más reciente ha hecho un esfuerzo meritorio para renovar sus ejemplos. Esta psicología es obra de la nueva generación de filósofos franceses, que ha descubierto súbitamente las salas de fiestas nocturnas, la Costa Azul, los trajes bien cortados, el ballet, el automóvil, el whisky, y que se ha dicho: “Bueno, después de todo, ¿por qué no?” Sus antecesores se vestían como curas de paisano [6.7], comían mal, liaban ellos mismos sus cigarrillos, se acostaban a las diez de la noche, ignoraban que se pudiera tener una amante, —al no ser políticos, empresarios o “artistas”—, pasaban sus vacaciones en la monotonía de una propiedad o pensión familiar y, en general, se sentían perdidos fuera de un aula, de una biblioteca o de su despacho de trabajo, —si se consagraban a la introspección y a los datos inmediatos de la conciencia—, o bien a su laboratorio de ratones si eran partidarios del método objetivo. Lo que decían del amor, del placer, de la acción, de la amistad, olía a seminarista, a alumno modelo, a joven muy sensato. Consideraban un dialogo de Platón igual que la defensa de una tesis en la Sorbona o que una sesión en la Sociedad Francesa de Filosofía.

Los nuevos abrieron a la filosofía las puertas de las saunas, de los buenos restaurantes, de las habitaciones de hotel. Se pusieron a publicar sus libros en los mismos editores que los novelistas y los poetas, a hacer el amor, —o por lo menos a tener el firme propósito; trabajaron en los cafés, se arruinaron en taxis, aprendieron a bailar, a conducir, a nadar, a beber. Se les vio en los inauguraciones privadas de las exposiciones, en los pre—estrenos de las obras de teatro, y viajaron al extranjero con propósitos diferentes a los de acudir a congresos internacionales de filosofía. Se acostaron tarde, se pusieron corbatas caras, o no se las ponían en absoluto, escribieron en los periódicos, concedieron entrevistas a los semanarios ilustrados, en los que se vieron sus fotos entre las de las modelos y las de los magnates.

La psicología francesa tuvo a su disposición, al fin, nuevos ejemplos concretos. Ya no se pregunta inocentemente si, “subiendo por la calle Soufflot”, se perciben juntas o separadas las columnas del Panteón; si, “cuando el profesor da sus clases”, va desde las ideas a la palabra en tanto que los oyentes van desde su palabra a las ideas, o bien si no se debería ver allí un proceso único, inesperado y sutil; o también si la percepción confusa de los ruidos que le llegan de la calle “cuando está sentado en su despacho de trabajo” ha de ser considerada como una de las formas de atención.

No. A partir de entonces el psicólogo describía estructuras de conciencia relativas a su amiguita ausente, a sus deudas de juego, a su compañero impotente o alcohólico.

Por ello, en el seno de una obstinación muy arriesgada, un desbarajuste sistemático en todas las direcciones, los ejemplos se desinhibieron con valentía. ¿Son más vivaces? De ninguna manera, —por mucho que sean ejemplos de psicólogos, es decir estudiados, apañados sobre la marcha, mientras ellos están bien quietos. Solo hay una forma, para un ejemplo, de estar vivo, es estarlo efectivamente: quiero decir, como cuando Freud psicoanaliza a alguien, por ejemplo. El analizado está ante de él, en carne y hueso, no hace lo que el psicoanalista quiere, incluso puede marcharse. Exactamente como cuando cada uno de nosotros trata de comprender a otro, es la realidad la que habla, y no el psicólogo que está con su tercer libro.

En el punto de llegada de la “psicología como ciencia” más bien hay menos, y en cualquier caso no más, que en el punto de salida. El soslayar la “ciencia”, si no está basado en una implacable exigencia de originalidad y de rigor, solo sirve para fomentar el mínimo esfuerzo y aportar aureolas a análisis dudosos, romos o superfluos. Lo que es estéril es tratar de realizar, por ejemplo, un diccionario científico de términos sicológicos [6.8], desde el momento en que, de hecho, el contenido de cada uno de los artículos se supedita a la apreciación personal del redactor, a su experiencia, a sus lecturas, a los usos universitarios de su país o de su disciplina de base, y que bajo los epígrafes “esquizofrenia”, “melancolía”, “agresividad”, etc… no se encuentren más que definiciones bastante literarias, de lo más flexibles o absolutamente obvias. Lo poco de científico que ofrece la psicología proviene de las disciplinas de las que se rodea: neurología, psicoanálisis, medicina, psiquiatría, fisiología, disciplinas en las que, por otra parte, las certezas científicas tampoco abundan.

Podríamos elaborar también, por ejemplo, un vocabulario de crítica literaria en el que se recopilara los términos semi-técnicos y más o menos convencionales de los que hace uso una época para hablar de las letras. Pero sería abusivo querer presentar este vocabulario como una obra científica, y los términos definidos como indicativos de explicaciones exhaustivas verificadas de manera unánime. Y, asimismo, cada voz de la psicología siempre es la de una escuela, de una disciplina, del momento de un autor, y nunca está ni rigurosamente asentada ni unánimemente empleada y aceptada, porque nunca le corresponde ninguna realidad, rigurosamente conocida, de manera exacta. No vemos qué ha aportado la psicología de novedoso al conocimiento del hombre, ni que haya conseguido constituir un modo original de investigación, de modo que los psicólogos, ni más ni menos que los demás filósofos, no están dispensados de ser inteligentes so pretexto de ser psicólogos. De no ser así, el recurso a presuntas técnicas o métodos, para recaer, en definitiva, sobre miserables truismos, no impide que dichas conclusiones sean y perduren como miserables truismos [6.9].


...

PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

________________________

[6.1 Introduccion a la Epistemologia Genética, t. III., p. 57.

[6.2]  Materia y memoria.  

[6.3 La unidad de la Psicología, P.U.F., 1949.

 [6.4]  ¿Por qué conflictos? Se prejuzga con ello la explicación. 

[6.5NdT. No encuentro mejor traslación que esta: “ … complejos que se dan en un momento preciso de la acción...”.

[6.6]  NdT. En Bergson y sus discípulos, la experiencia del tiempo subjetivo, vivido por la conciencia, fuera de cualquier conceptualización y considerado cualitativamente, en contraposición al tiempo objetivo, medible, matemático, de la ciencia.

[6.7NdT. Puede tratarse de una mordaz alusión a Bergson, del que las imágenes que conozco ofrecen un aspecto ciertamente parecido.

[6.8]  Cf. H. Piéron, Vocabulario psicológico, 1953.  

[6.9Evito al lector una exposición, que sería demasiado fácil, sobre la inefable “caracterología” actual. Pero el drama es que estas pseudociencias invaden la prensa principal, pretenden gobernar la escuela, orientar la pedagogía y decidir, en la práctica, las vocaciones y las tendencias de las personas.


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