2023/03/18

[173] A PROPÓSITO DE ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?, DE JEAN FRANÇOIS REVEL


"El mayor disgusto que ha tenido Eugenio d'Ors en su vida, se lo dio el duque de Alba un día que invitó a Ortega y Gasset a una soirée y no le invitó a él. El autor de Religio est libertas literalmente lloró... Este hombre fue durante años el filósofo más grande de este país. ¿Queréis hacerme el favor de decirme, pues, qué es la filosofía?" (Madrid, 1921. Un dietario)


Con este pasaje de Josep Pla, cerraba la serie de entregas con las que el público ha podido acceder a ¿Filósofos? ¿Para qué?, la traducción del panfleto de Jean-François Revel para la que no he hallado editorial interesada en publicarlo por aquí. 

Su difusión en esta tribuna paticoja, alicorta y ojituerta, ha sido consonante, lo cual no deja de ser palmario indicio brutal de los tiempos que corren, que no son sino los de siempre, si he de ser fiel al maestro Pla:

"... hoy las pasiones son raras. En otras épocas las pasiones eran iguales y, si parecían más fuertes, era porque la gente tenía mucha más instrucción y más facilidad de palabra. La primera cosa que se necesita para sentir una pasión es saberla expresar. Es indescriptible hasta que extremos nos hemos vuelto cortos, toscos e ignorantes. Somos unos perfectos burros." (El cuaderno gris) 

Por ello, el constatar que en https://chezrevel.net/ se han tomado la reveliana libertad de airear la existencia de esas entregas, no es sino motivo de gran satisfacción y gratitud, tan sinceras como enormes.

Chezrevel.net, 20.03.2023

Confío en que mi trabajo entusiasta, como la verdad a la que hacía referencia Baltasar Gracián, acabe por abrirse camino, aunque sea a trompicones y más tarde de lo que hubiera deseado.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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2023/03/10

[172] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 9. 3ª PARTE Y FINAL)

 

(3ª parte y final)

El punto de vista académico solo considera como auténticamente especulativas las doctrinas que pretenden una explicación radical, íntegra y sistemática de todas las cuestiones, mediante la reflexión de una sola persona, cualesquiera que sean la amplitud y la precisión de sus conocimientos, la época en la que viva, y su inteligencia en el sentido habitual del término, en tanto que individuo contingente. Es evidente que se trata de una petición de principio, de una inaceptable enormidad, que tiene su raíz, en última instancia, en años de una concepción religiosa de la verdad [9.6]. En efecto, sólo en el caso de una revelación, de un “soplo” a una mente temporal y finita por una realidad suprasensible y eterna, un sistema filosófico, en el sentido académico del término, sería posible, —incluso, por supuesto, cuando se trata de doctrinas que pretenden colocar el Tiempo en el centro de sus preocupaciones.

“El cometido de la filosofía planteada así, escribe Engels, no significa otra cosa que pedir a un filósofo concreto que lleve a cabo lo que sólo puede hacer la humanidad toda en su continuo avance [9.7]

Por cierto, no pienso mostrar asombro porque la filosofía contemporánea no haya tenido en cuenta la objeción de Engels, puesto que toda ella tiene como única finalidad el evitarla. Pero es extraordinario que ni siquiera tenga en cuenta las críticas que forman parte de la tradición más clásica, incluso de la más idealista: no ha considerado con seriedad ni las objeciones de todo el siglo XVIII —ni siquiera las de Kant —contra los grandes sistemas dogmáticos y las fantasías de la metafísica, —ni tampoco las objeciones de Kierkegaard contra todo un aspecto del hegelianismo, o las formuladas por Nietzsche en Más allá del Bien y del Mal—. El modo de actuar habitual de la filosofía es la ignoratio elenchi, —la ignorancia deliberada de la refutación. Se investigan las objeciones que “renuevan” los problemas, se cierran los ojos ante las críticas que destruyen esos mismos problemas: la filosofía se ha vuelto un formalismo. A semejanza de la democracia burguesa y del cristianismo [9.8], la filosofía académica tiene una capacidad prodigiosa de “encajar” los golpes más duros, y hasta de ahogar los descubrimientos que le son peligrosos bajo tal marejada verbal que consigue aparentar haberlos creado ella misma.

A menudo se oye decir que la filosofía inspira la literatura de nuestro tiempo. También se oye a veces deplorarlo: demasiada metafísica en la escena y en la novela, gimen los defensores de la literatura pura. Paradoja curiosa, aunque muy extendida. Porque, ¿cómo no verlo? Exactamente es lo contrario lo que es verdad desde hace un siglo, y es sobre todo la literatura lo que está en la base de la filosofía de nuestro tiempo.

No cabe duda, pocas obras literarias manifiestan hoy, en trazo grueso, intenciones filosóficas más explícitas que lo hacían, por ejemplo, la mayoría de las obras del pasado siglo. Este hecho corresponde a un retroceso de las formas narrativas, cuya primacía fue solo momentánea. Pero incluso ese momento, lejos de afirmar el triunfo de la pura literatura —fantasma a fin de cuentas tan inasequible como el de la pintura absolutamente realista o el de la economía completamente liberal—, fue por el contrario aquel en el que la Literatura, en ausencia de toda filosofía formal aceptable jugó, de la manera más nítida, el papel de instruir. La literatura moderna ha sido nuestra filosofía, y lo ha sido para los propios filósofos. Es de la psicología de Stendhal, de Dostoievski o de Proust de lo que hacemos uso para tratar de comprendernos a nosotros mismos y a nuestros semejantes, y no de la de Bergson, de Brentano, del Sr. Pradines o de Sr. Merleau—Ponty. Es en Joyce, o en Kafka, o incluso en Pirandello, donde hemos hallado los elementos de lo que, para nosotros, es lo más parecido a una metafísica, y no en Whitehead o Heidegger. Y si existe una moral, o unas morales que sean específicas de nuestro tiempo, formas nuevas de ver moralmente al hombre, sea como sujeto pasivo o activo, son Dos Passos, T. E. Lawrence o Malraux quienes tomaron conciencia de ello, no Jaspers o Max Scheler. Se podrían citar otros muchos ejemplos de obras o de tendencias, incluso discutibles desde un punto de vista estético u olvidadas (aquí no se trata de crítica literaria), en los que se hallan algunas de las fuentes de nuestra reflexión y de nuestra sensibilidad.

Por contra no vemos donde está esta famosa influencia de la filosofía sobre la literatura. De hecho, se limita a un caso preciso y único, el de un gran escritor filósofo, a saber, Sartre. Es por lo que él transmitió literariamente por lo que jóvenes novelistas y autores dramáticos se expusieron de modo brusco a trepidaciones heideggerianas. Fue a consecuencia de un artículo inolvidable, de tres páginas, sobre la intencionalidad en Husserl, como ofreció la idea de una psicología descarnada y directa, y permitió renovar algo las metáforas de la psicología bergsoniana. No había nada de ello en Husserl, que por entonces zozobraba en los problemas artificiales e insolubles de los inéditos [9.9]; es el sentido poético de Sartre en este artículo, junto a las primera páginas de El Ser y la Nada, lo que ha determinado la idea real que se tiene de la fenomenología. A la inversa, no vemos cómo El Ser y la Nada hubiera podido ser escrito si Dostoievski, Proust, Dos Passos, Faulkner o La Náusea no hubieran existido. Lo que en parte salva ese libro, con su modo de desplegarse sobre varios planos y compensar sin tregua lo abstracto con lo concreto y recíprocamente, es que desborda la filosofía y que más que un libro de filosofía es el libro de una cultura.

Si la filosofía reflexionara sobre la literatura como lo hace Sartre, igual que sobre otras realidades de nuestro tiempo, jugaría su papel como filosofía y se ahorraría muchas banalidades. Pero, por contra, siempre consiste en apropiaciones subrepticias. Vemos poco a poco todas las nuevas ideas de la novela, de la crítica, de la poesía (hablé más arriba de los dominios no literarios: economía, psicoanálisis, medicina, etc…) deslizarse, una a una, en las obras de los filósofos, que de repente se ponen a rezumar descubrimientos imprevistos sobre Cézanne o el Surrealismo, presentados como instantes necesarios de su propio pensamiento. La filosofía no reflexiona sobre la literatura, imita sus modas, lo que es completamente diferente.

Porque, de hecho, ¿qué es nuestra filosofía sino una provincia de la literatura, de esa literatura que los filósofos fingen despreciar a la vez que, ávidamente, buscan un halo del tipo de reputación que proporciona? Vamos, Señores, seamos serios, ¿qué es Ser y Tiempo sino un ejercicio de estilo de cabo a rabo?

Pero actuando así, por desgracia, ni se hace buena filosofía ni tampoco buena literatura. La buena literatura habla de la realidad y plantea los problemas que las personas sienten la necesidad de ver plantear. Es curioso que sea en los filósofos, más que en los escritores de nuestro tiempo, en quienes se piense leyendo esta frase de Alberti: “Considero insensatos aquellos que buscan en las letras algo distinto que el conocimiento”.

Porque ciertamente es “algo distinto” que el conocimiento lo que buscan hoy los filósofos.

Pero este “algo distinto” no lo encontrarán porque no existe.

Es lo que comprendieron desde hace tiempo la ciencia, el arte, la literatura, las ciencias humanas. Pero la filosofía, que se encargaba de hacerlo comprender a los demás, todavía no lo ha comprendido ella misma. Sola en la cultura moderna, no ha hecho su revolución.

La filosofía es la última fachada bajo la que se perpetúan los dos poderes de sugestión de los que precisamente todo el pensamiento moderno trató y consiguió, en los restantes campos de la vida intelectual, liberar el alma humana: la religión [9.10] y la retórica.

En todas las épocas la religión ha sido un sucedáneo de la filosofía. En la nuestra, es la filosofía lo que es un sucedáneo de la religión. Sus representantes, con Malebranche, siguen creyendo que, en el fondo, “es el propio Dios quien alumbra en los filósofos los conocimientos que las personas desagradecidas llaman naturales”.

En cuanto a la retórica, es en sí misma una mera forma de superstición. Consiste, en realidad, en convencerse y en convencer al auditorio de que, empleando cierta jerga y ciertos giros, nos colocamos más allá de las dificultades de la realidad. Sustituye la solución por el hechizo.

En este sentido nuestra filosofía es un caso particular de magia imitativa. Es al conocimiento lo que la magia a la acción, o la “rueda de oraciones” de los monjes tibetanos a la meditación. Porque aspira a renovarse conservando palabras tomadas de épocas con problemas que nos resultan ajenos, y esencialmente inaprensibles. Revoluciones vanas y tímidas, demasiado abundantes para no resultar sospechosas, y tan irrisorias, tan imperceptibles, tan patéticamente encerradas en el pequeño círculo de ejercicios radicalmente invariantes, en las que ¡ay!, l’esprit de géometrie  está tan ausente como l’esprit de finesse. De este modo, cotarro [9.11] de charlatanes y obtusos, la filosofía cae en la marginalidad: oscila entre el humanismo hipócrita, el eclecticismo confeccionado con conocimientos de segunda mano, el truco etimológico a la manera de Heidegger, la banalidad pedante y la teología vergonzosa. 

Entonces, ¿para qué de bueno, realmente, [sirven] los filósofos, o al menos estos filósofos, si su filosofía se ha convertido en lo contrario de la filosofía, si la disciplina de liberación por excelencia ha degenerado poco a poco en esta plácida letanía de fórmulas venidas de todos los estratos del tiempo y de todos los rincones del espacio, y si la presunta escuela del rigor no es más que el refugio de la pereza intelectual y de la cobardía moral?.

FINAL DE POURQUOI DES PHILOSOPHES? JEAN-FRANÇOIS REVEL


PERORACIÓN. "El mayor disgusto que ha tenido Eugenio d'Ors en su vida, se lo dio el duque de Alba un día que invitó a Ortega y Gasset a una soirée y no le invitó a él. El autor de Religio est libertas literalmente lloró... Este hombre fue durante años el filósofo más grande de este país. ¿Queréis hacerme el favor de decirme, pues, qué es la filosofía?" [9.12].


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[9.6 Por otra parte, la Iglesia ha entendido el interés de la filosofía moderna al respecto. No hay más que constatar la asombrosa proliferación de jesuitas—fenomenólogos y de abades dialécticos en los Congresos de Filosofía.

[9.7 Ludwig Feuerbach y el final de la filosofía clásica alemana.

[9.8 NdT. Es palmario el prejuicio —e ignorancia de su profundo significado, que JF Revel sostiene ante el cristianismo. No me duelen prendas el repetir que, a mi juicio, la tesis política de mayor calado que cabe atribuir a Alexis de Tocqueville es la raíz cristiana de la Democracia. La Democracia, en su auténtica acepción —sistema político basado en los hechos sustantivos de la representación política de los individuos y de la separación de poderes—, es fruto del huerto cristiano, si bien cultivado por la mano protestante de los descendientes  de quienes arribaron en el Myflower cuando Castilla llevaba más de un siglo emulando la gesta de Roma, a decir de Alfonso Reyes, en el Nuevo Mundo. Deduzco que JF Revel desconocía por completo el pensamiento y obra de A de Tocqueville...

[9.9] Desde hace veinte años, los exégetas franceses de Husserl establecen como principio que Experiencia y Juicio representa el último estado de la filosofía de Husserl, y, desde luego, encuentran todas las razones necesarias para ello. Sin embargo, han equivocado la fecha de la publicación —tardía— de esta obra con las fechas reales, bastante antiguas, en las que Husserl escribió los textos que lo componen. A partir de este error de hecho han “demostrado” cómo en Husserl se daba un desplazamiento “necesario”, desde la obra titulada Lógica Formal y Lógica Trascendental,  a Experiencia y Juicio. No obstante, Lógica Formal y Lógica Trascendental, lo sabemos en este momento, fue escrita DESPUÉS que Experiencia y Juicio. 

[9.10 NdT. Quizás resulte otro fantasma a fin de cuentas inasequible. ¿Acaso el hecho religioso no es un hecho universal, en lo que conocemos, surgido en todos los rincones del espacio y del tiempo por los que han transitado los grupos humanos...? 

[9.11 NdTApanage, en el orig.; privilegio, coto, feudo, en sent. figurado. 

[9.12 NdTMadrid, 1921. Un dietari. Josep Pla. Selecta. Barcelona, 1957, p. 200.


2023/03/04

[171] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 9. 2ª PARTE)

 

(2ª parte)

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De consuno con el esfuerzo de los filósofos contemporáneos, los historiadores de la filosofía tratan de recomponer su pasado de un modo que obedece a la misma preocupación. Su método —ya dijimos algo de ello—consiste en estudiar las doctrinas pasadas exactamente igual a como los actuales filósofos conciben las propias, es decir, colocándose más allá de la pregunta de saber si son “ciertas” o “falsas”, en el sentido vulgar, y tomándolas como necesidades que se entroncan con la esencia [9.2] del “espíritu filosófico”. Las doctrinas quedan así totalmente desarraigadas. Una filosofía pretérita, concebida con arreglo a ciertos problemas y a una cierta visión del mundo, y en el momento en el que esos problemas y esa visión ya no existen para nosotros, será expuesta como si fuera una doctrina contemporánea. Son respuestas escindidas de sus preguntas, porque enlazarlas sería presentar la filosofía como una “corriente de ideas” y no como “filosofía”. Es por lo que la historia de la filosofía, en nuestros días, ya no busca qué quiere decir una doctrina, sólo estudia su manera de decirlo. Es una historia descriptiva, y resulta llamativo constatar que en una época en la que las ciencias históricas quieren dejar de ser “episódicas” —meramente descriptivas de acontecimientos—, la historia de la filosofía se vuelve, por el contrario, episódica y apenas proporciona otra cosa que la bibliothèque rose [9.3].

Esta historia oficial de la filosofía trata de explicar los sistemas clásicos o modernos transponiéndolos a una esfera en la que únicamente la filosofía explicase la filosofía. Así, al convertirla en infalible, la hace ininteligible. Hacer ver que con frecuencia cambia de contenido no supone hacer de la filosofía un conocimiento contingente: lo que la aboca a la contingencia y a la arbitrariedad, por el contrario, es hacer “como si” no se supiera, porque esto conduce a ofrecer de ella una reconstrucción artificial. En efecto, la historia oficial se ve forzada, por ejemplo, a conceder a aspectos accesorios de la obra de un filósofo el mismo valor que a sus tesis centrales. Las debilidades, las ignorancias, los perjuicios deberán justificarse del mismo modo que las ideas esenciales, y, a la vez, éstas perderán su significado ya que todo se desplegará a un mismo nivel. Se expondrán las razones sumamente ligeras y literarias por las que Descartes elige la hipófisis como sede de la unión de alma y cuerpo, con el mismo tono que la teoría del Cogito. Entre los más grandes filósofos hay intransigencias (en Descartes, la incomprensión de la verdadera física, la de Galileo, por ejemplo) y lagunas. ¿Se desean más ejemplos? Spinoza escribe, Ética, IV, Prefacio: “La música es buena para el melancólico, nefasta para el apenado”. Esta consideración ¡forma parte de la demostración de un principio metafísico! ¡Qué cantidad de nociones confusas, de términos aproximados, sólo en esta frase! Lo primero que se aprecia es la idea superficial que Spinoza se hace de la música, y qué música conoce. A continuación, ¿qué es un melancólico? ¿En qué es “buena” para el melancólico la música? Tras esta opinión elemental, ¡qué experiencia lapidaria de los personas y de la vida se entrevé! Estos deslices son frecuentes en Spinoza. Por ejemplo (Ética, Sec. III, prop. 2): “Nos creemos libres de hablar o de callar, ahora bien, hay comadres que no pueden evitar hablar”. También ahí, ¿qué pinta un argumento tal en una demostración metafísica? Se trata de demostrar que nuestras acciones están totalmente determinadas, demostración que debería poder aplicarse a quienes “son dueños de si mismos”, en sentido empírico, exactamente igual que a las comadres charlatanas.

Ante tales inconsistencias los historiadores de la filosofía adoptan una actitud ambigua. Por una parte, saben perfectamente que, si hallaran estas opiniones en cualquier texto literario, las considerarían simples tópicos. Sin embargo, dicen, no son tópicos porque estas opiniones se demuestran, se deducen filosóficamente. Pero, por otra, saben muy bien que no es verdad, que aquí sólo nos las vemos con demostraciones en un sentido completamente metafórico. De hecho, se trata de un caso de superposición de principios metafísicos a opiniones, extraídas por el filósofo de su particular y limitada experiencia de la vida de acuerdo con su propia sensibilidad. Lo que por otra parte no perjudica en modo alguno el interés del spinozismo, sino solo a la idea que se quiere transmitir de él. A partir de ahí, la mala fe del historiador consiste en no tomar partido claro por ninguno de los dos enfoques: si Ud. señala que la doctrina, como sistema, ofrece una componente considerable de arbitrariedad, se le responderá que la intuición fundamental persiste admirable y que el conocimiento del hombre es de una excepcional profundidad; y si Ud. hace la observación de que precisamente el conocimiento del hombre se evidencia lapidario y banal, se le responde que esta impresión obedece a que Ud. no capta que todo el valor de estas nociones procede de que se deducen y demuestran filosóficamente. En filosofía, el lector siempre se equivoca... Hay que transfigurarlo todo vinculándolo con no sé qué palabra clave. Cada vez que un filósofo hace una vaga observación concreta, se extasían por las “preciosas observaciones”, las “apreciaciones directas”. Se escribe, a propósito de Plotinio: “Plotinio describe con mucha humanidad esta etapa intermedia entre una virtud práctica simplemente y la verdadera libertad del sabio [9.4]”. Sigue la cita de las Enéadas, 1, 2, 5, que es una retahíla de trivialidades espiritualistas y de tópicos morales. Resulta notable, pues, la admiración de quien comenta, que se maravilla de que Plotino se haya avenido “con mucha humanidad” a consagrar diez líneas de banalidades a lo que constituye, en suma, el problema de la vida humana en su totalidad…

Y en efecto, en esta perspectiva, los argumentos no los aporta el autor estudiado como pruebas más o menos consistentes: se otorgan a título gratuito. Ni siquiera son argumentos, son hechos: el filósofo pensó esto. Como para el creyente, el argumento se confunde con el hecho de la revelación. El mejor historiador de Descartes, M. Guéroult, escribe por ejemplo [9.5]: “Para el filósofo subsiste la doble obligación, la de señalar la posibilidad técnica de ese hecho (el error de los sentidos) y, a la vez, la de absolver a Dios. Si no, el dogma (lo destaco yo) de la infalibilidad divina se desvanece, y el fundamento de las ciencias se desmorona. La búsqueda de la solución irá en la siguiente dirección: 1º se reducirá al mínimo el error intrínseco del sentido... (¿Cómo “se reducirá”? ¿Acaso esto depende de Descartes?) 2º la explicación de la posibilidad técnica de este mínimo… será tal que pondrá en evidencia la bondad divina, etc…” (¿Cómo “será tal”? ¿Quién lo decide?). Así, la importancia de los problemas y el discurrir habitual de la búsqueda intelectual se invierten: una doctrina ya no es un conjunto de conceptos que sirve para comprender la realidad, sino un objeto consagrado al que se rinde culto. Ya no se trata en absoluto de estudiar al hombre, sino de pintarlo de tal modo que Dios y el cartesianismo se justifiquen. En el límite, acabamos por leer frases de este tenor: “En efecto, sabemos que, en Plotino, la Inteligencia es siempre lo que, etc…”, “Ahora bien, en Hegel, desde el momento en el que la Idea, etc...”. Esto ya no es historia de la filosofía, es historia natural. Se hace imposible cualquier visión de una filosofía en perspectiva según el escalonamiento de sus verdaderos propósitos y sus contenidos reales. Toda justificación auténtica, toda comprensión de lo que el autor pensó verdaderamente y quiso hacer pensar, y por qué, y por qué así, son enrasados en una visión que es como la proyección sobre un plano de una realidad tridimensional. Es exactamente la causa por la que la intención sustituye al hecho, y el propósito a su realización.

A menudo se intenta justificar este modo de escribir la historia, que es también un modo de hacer filosofía, diciendo que es imposible hablar de un gran filósofo sin “adentrarse en su problemática”. Pues bien, esta expresión oculta o un truismo o una excusa perezosa. Si significa que para comprender una filosofía hay que ubicarse en el eje de los problemas que plantea, o más bien de la manera en la que los formula, de las preocupaciones que son suyas, etc…, no es más que un truismo, la visión certera en el estudio de cualquier cosa: época histórica, obra de arte, etc... Si significa, como de hecho es el caso más frecuente, que no hay que salir de esta problemática, entonces es una excusa perezosa que acaba por hacer de la historia de la filosofía lo que realmente es en la actualidad: una paráfrasis. “Adentrarse en el pensamiento del autor” solo significa, pues, aceptar como evidentes las ideas a las que éste recurre sin demostración. En consecuencia, nunca habrá que emitir juicios porque ello siempre nos obliga a desgajar un fragmento de una doctrina. Aquí, de nuevo, se confunde el problema pedagógico y el problema filosófico, el período al que hay que abrirse con abnegación a una doctrina para entenderla, y aquel en el que, una vez entendida, se trata de apreciar qué nos ha hecho entender. ¿Y si por casualidad fuera el autor el culpable de nuestras incomprensiones? “¡Jamás!, clama el historiador de la filosofía. Relea, relea, adéntrese en el pensamiento del autor...”. Sí; siempre hay un instante en el que, a fuerza de adentrarse en el pensamiento del autor, de leer, de releer, de calentarse la cabeza y vociferar formulismos, se “entiende”, en efecto, o al menos se ha olvidado lo suficiente como para tener el derecho de murmurar en la penumbra: “He entendido”.

Entender significa, pues, identificarse con un lenguaje. Pero explicar históricamente los términos sería admitir, ciertamente, que estos términos no han surgido únicamente de la toma de conciencia directa de una verdad autónoma, y que la filosofía no se explica únicamente por sí misma. Por otra parte, al impedirse exponer una doctrina en términos diferentes a los que ella misma invoca como justificación, desaparece la fecundidad. Se la considera un saber absoluto, ya que se establece como principio que toda forma de entenderla ha de coincidir forzosamente con la manera en la que se entiende a sí misma, pero por ello mismo se rompen los vínculos con todo lo que constituye sus fuentes efectivas y los puntos de aplicación posibles; en consecuencia, se la hace incomprensible, por muy minuciosamente que se exponga. Los historiadores de la filosofía proceden, ante un sistema, como lo haría un historiador que estudiara un tratado diplomático desde un punto de vista estrictamente literal, que analizara las mínimas sutilezas y los más pequeños matices de las palabras del tratado, pero sin decir nada de los acontecimientos que condujeron a su elaboración y firma, de las naciones que lo han suscrito, de la manera en la que fue aplicado y de las consecuencias prácticas que tuvo. Cuando los historiadores de la filosofía investigan los orígenes y los puntos de partida de una filosofía, es solo en los restantes sistemas filosóficos; y cuando estudian su eficacia e influencia, es la influencia sobre los filósofos posteriores de lo que se trata. Al igual que, repito, haría una historia superficial que se limitara a estudiar la sucesión de tratados, pero fingiera creer que entre ellos no ocurre nada.

Pero (igual que entre tratados) entre las filosofías suceden cosas, y junto a la problemática literal de una doctrina está su problemática real. Y es a la que hay que dedicarse, sin lo cual se hace de la filosofía algo insignificante, una especie de representación diplomática del pensamiento humano, encargada de ofrecer los cócteles y los decorados que señalan el final de las grandes revoluciones, a la vez que de edulcorar los resultados.

Es por lo que he tratado de mostrar a la vez cómo se hace filosofía, y cómo se rehace la historia de la filosofía pasada, hoy. Si he intentado luchar contra el dogmatismo con el que se expone en la actualidad el pensamiento de los grandes autores, si no he dudado en poner en evidencia ciertos pasajes arbitrarios, incluso ciertos ridículos de sus obras, no es porque sitúe en el mismo plano aquellos grandes autores pasados y ciertos impostores contemporáneos. He querido luchar contra el modo en el que estos mismos impostores esterilizan las doctrinas que comentan para hacer creer que las suyas son fecundas. Prohibiendo toda discusión “a fondo”, todo estudio concreto y vivo, sin contemplaciones, se desemboca en una reedición pura y simple del “Aristóteles dixit” medieval. No es una casualidad el que una historia de la filosofía que generaliza el argumento de autoridad pase por ser la única historia seria en el mismo momento en el que triunfa, en la actualidad, la “filosofía—citas” de Sr. Heidegger, que únicamente tiene por discípulos a sus propios traductores o parafraseadores. En tal atmósfera intelectual toda objeción es una incomprensión; por el solo hecho de exigir explicaciones Ud. mismo se arroja a las tinieblas exteriores, no tiene derecho más que al desprecio y al anatema.


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PS del 30ENE2024

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Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

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[9.2 NdT. L'en-soi , en el original.  La naturaleza propia y auténtica de una realidad que existe absolutamente, independientemente del conocimiento que tengamos de ella. 1. [Entre los escolásticos] Lo que caracteriza a la sustancia cuya cualidad es existir en sí misma. 2. [En Kant]. Lo que existe absolutamente, independientemente del pensamiento que lo aprehende. 3. [En Sartre y los existencialistas] La realidad del ser que es, pero permanece opaca a los demás y a sí misma.

[9.3 NdT. La Bibliothèque rose,  colección de libros infantiles de la época. 

[9.4 Maurice de Gandillac: La Sabiduría de Plotinio, p.92.   

[9.5 Martial Géroult,  Descartes, según el orden de las razones, t. II, p. 169.  


2023/03/01

[170] ANDRÉS Gª TRAPIELLO: ¡UN PETARDO! (La inconsistencia de su Prólogo a "Madrid, 1921. Un dietario", de J Pla)

 El pequeño problema al que ha de hacer frente Andrés es que, lo que él dice que se reescribió en 1966, se publicó en 195...


Andrés ha tenido un severo traspiés, pero no pienso por ello... hacer burla de Trapiello.

Dejo claro de entrada que nada de entidad sé de Andrés Trapiello. Y que es literalmente cierto que no aliento propósito alguno de hacer mofa. Me limitaré a la mera exposición de hechos verificables. En cuanto al calificativo del encabezamiento, me remito a la acepción 2 del DA, aplicada al caso (m. y f. despect. coloq. Persona poco competente en su cometido), por no imputarle malicia y doblez.

Por contra, Andrés se ha presentado ante mí de manera inopinada en ocasiones que entiendo significativas, aparte de propicias para terciar en ellas.

La 1ª que recuerdo fue de la mano de Javier de la Iglesia, hermano de su hermano, con quien compartí empresa hace ya un tiempo.

Javier, empapado de esas insignificantes minucias llamadas refinamiento y buen gusto (Pla) y esclavo fiel de la musa Literatura (s.e. por mi parte), estaba a mi lado (el 28 de junio de 2013) cuando elevó tenuemente su voz para decir no sé qué... 

—¿Qué te pasa, Javier?,

—¡Bah...!, nada, cosas, …, éste, Trapiello, en jondon (ese es el palabro que le entendí).

—Pues ¿qué dice?

Y me lee un pasaje de los-papeles-rotos-de-las-calles

—¡Ya cansan estos...! ¡Que dejen a la gente en paz...!, exclama exhibiendo una muy educada indignación...

Aproveché la ocasión, creo que para regocijo suyo, e hice un comentario on line con pretensión de acidez, y ahí quedó la cosa.

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Luego llegó a mis manos el Madrid, 1921. Un dietario, de Josep Pla. Una edición magnífica de la Asociación de Libreros de Lance conmemorativa de la Feria del Libro de Madrid, edición 2007, que Andrés prologa. Iré a ello más tarde. 

Finalmente, mi curiosidad por Chaves Nogales me llevó a William Chislett quien, también por 2013, señaló una circunstancia en la que Trapiello tenía un innegable protagonismo. Lo hizo en CHAVES NOGALES, UN FILÓN INAGOTABLE . De Chaves Nogales, he hablado largo y tendido: he aportado al conocimiento de su última peripecia —viaje Burdeos-Londres de junio de 1940, mucho más que GªTrapiello, pero la mixtificación prosigue negro sobre blanco.

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Una digresión. Preguntarse en este momento por qué estas líneas, que hacen referencia a un prólogo de 2007, es del todo sensato. Responder es sencillo: el deleite de releer a Pla se me ha presentado muy enturbiado por esas 14 páginas que conforman el dicterio, dicterio para el que —racionalmente, no hallo justificación alguna. He querido asegurarme de su gratuidad e inconsistencia. Y adquirí un librito la semana pasada, librito en cuanto a su aspecto..., que aclara todo.

Andrés, en ese prólogo, se muestra tan categórico como desabrido. 

Desabrido con Pla, con los contadores de papel (sin percatarse de que "su" página, la que emplea como unidad de medida, es completamente arbitraria, en tanto que el nº de palabras es un módulo de medida comúnmente aceptado), y, en definitiva, con el lector de Pla. En particular aquel que, como yo, se sienta mecido en sus hojas tal si, al atardecer de una suave jornada de primavera, recorriera el Gran Canal veneciano en góndola manejada con pareja mano maestra.

Andrés no tiene en cuenta cosas como que dietario tiene más acepciones que la que él señala, a saber, (2) Diario personal, y (3) Libro en que los cronistas de Aragón escribían los sucesos más notables, según el DA. 

O que Pla, cuando viaja como cronista en su Viaje a Rusia (1925), por ejemplo, acota perfectamente, de entrada, el tono de su prosa, acorde con la indicación de "Cuente lo que vea" que recibe del Director de La Publicitat [1]

No es el caso del Madrid, 1921 publicado en 1929 por vez primera. Romá Jori, Director de La Publicidad, a la pregunta del joven ampurdanés de qué tendrá que hacer en Madrid, le responde: "Lo que le parezca. Ya irán saliendo cosas... Escriba claro". 

Del cumplimiento de tal prescripción sólo la lectura de los artículos publicados en el diario puede dar cuenta... "Una pequeña parte de lo que publiqué está contenida en este libro", afirma Pla en el Prefacio.

Pero no vale la pena hacer escrutinio de ese infausto prólogo de Trapiello (del cual no se me escapa que amerita ser conocido por el lector para poder juzgarlo con conocimiento; me comprometo a ofrecérselo en un plazo razonable de tiempo— a todo aquel que me lo solicite). 

La piedra maestra en la que se basa tal edificio es la reescritura del texto de 1929 que, según Andrés, Pla lleva a cabo en 1966 con ocasión del comienzo de la publicación en Destino de su Obra Completa: "Veamos cómo concibió Pla este libro en 1921, cómo lo publicó en 1929 y cómo lo rehizo en 1966", dice.

Reescritura de mano de un escritor ya biliar que se había pasado el último cuarto de siglo (lo que nos traslada a 1941) oteando el universo desde un algarrobo... (el dulce y amable Andrés nos tendría que explicar si fue sobre esa atalaya desde la que Pla tomó las notas que le sirvieron para su Israel, 1957, por ejemplo).

... en 1966... corrigió cuanto pudo (una obra llena de imperfecciones e infantilismos) tratando de salvarla, dice en otro pasaje.

No se anda Trapiello con remilgos al tildar de que malicia y doblez inspiran el retrato que Pla hace de Ramón Gómez de la Serna, ante quien se cuida mucho en excederse, mientras Ramón vivió... Pero en 1966 Ramón llevaba muerto 3 años, y Pla no se recató de cargar las tintas, de una manera aviesa y dudosa. Ni que decir tiene que Trapiello alancea en 2007 a un Pla desaparecido en 1981...

El pequeño problema al que ha de hacer frente Andrés es que, lo que él dice que se reescribió en 1966, se publicó en 1957. Que Gómez de la Serna lo leyera, es otro cantar.


La Editorial Selecta, de Barcelona, presentaba en 1957 Madrid, 1921 (Un dietari) como el vol. VII de la serie Obres Completes de Josep Pla. Es el ejemplar de la colección que al lomo lleva el número 235.


[1Martí Esteve i Guau fue el director de La Publicitat entre 1922 y 1926. Pla no lo nombra en el Viaje a Rusia  editado en 2018. 

[196] "LA DERROTA DEL CONOCIMIENTO" (O, MEJOR, AL SOMETIMIENTO POR EL EMBRUTECIMIENTO)

    “…mi profesión nada confusa, sin comprender cuál es su cometido, transformada en mero servicio de guardería la más de las veces...”   ∞:...