7 (1ª parte)
« Nunca dejé de trabajar en cuestiones singulares, clínicas o técnicas. Y allí dónde me alejaba de la observación, evitaba cuidadosamente acer-carme a la filosofía propiamente dicha.»
Sigmund Freud [7.1]
Me he referido antes a las críticas y las “revisiones” de las que Freud era objeto por parte de los psicólogos “científicos”, así como también por parte de los espiritualistas y de ciertos epígonos de la fenomenología, es decir por parte de personas cuya característica común es no haber descubierto nunca nada .
Toda la historia de las ciencias evidencia que los grandes descubrimientos son —en el fondo— bastante indiferentes al vocabulario en el cual se expresa su equivalente filosófico. La filosofía de Newton no compromete en nada el positivismo de su obra como físico, y atacando sus ingenuidades especulativas no fue el modo en el que los partidarios de Leibniz perfeccionaron en algo el conocimiento de las leyes naturales que él había formulado.
Hubiera sido más paradójico, convengámoslo, que discípulos del propio Newton rechazaran la gravitación universal e invocaran sin embargo a su maestro para restablecer bajo un disfraz moderno la teoría escolástica de las cuatro causas.
Ahora vamos a ver que, con esa misma pretensión, ciertos filósofos —y ciertos psicoanalistas atormentados por la exigencia filosófica— han llegado a poner en boca de Freud, seguros en la confianza en sí que confieren el hábito de la especulación y la familiaridad del Ser, lo que estamos obligados a denominar —exactamente— lo contrario de lo que el Maestro siempre sostuvo.
La alfombra mágica sobre la cual se llevó a cabo este juego de manos se desplegó en Roma en 1953. En efecto, ese año La Sociedad Francesa de Psicoanálisis puso sus ojos en la Ciudad Eterna para celebrar allí un congreso del que hablaré a título de ejemplo.
Cuando se abre el volumen en el que se recogen las Actas del Congreso, cuál no será la sorpresa que se siente —sorpresa cuyo “choque interior” nunca conseguirá atenuar ninguna “familiaridad” (por recuperar la fórmula de Bergson citada más arriba) —, cuál no será nuestra sorpresa, digo, cuando nuestra mirada va a parar sobre el nombre del Sr. Martin Heidegger. Porque, en fin, encontrar al Sr. Heidegger en un congreso de psicoanalistas es tan inesperado como podría serlo (mutatis mutandis) la presencia de Hitler a la cabeza de la República de Israel o del Santo Padre en una conferencia de la Unión Racionalista.
Pero no perdamos la contención y tomemos las cosas por el principio.
En efecto, para comprender mejor cómo la filosofía incide sobre la cultura contemporánea, basta con desarrollar las observaciones hechas antes respecto de la actitud de los psicólogos ante el psicoanálisis. ¿Qué sucede con el descubrimiento más original, por más concreto de que se trate, cuando los filósofos hablan de él?
En primer lugar, ¿qué comprendieron del psicoanálisis en la época en la que todavía no había conseguido imponerse, y en la que debieran haber sido los primeros en captar su excepcional interés? ¿Qué hacen al respecto ahora que para ellos debería ser un saludable objeto de reflexión?
Primero ilustremos lo que hemos recordado: Freud tuvo que luchar contra todo lo que era oficial. Para empezar, con los médicos y los psiquiatras: “En Viena y en el extranjero se me evitaba”, escribe. “La Ciencia de los Sueños, aparecida en 1900, apenas fue mencionada en las revistas de psiquiatría [7.2]”.
E insiste: “Los médicos no tienen ningún derecho histórico al monopolio del análisis, es más, hasta ayer han empleado todos los medios, desde los sarcasmos más simples a las calumnias más pesadas, con el fin de desacreditarlo” . Finalmente: “Charlatán es quien acomete un tratamiento sin poseer los conocimientos y las capacidades necesarias. Basándome en esta definición, me atrevería a sostener que —y esto no solamente en Europa—los médicos proporcionan al análisis un contingente considerable de charlatanes”.
Freud buscó por ello apoyos fuera de su especialidad y de su país a la vez. Procuró interesar no sólo a los psiquiatras sino a los psicólogos y filósofos extranjeros. Pero “tras un conocimiento muy escaso del psicoanálisis, la ciencia alemana era unánime en rechazarlo” [7.3]. En los Estados Unidos la acogida fue mejor, pero la comprensión del psicoanálisis fue verdaderamente de las más “filosóficas”: “Me vi con J. Putnam, el neurólogo de Harvard, quién se entusiasmó por el psicoanálisis, a pesar de su edad, y tomó partido por su valor cultural y por la pureza de sus intenciones, esto con todo el peso de su personalidad, respetada por todos.
Aquí solo se nos opuso la pretensión de esta excelente persona —orientada de manera preponderante, como por una disposición obsesiva, hacia la ética—, de querer vincular el psicoanálisis con un sistema filosófico determinado y ponerlo al servicio de tendencias moralizantes”. Y por el lado de los behavioristas, Freud chocó con una incomprensión total.
Pero todo esto es una minucia, comparado con las reacciones de la filosofía y de la psicología francesa.
Señalemos que de 1890 a 1920, más o menos, solo se mencionaba a Freud en Francia para acusarle de haber robado las ideas de Charcot o de Janet.
Después de 1920 es cuando se libró la gran batalla, es decir, con diez o quince años de retraso respecto de Alemania o los Estados Unidos. Podría suponerse que este retraso al menos permitió a nuestras eminencias evitar las principales incomprensiones y las reacciones más estúpidas. Juzguen más bien: … “Contemplo desde lejos,” —escribe Freud— “hoy [7.4], ante qué síntomas retrógrados tiene lugar la entrada del psicoanálisis en la Francia largo tiempo refractaria. Podría creerse en la repetición de cosas ya vividas, aunque ofrece no obstante rasgos particulares. Surgen objeciones de una increíble simpleza, como ésta: la delicadeza francesa se sorprende por la pedantería y la pesadez de la terminología psicoanalítica (…). Otro aserto parece ser más serio; no le pareció indigna de él mismo a un profesor de Psicología de la Sorbona : el Ingenio latino no soporta en absoluto el modo de pensar del psicoanálisis”.
Es obvio que este oscurantismo tiene que ver con lo que dije anteriormente de la organización de la enseñanza superior en Francia.
Freud señala, para acabar, que “el interés atribuido al psicoanálisis surgió en Francia de las personas de letras”. Tan solo este hecho evidencia muy bien —y volveré a ello—los papeles respectivos de la filosofía y de la literatura en la conformación de la cultura moderna.
Tras esta brillante hazaña, ¿qué hicieron los filósofos y los psicólogos? ¿Se cubrieron la cabeza de ceniza y pasaron los siguientes treinta años estudiando humildemente los textos del Maestro de Viena?
Para nada. No sólo el francés es de entre los principales idiomas el único en el que todavía no existe, en 1964, ninguna traducción de las obras completas de Freud clasificadas cronológicamente y publicadas por un mismo editor, sino que los franceses no han aportado trabajos originales en el psicoanálisis reciente, en tanto que hallamos fecundos seguidores del pensamiento freudiano en Alemania, Inglaterra y América. Podemos ponerlos en cuestión, pero existen. Tan es así que, en su Teoría Psicoanalítica de las Neurosis, Otto Fenichel puede aducir haber elaborado una bibliografía exhaustiva del conjunto de los trabajos psicoanalíticos, desde sus orígenes, mencionando tan solo obras alemanas e inglesas.
¿A qué se debe esto? En lo que respecta a los psicólogos, lo hemos visto, enseguida se pusieron a querer “corregir” a Freud. Bruscamente se pasó de la ignorancia a la revisión. Se trató de abatir sin tregua la intolerable cosificación de las tres instancias freudianas, —el “ello”, el “ego” y el “superego”—, a imagen de la vida psicológica concebida como una relación de fuerzas, etc. Todavía hoy, se cree decir algo cuando se proclama que todo lo que Freud expuso en términos de relaciones entre fuerzas psíquicas, conviene aclararlo en términos de relaciones de significados. ¡Como si el propio Freud no se hubiera encargado de ello! También en eso, sin entrar en un detalle que excedería nuestro propósito, asistimos una vez más a ese proceso bien conocido que consiste en labrarse un éxito personal refutando teorías que nadie ha profesado jamás. En efecto, en sus exposiciones, Freud siempre distinguió claramente lo que derivaba de la observación de los hechos y lo que era elaboración teórica destinada a permitirle representar con comodidad las cuestiones y a formularlas. A propósito de la división del psiquismo en inconsciente, preconsciente y consciente, escribe: “Tales representaciones pertenecen a la superestructura especulativa del psicoanálisis, y cada parte puede sacrificarse o sustituirse por otra, sin pena ni gloria, tan pronto como su insuficiencia quede demostrada. Nos falta reseñar bastantes cosas más próximas a la observación”.
Tampoco se comprende la frivolidad de Sartre, por ejemplo, cuando reprocha a Freud, en El Ser y la Nada (capítulo sobre la Mala Fe), haber visto realidades autónomas en las tres instancias y haber establecido entre ellas paredes impermeables del todo. Sartre se saca un as de la manga, de seguida, al mostrar apoyándose en Stekel, que la propia noción de resistencia implica una toma de conciencia del contenido del inconsciente. ¿Pero dijo Freud alguna vez algo diferente? “La negación es una manera de tomar conciencia de lo que es rechazado”, escribió expresamente en un ensayo sobre la negación [7.5], “e incluso realmente una supresión del rechazo, sin ser, no obstante, una aceptación de lo que se rechaza”.
Ahí captamos en vivo la propia naturaleza de la objeción “filosófica”: en lugar de proseguir las investigaciones de Freud, los filósofos usan los conceptos del psicoanálisis como si procedieran de la pura especulación, y como si con ella se pudiera rechazarlos o precisarlos. Pero aún resulta más escandaloso ver que esta esterilización es fruto de psicoanalistas de profesión, y sobre todo verles presentar sus ideas como un regreso a las verdaderas intenciones de Freud. Los objetores de la primera categoría se limitan a considerar que Freud se equivocaba al no pensar lo que ellos sostienen; los “exégetas” de la segunda afirman con toda modestia que, desde el momento que ellos dicen algo, es porque Freud lo ha pensado. Es aquí donde retomamos el congreso de Roma.
Las Actas de este Congreso se hallan, con otros textos, en el nº1 de El Psicoanálisis, publicación de la Sociedad Francesa de Psicoanálisis. Este nº1, que trata “del empleo de la palabra y de las estructuras lingüísticas en la conducta y en el campo del psicoanálisis”, está “dirigido por Jacques Lacan”, como precisa una portada que se presenta un poco como los títulos de crédito de una película. Y ciertamente, es en un director—actor en quien, en efecto, hace pensar el Dr. Lacan con ese volumen. Digamos algo así como el Sacha Guitry [7.6] del psicoanálisis, puesto que no sólo asume el el papel protagonista y más extenso, sino que su presencia no deja de sobresalir en la recopilación de cabo a rabo, incluso en propio contenido de los textos del resto de colaboradores, bien porque éstos le expresen su admiración, bien porque él mismo inserte acotaciones o salpique de notas sus aportaciones. Esto comienza, decía, en la portada, la única página que tenía una pequeña posibilidad de resultar impersonal, —y que se adorna con este apotegma no firmado, —firmado, pues—. “Si el psicoanálisis vive en el lenguaje, no podría ignorarlo en su discurso sin viciarse...”.
...
PS del 30ENE2024
Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856.
Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.
En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.
En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.
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[7.1] Ma vie et la Psychanalyse. Trad. fr., p. 75.
[7.2] Psychanalyse et Médecine. Trad. fr., p. 202—203.
[7.3] Ma vie et la Psychanalyse, de donde se toman las citas que siguen
[7.4] ¡1925!
[7.5] Gessammelte Werke, pp. 11-15.
[7.6 NdT] Sacha Guitry. Destacado personaje polifacético francés de la 1ª mitad del S XX: actor, dramaturgo, escenógrafo, director de cine y guionista cinematográfico.
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