2022/12/30

[161] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 5. 2ª PARTE)

 

 (2ª parte)

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Lo más llamativo es que, en los momentos en los que la filosofía alcanza su nivel más bajo, es cuando reivindica su infalibilidad con la mayor intransigencia, y cuando, según la frase de Leone—Battista Alberti, “todos a su aire, y con diferentes  opiniones, los filósofos están no obstante de acuerdo en que cada cual considera a los restantes mortales como lunáticos e imbéciles” [5.8]. En efecto, el auténtico filósofo, convencido de que el espíritu filosófico existe en él, y posee un valor transcendente con relación a cualquier otra realidad, cree pues, en la buena lógica del idealismo objetivo, que el mero hecho de emplear el lenguaje filosófico hace que, de facto, se participe de la Realidad superior. En consecuencia, el más estúpido de los filósofos es, en esencia, siempre más inteligente que el más inteligente de los no filósofos; y un imbécil filosófico, desde el momento en que, en su imbecilidad, profiere palabras filosóficas es, en esencia, superior a un imbécil ordinario. Por ello un profesor de la Sorbona puede escribir: “Desde Descartes, la ciencia, que es hipótesis y raciocinio, parece revelar a los personas el Ser; y la metafísica, que de por sí revela el Ser, les parece hipótesis y raciocinio”. En efecto, dice el mismo autor: “las verdades filosóficas surgen de la persona en su todo, y de su reflexión sobre su relación fundamental con el mundo, relación que no cambia tan rápidamente como las hipótesis formuladas por las ciencias sobre la estructura del objeto” [5.9].


Nada más cómico que estas jeremiadas y esta eterna petición de principio, que consiste en tomar el propósito por resultado, y, so pretexto de que la metafísica debería revelar el Ser, exhibe sin recato lo que hace. Sin hablar de la descripción escandalosamente equivocada que hace este profesor de la naturaleza del progreso científico, al hablar de “hipótesis que cambian”. Porque existe una diferencia entre las puras hipótesis y las teorías revisables, pero justificadas. Es simplemente confundir la sucesión de hipótesis científicas, tal como sucedía antes del nacimiento de la ciencia, y el desarrollo de la ciencia propiamente dicha. Antes del nacimiento de la ciencia, las teorías sobre la estructura de la materia no eran realmente más que puras hipótesis que se sucedían arbitrariamente; pero no eran teorías científicas precisamente, ¡eran teorías filosóficas!

 Es digno de resaltar que tres siglos de epistemología hayan dejado la Sorbona tan postrada. Porque en la medida en que la filosofía también reivindica para sí un cierto positivismo, existen tres ámbitos a los que se dedican los filósofos antimetafísicos: la epistemología, la psicología y la sociología. De los dos últimos incluso se escribe periódicamente que, desde hace un siglo, “han llegado a ser ciencia”. Obviamente no hay que dejarse impresionar en demasía por estas proclamas ya que, cuando un filósofo afirma de algo que “ha devenido ciencia”, simplemente quiere decir que se propone estudiarlo. No obstante, estas tres ramas de filosofía tienen una orientación intelectual propia y merecen un análisis por separado.

La epistemología se ha vuelto cada vez más importante desde que los grandes cambios de nuestra visión del mundo los han llevado a cabo las ciencias, naturales y humanas, y no la filosofía. Al no poder sustituir ya a la ciencia, la filosofía ha querido explicarla.

Resulta bastante curioso constatar que, incluso en la época en la que el nivel de la ciencia permitía que auténticos filósofos a la vez fueran auténticos eruditos, el valor epistemológico de la filosofía permanece con todo como extrañamente limitado. Es incontrovertible, por ejemplo, que la filosofía de Leibniz se despliega tras un segundo plano matemático, y físico hasta un cierto punto, sin el cual difícilmente puede ser comprendida. Pero si el cálculo infinitesimal es para él el origen de cuestiones filosóficas esenciales [5.10], el hecho de que su filosofía sea en gran medida una especulación sobre conceptos matemáticos no la hace más certera. Es tan precaria como toda filosofía, y hasta pasa por ser, a ojos de sus contemporáneos  [5.11], uno de los más bellos ejemplos de “metafísica”, en el sentido en el que esta palabra implica gratuidad y arbitrariedad. Si Leibniz hubiera filosofado acerca del cálculo infinitesimal, hubiera hecho epistemología, pero su filosofía la hizo empleando nociones sugeridas por el cálculo infinitesimal, nociones que en el plano metafísico no eran más que metáforas. El itinerario real de su pensamiento es lo opuesto al discurrir aparente. Él mismo lo dice, además, en un fragmento autobiográfico escrito desde el punto de vista de un personaje que le hubiera visitado, en su estancia en París, y en el que habla de sí en tercera persona: “Le sorprendí un día leyendo libros de polémica. Le expresé mi extrañeza pues me lo habían descrito como un matemático de profesión, puesto que casi no se había dedicado a otra cosa en París. Fue entonces cuando me dijo que estaban muy equivocados, que ciertamente tenía otras muchas miras, y que sus principales reflexiones versaban sobre teología, que se había dedicado a las matemáticas igual que a la escolástica, es decir solo para la perfección de su espíritu y para aprender el arte de crear y demostrar” [5.12]. Recíprocamente, y por la misma razón, la filosofía de Leibniz no estimuló al científico en modo alguno: por contra, sobre una cuestión concreta, la de las leyes del movimiento, le hizo defender ideas en contradicción con los análisis del científico [5.13]. Igualmente, mientras que el Newton científico declara: “No establezco hipótesis” el Newton filosófico elabora una teoría del espacio y del tiempo como “sensoria” de Dios, tan hipotética como si no fuera de Newton. Así pues, el divorcio entre filosofía y ciencia se constata en una misma persona en el seno de la misma obra. Tenemos sabios—filósofos que no por ello son mejores filósofos, y filósofos—sabios que no por ello son más sabios que si no fueran filósofos.

Pero, discutible en derecho, la epistemología aún lo es más de hecho en la actualidad, cuando un matemático, por ejemplo, no solo no puede dominar por igual la física o la biología, sino tampoco el conjunto de las matemáticas. La epistemología ha devenido pues imposible y contradictoria, si al menos se admite la imposibilidad de poder penetrar en el sentido profundo de una ciencia sin conocerla directamente. Ciertamente no faltan filósofos que disponen de conocimientos científicos. Pero ello, ¿qué quiere decir? Que un filósofo consagre varios años de su vida a estudiar física o medicina, llegando a ser, como sucede a veces, doctor en medicina, ¿nos lleva realmente muy lejos? Porque si para un literato (al ser la filosofía, mientras no se diga lo contrario, una disciplina literaria) es un esfuerzo loable el llegar a ser Doctor en medicina, en medicina este título no representa sino un nivel muy elemental, un punto de salida al que llegan miles de estudiantes muy alejados de es-tar en condiciones de reflexionar sobre los fundamentos de su ciencia o de su arte. Hay pues en estas “dobles formaciones”, de las que algunos filósofos están tan orgullosos, mu-cho más efectismo que seriedad. Es lo que explica que los filósofos sean responsables de tantas ideas falsas que circulan sobre las ciencias, en particular sobre la relatividad, y escriben libros que irritan o hacen sonreír a los científicos. La filosofía se aferra al prejuicio de que puede tener un “punto de vista” filosófico, sobre todas las cuestiones, diferente al de la propia profundización en ellas. Eso quiere decir que la verdad de una disciplina puede ser deducida por mentes que no la conocen más que indirectamente. Ahora bien, todo muestra que el “punto de vista general” no existe: es cuando se llega a los últimos detalles, como “profesional”, como especialista de una disciplina, cuando todas las cuestiones se transforman, y cuando el verdadero “punto de vista” general encuentra su raíz.

Porque la idea de una epistemología filosófica está ligada a los comienzos de la ciencia, a un estadio del desarrollo científico en el que los descubrimientos puramente experimentales se sucedían en aparente desorden, en el que las propias teorías tenían un carácter aislado y fragmentario. Pero la epistemología actual es, y no puede ser otra cosa que, el propio desarrollo de las ciencias. Es su propio progreso el que pone a prueba sus fundamentos y su urdimbre, y son los científicos quienes, llegado el caso, cuestionan los principios, —por la propia aplicación que hacen de los mismos, o por formular nuevos principios con miras a nuevas aplicaciones. La filosofía de las matemáticas es su propio desarrollo. Asimismo, en otro ámbito, la estética es la reflexión de los artistas sobre su arte, reflexión que es el análisis crítico de las expresiones antiguas junto a la aplicación de las nuevas expresiones: también es el trabajo de historiadores del arte que reflexionan, como Focillon, Pa-nofsky o Saxl, por ejemplo. Ahí encontramos estética y no en los libros de los filósofos. Y la filosofía de la Historia, consiste en las renovaciones y las ampliaciones del método histórico por los propios historiadores. Los filósofos, para hacer epistemología, parten del principio de que los científicos no se preguntan jamás sobre los fundamentos de sus ciencias, lo cual es absolutamente falso. Esta justificación de la epistemología filosófica está vinculada a un estado del espíritu científico que está de sobras superado y que de ninguna manera es inherente a la propia ciencia.

Más aún: los filósofos no hacen, ni pueden hacer, más que sembrar la confusión en la epistemología, pues intentan, sea como sea, añadirle toda una serie de problemas filosóficos tradicionales que, precisamente, los modernos desarrollos de las ciencias y de la vida han hecho zozobrar en la nada incluso su propio objeto. Desde el mero punto de vista pedagógico, toda la problemática designada tradicionalmente bajo el nombre de “teoría del conocimiento” representa una amalgama de conceptos e imágenes a tachar, absolutamente, en cualquier reflexión actual sobre las ciencias.

Tomemos, por ejemplo, el aparente problema de las relaciones entre sujeto y objeto. La propia formalización de este emparejamiento data de una época en la que la naturaleza se concebía como un puro espectáculo ante del hombre, y en la que, por otra parte, precisa-mente por su impotencia ante esta naturaleza, el hombre se concibe, de manera metafísica o religiosa, como radicalmente diferente a ella, como originariamente participante en otra categoría de la realidad. Desde entonces se plantea el problema del nexo entre el orden espiritual y el orden natural, bien porque el objeto se imponga al sujeto (además, ¿es así con exactitud?) bien porque el sujeto “constituye” el objeto. Por ello el problema básico de la teoría del conocimiento no puede ser sino el problema de la sensación. Pero hoy, que actuamos sobre la naturaleza, y el saber científico en modo alguno es continuidad del conocimiento corriente, el problema de la percepción no está en el punto de partida de la teoría del conocimiento. La física actual no es, como la del siglo XIX, un conocimiento general más preciso, absolutamente es otra cosa. La división del mundo material y el mundo espiritual ya no guarda relación con nada. La persona no es un sujeto frente a un objeto; que ese sujeto sea un empírico o un trascendentalista; que ese objeto sea o no de la misma naturaleza que el espíritu: ese tipo de problemas ya no existe. Desde hace un siglo tienen lugar en todos los ámbitos aumentos reales del conocimiento que, lisa y llanamente, aniquilan las viejas maneras de filosofar. Ahora bien, para reflexionar sobre las ciencias y los acontecimientos actuales, los filósofos pretenden seguir usando estos conceptos que datan de una época en la que el saber no guardaba relación alguna con lo que es en la actualidad.

Más aún: ponen a salvo la epistemología para deslizar subrepticiamente, entre las ciencias que analizan, los resultados de sus propios ejercicios espirituales. Qué pensar, por ejemplo, de un filósofo que, en un libro considerado hoy como una de las “cimas” epistemológicas más “valiosas” [5.14] comienza fríamente por decir que va a tratar de las ciencias, a saber (enumeración como si no se supiera de qué va): las matemáticas, la física…, la psicología…


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[5.8 Nota para uso de filósofos. Leone Battista Alberti (1404—1472), matemático, arquitecto, teórico de la perspectiva, etc… es quizá, con Leonardo da Vinci, el más universal y el más genial de los pensadores del Quattrocento. —La frase citada se encuentra en el Momus, tratado que forma parte de las obras morales y escrito hacia 1450.

[5.9]  Ferdinand Alquié: Descartes y el descubrimiento metafísico del hombre, 1950, pp. 87 y 4.  

[5.10 “Un nuevo destello vino a mí… de consideraciones matemáticas sobre la naturaleza del infinito”. (De Libertate.)

 [5.11]  Ver p. ej. la correspondencia de Leibniz con Arnaud; Arnaud se obstina en vano en repetirle que es inútil filosofar desde el punto de vista de Dios, y considera del todo evidente que las ideas metafísicas de Leibniz son completamente estériles y fantasiosas. 

[5.12Citado por Couturat, La Lógica de Leibniz, p. 165.

[5.13]  Véase Guéroult, Dynamique et Métaphysique Leibniziennes

[5.14J. Piaget: Introduction à l’Epistémologie génétique. 3 vol. in—8º. Paris, 1950.

 



2022/12/16

[160] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 5. 1ª PARTE)


 (1ª parte)

«No apruebo en absoluto el pretender engañarse saciándose con falsas ilusiones. Es por lo que, al ver que conocer la verdad es una mayor perfección que ignorar, aunque nos suponga quebranto, proclamo que es preferible ser menos feliz y tener más conocimientos»
Descartes [5.1]
 
«Estoy desolado por su erisipela… Le ruego que se cuide, al menos hasta que sepa si hay manera de hallar un remedio que se apoye en pruebas infalibles.»
Descartes [5.2]


Los filósofos no tienen por costumbre subestimar su talento. De creerlos uno a uno, la humanidad solo comienza a pensar realmente, con él. Por otra parte, se constata que las ideas que se utilizan como cuestiones intelectuales en nuestra civilización, y que la hacen ser lo que es, lo que deviene, tienen muy poco que ver con la historia de las filosofías en el sentido oficial del término. Si se observa con cuidado lo que ha retenido una persona culta de nuestro tiempo, que haya tratado de informarse a conciencia sobre el conjunto de la filosofía, se averigua que retuvo: 1º, de Descartes, la vaga idea de que hay que proceder con método; 2º, de Kant, la expresión “imperativo categórico” (que aplica, por otra parte, a imperativos hipotéticos de modo indefectible). Por supuesto que no hablo de modas: el “tiempo subjetivo” en la época de Proust, el “compromiso” hoy, los “vórtices” cartesianos y los “animales—máquinas” de la época de las Mujeres Sabias y de la Epístola a la Sra. de la Sablière, etc… A largo plazo, una obra tiene tanto menos presencia en el pensamiento de las personas cuanto mayor es en las historias de la filosofía, y en estas últimas ocupa tanto menos cuanto más considerable ha sido su papel efectivo. En efecto, al más imperceptible progreso en las ciencias naturales o humanas, a la más tenue transformación en las artes, las letras, la política, o las costumbres, las teorías de la  filosofía se desmoronan con una regularidad que verdaderamente constituye el único “criterio de verdad” que ha sido capaz de aportar a lo largo del tiempo.


Los filósofos siempre han sido refutados por aquéllos a los que pretendían sobrepasar en rigor y en amplitud. ¿No deberían preocuparse por el hecho de que todas las grandes renovaciones filosóficas ocurridas, sobre todo desde hace un siglo, se deben a economistas, a naturalistas, matemáticos, físicos, biólogos o médicos, y en ningún caso a un filósofo profesional? Se responderá que la filosofía no tiene por qué hacer descubrimientos, que es reflexión sobre los descubrimientos de los demás y explicación de su sentido metafísico, que es, según la fórmula de Brunschvicg, “la ciencia de los problemas resueltos” [5.3]. De momento dejemos de lado el análisis de esta concepción, que plantea el problema de la propia posibilidad de una epistemología seria. Porque en el pensamiento moderno los filósofos no solo no aportaron nada comparable a las renovaciones intelectuales de las que he hablado, sino que en la mayor parte de los casos fueron los últimos en comprender, ya se trate del evolucionismo, del materialismo histórico, de la matemática no euclídeas, de la física no newtoniana, del psicoanálisis, etc… No solo no captaron el alcance filosófico, sino que en cada caso han tardado una buena cincuentena de años en referirse a él, a veces un siglo y, por añadidura, mal.

 Si la metafísica es elucidación del sentido de lo que existe, no consiste pues en soslayar lo existente. La metafísica de Platón, por ejemplo, no está aislada. Antes de abordar la metafísica, Platón, de entrada, es capaz de hablar de política, de moral, de arte, de amor, de sofística, al menos tan bien como el más inteligente de los no filósofos. Es la razón por la que el poder de su metafísica surge de que es una auténtica superación, y no un recambio, del sprit de finesse —y del esprit de géometrie [5.4].

Invocar a los griegos ciertamente es poco novedoso. ¿Y quién no invoca a los griegos? Hay de todo en los griegos, incluso, con Aristóteles, los inicios de la filosofía aflictiva. A pesar de todo, cuando se lee a Platón, a los Estoicos, a los Epicúreos, cuando se escruta a Diógenes Laercio, se tiene la impresión de estar tratando con filósofos, pero no se tiene, por el contrario, la impresión de estar tratando con espíritus carentes de sutileza. Para empezar, encontramos en ellos ese regusto hacia el que Rousseau, Kierkegaard o Nietzsche tendieron tantas veces, con tanta nostalgia, y con el sentimiento de estar como de penitencia en la filosofía moderna. Por el contrario, se da en Leibniz, o en Kant, una grisura, un aspecto académico destilado en los libros, incompetente para cuestiones de la vida, que a primera vista revela una “actitud existencial” muy diferente.

Obviamente no nos imaginamos a un autor moderno comenzar una obra importante de filosofía declarando, como hace Platón al principio de Las Leyes, que va a tratar la cuestión de la utilidad de los banquetes. En realidad, a lo largo de los dos primeros libros de Las Leyes, mediante la cuestión de la utilidad de los banquetes y por una suerte de progreso en espiral, lo que deduce Platón es una definición de la virtud. Método indirecto, casi pudoroso, en el que, a partir de una anécdota, de un hallazgo, de un hecho cualquiera, de una opinión, de un detalle técnico, de un ejemplo de moral práctica, hace ver que todo lo que es real y percibido como tal es susceptible de un desarrollo filosófico, y que la filosofía, en primer lugar, consiste en eso. Método que descubre un segundo plano metafísico detrás de cada peculiaridad de la vida humana, y, a la inversa, hace como vibrar el análisis de una cuestión general al unísono con todos los aspectos vividos que se entrelazan con ella en la existencia. Así las cuestiones importantes surgen, si ha lugar, de la propia discusión.

Es decir, en Platón lo que es previo se considera como tal y en sí mismo. Platón no se remite de manera permanente a un desarrollo posterior. O mejor, lo que viene a continuación es realmente ulterior, se basa en análisis previos efectivamente asentados y justificables en sí mismos. Hablar del arte oratorio es, en primer lugar, hablar del arte oratorio. Luego se esboza una filosofía del arte oratorio. Se hace ver que la cuestión plantea el problema moral por completo, luego el de la justificación final del destino humano, el problema metafísico por excelencia. Lo mismo si se habla del amor, o de la Ciudad. Y se hable de oratoria, de la ciudad o del amor, se desemboca en una misma teoría metafísica, pero, precisamente, se desemboca en ella. De modo que, incluso si los desarrollos metafísicos que se deducen de los análisis sean discutibles, no comprometen sin embargo la validez de esos análisis de partida. De ahí proviene el poder de sugestión filosófica de los diálogos de Platón, incluso si sugieren otra filosofía diferente al platonismo. ¿Por qué creemos que Platón es leído hoy en día cuando nadie es platónico al pie de la letra?

Por lo mismo no seríamos capaces de negar a Pascal un determinado sentido metafísico de la “finitud” del hombre, un cierto poder, a propósito del hastío, de la vanidad, de las distracciones, de “desvelar” evidencias que no son precisamente de orden “óntico”. A continuación, Pascal, a partir de estas evidencias, deduce argumentos para pasar a una apologética de la religión cristiana. Pero este “a partir de” es efectivamente así: incluso si se considera falso lo que deduce, los análisis que sirven de base conservan intacto su valor.

Por contra, sería factible un estudio completo de falsas premisas en algunos autores; un análisis de esos pasos que se finge dar antes de las conclusiones que supuestamente soportan, y que en realidad son una amalgama de conocimientos de terceros transformados de manera artificial en heraldos de conclusiones preestablecidas.

Tomemos por ejemplo el estudio de Heidegger sobre El origen de la obra de arte [5.5]. Heidegger analiza un cuadro de Van de Gogh que representa unos zapatos de campesino. Un zapato, nos dice, es en principio un utensilio, es decir, un ente que lo es para otros entes, y para un Dasein (esencia primigenia). La “utilidad” remite de ordinario a otros utensilios. Pero este zapato, en virtud de su “fiabilidad” [5.6], “revela” el mundo del campesino, nos hace presentes el paso cansino, la tierra apelmazada, el trabajo inmutable, la soledad de las campiñas. Pero, − ¡cuidado!− el poder revelador del cuadro no deriva en modo alguno de que es una copia fotográfica del zapato. Ahí no está la autenticidad del arte. De hecho, el zapato está desgajado de su valor únicamente instrumental y en él se materializa la verdad de un mundo. Por consiguiente, la obra de arte es una manera de hacer surgir la verdad del Ser, gracias a la creación de una obra, a su materialización. La obra es creación en la medida en que es revelación, en la que es testimonio de verdad. Es comprobación; en ella la verdad resulta auténtica. “Sie lässt die Wahrheit entspringen”. Es apertura a la verdad, esa verdad que es en sí misma Apertura del Abierto, “Offenheit des Offenen”.

A continuación, Heidegger, recomienza a propósito de un templo griego.

Que tal secuencia de banalidades haya podido surgir del Pastor del Ser; que no haya dudado en asestarnos una serie de novatadas intelectuales tan lamentable; que se atreva a presentarnos, como emanando de la pureza original de su reflexión, un amasijo de fórmulas tan manifiestamente de segunda mano, tan deplorablemente ónticas; una acumulación de tópicos que, desde hace cincuenta años, sirven de abrevadero universal a la crítica literaria y a la crítica artística; que se haya limitado a enganchar a la locomotora de la retórica heideggeriana, como hecho “causal de la obra de arte”, este cajón de sastre de tópicos; que con este tono profético y despectivo, sin el cual no puede escribir nada, que se haya extendido en desarrollos que ningún estudiante de filosofía o letras, que se haya aprendido a toda prisa la Introducción a la Poética de Valery o las Voces del Silencio de Malraux, se atreva a emplear en una exposición, es lo que nos suscita las mayores inquietudes no solo acerca de la filosofía de Heidegger, sino acerca de su cultura [5.7].

Lo que apenas vemos es de qué forma se pueden tener un saber filosófico sin conocimiento alguno. ¿Cómo creer, por ejemplo, que Descartes o Spinoza puedan descubrir el principio de todas las pasiones humanas, cuándo sus análisis de pasiones concretas son más pobres y erróneos que los de la mayoría de los moralistas, de los dramaturgos y novelistas de su tiempo? El Tratado de las pasiones es muy útil para comprender el sistema de Descartes, pero seguramente no lo es para comprender las pasiones en sí, a propósito de las cuales sólo enuncia trivialidades. −Es la universalidad de la filosofía lo que aquí está en cuestión una vez más. So pretexto de que la verdad filosófica es universal, el filósofo también se cree universal. Se habla del Ser, y se hace estética, y se ponen los cimientos de una sociología, y de modo accesorio también se tiene su propia concepción sobre la estructura del razonamiento matemático y sobre al indeterminación en física microscópica. A partir de ahí la filosofía no es más que una mezcla de consideraciones inciertas, presentadas con el aparente rigor de una sistematización artificial, sobre la base de conocimientos parciales e imprecisos.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[5.1Carta a Elizabeth, 6 de octubre de 1645.

[5.2]  Carta a Mersenne , enero 1630.

[5.3] El idealismo contemporáneo, p. 81.

[5.4NdT. «...de la intuición y del razonamiento lógico, deductivo.». En Pascal l'esprit de finesse remite habitualmente a una especie de intuición racional que va directamente a la solución de un problema . El esprit de géometrie, consiste en la sutileza en el razonamiento lógico, deductivo.

 [5.5] En los Holzwege.

[5.6] NdT. Verlässlichkeit, en el original.  

[5.7Habría muchas cosas lamentables que decir, en particular, sobre los Tratados de Estética. También Kant, en la Critique du Jugement, en el § 49, titulado De las Facultades del espíritu que constituyen el ingenio, cita, como ejemplo de lo que quiere decir, estos versos franceses de Federico II:  

Sí, acabemos sin perturbación y muramos sin pesar, 

dejando el universo colmado de nuestras beneficencias.

Como el astro de la luz, al final de su carrera extiende sobre el horizonte una suave luz, 

y los últimos rayos que dispara por los aires,

son los últimos suspiros que da al universo.”

2022/12/09

[159] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 4. 2ª PARTE)

 (2ª parte) 

... Los filósofos son como los esnobs, que tiene pavor a encontrarse con personas que simplemente osen reírse de ellos en sus narices, y se las apañan para verse sólo entre sí. Para criticar a Bergson, hace falta primero “simpatizar” con la “intuición única” de su filosofía, fundirse en ella; a partir de ahí su crítica no es más que una objeción exquisita, una sonrisa difuminada, Ud. se sonroja, se excusa por anticipado, el murmullo expira entre sus labios: Ud. es bergsoniano. —O bien, si Ud. no simpatiza con la intuición única, su crítica no puede ser válida, pues Ud. no “comprende”. Sin embargo, Politzer ha “comprendido” admirablemente a Bergson. Sobre el falso “concreto” bergsoniano, sobre el vacío de la intuición y de lo inefable bergsonianos, sobre el concept verbal de “duración” y la falta real de originalidad de la psicología de Bergson, lo ha dicho todo. ¡Limitémonos a subrayar aquí que esta cumbre  del pensamiento universitario francés, después de haber tenido su momento de gloria (¡ah! esos éxitos de mala ley que los filósofos reciben con tanta premura...) hoy no es más leído que Boutroux, y no subsiste más que en la ínsula de los programas franceses de exámenes y de concursos. Porque Bergson sólo se distingue de los filósofos franceses del siglo XIX a los que me he referido, por un gran talento expositivo y no por las concepciones fundamentales. Entre ellos y él solo existe, para emplear una expresión que le resulta grata, una diferencia de grado, no de naturaleza: parece que lo revoluciona todo, pero de hecho no acomete más que a inofensivos psicólogos, y entroniza a Lachelier, Boutroux, etc... Espiritualismo, “superación” de la ciencia, contingentismo, todo esto proviene de ellos. Es su gigante, su apoteosis, es su alter ego: en más sólido, en más intenso, pero conformado con los mismos ingredientes. Como ellos, apoya su filosofía sobre una especie de segundo plano científico, e incluso salpica con esbeltas integrales los Datos inmediatos, por ejemplo; como ellos, sólo se postra ante las “ciencias de la naturaleza” para mejor “preservar los derechos” de la calidad, de lo inefable, del espíritu, del “yo profundo”. Solamente lo consigue él. — Por supuesto que, de verdad, no lo consigue, pero lo logra en el marco abstracto que se traza, cosa que sus predecesores ni siquiera fueron capaces de hacer. En sentido riguroso, el bergsonismo estaba llamado, ante la ciencia por un lado y las transformaciones sociales por otro, a aportar un tenue rejuvenecimiento ideológico, devolviendo una apariencia de vigor al espiritualismo, al liberalismo, al alma, y accesoriamente a su inmortalidad, o incluso simplemente a su pervivencia «por un cierto tiempo» [4.7].

Se ha pretendido mostrar que, en Materia y Memoria, en La Evolución Creadora, había “anticipaciones geniales” de las evoluciones posteriores de la ciencia. Ha sido posible hallar en ellas una primera teoría ondulatoria de la materia y, en la crítica del concepto de espacio, en el intento de explicar la propia materia solo mediante el concepto de duración, mediante el tiempo, una relatividad preliminar. Sin embargo, hay que desconfiar de estas anticipaciones filosóficas que frecuentemente son meras coincidencias verbales. Entre mil doctrinas, una va a coincidir en su léxico con una teoría científica, pero, desde el punto de vista del itinerario intelectual del que proviene, es similar al resto. El propósito real de la teoría bergsoniana era espiritualista: al retomar la vieja tesis leibniziana y quererla apuntalar sobre la ciencia reciente, trataba de demostrar que la materia era espíritu y que se distinguía de la conciencia únicamente por una diferencia de “tensión”. Para ello era preciso que fuera de la misma naturaleza que la conciencia, es decir, de naturaleza temporal. De ahí la crítica al concepto de espacio como idéntico al de materia. La materia es duración, pero duración “distendida”, psiquismo, por tanto, pero psiquismo “degradado”. A partir de ese momento solo es espacial a escala macroscópica, y para “las necesidades de la acción”. Y también a partir de ese momento se explica la acción del alma sobre el cuerpo, que es de su misma naturaleza. Tal es el “panpsiquismo” bergsoniano. Vemos que esta explicación pensada, y el camino y las preocupaciones que conducen a ella, realmente nada tienen que ver con la física moderna, por mucho que se hable en ella de ondas y de tiempo.

Es lo que, por otra parte, prueba el análisis de la obra que Bergson dedicó, esta vez directamente, a la relatividad [4.8]. En él se constata con sorpresa, —o sin ella, al gusto—, que cuando deja de pensar en su espiritualismo y reflexiona sobre las teorías de Einstein desde un punto de vista estrictamente epistemológico, no sólo no está de acuerdo con ellas, sino que ¡tampoco lo está con lo que él mismo escribió en Materia y Memoria! Habla en efecto de “la extensión independiente del devenir” [4.9] y acaba por emplear un lenguaje que implícitamente acepta el espacio absoluto newtoniano.

Bajo sus atrevidos envoltorios, la filosofía de Bergson es conservadora. Ha “realojado” todos los conceptos clásicos, considerando los nuevos factores, y ha puesto de manifiesto que era más inteligente reformularse con flexibilidad que resistir con obstinación. Todo era acomodaticio en él, hasta el estilo, ese estilo ante el cual se caía en el pasmo, “el famoso estilo fluido apreciado por los burgueses”, como decía Baudelaire del de George Sand.

Y en verdad no se podría encontrar un mejor ejemplo que el estilo de Bergson para mostrar hasta qué punto el público cultivado se deja someter por los filósofos. Bergson tiene un estilo admirable, se ha dicho. Pero abramos cualquiera de sus libros y veamos un poco ese estilo, a la vez tan académico y vulgar, tan lleno de expresiones hechas, de giros convencionales, de asociaciones mecánicas entre ciertas ideas y palabras. ¿Qué significa: “Enseguida reconocimos la insuficiencia de la concepción asociacionista del espíritu”? ¿Y “Las ondulaciones de lo real…”? ¿Y “Este principio anclado en nuestro espíritu”; o, también, “Nuestra tesis arraiga con solidez en lo real”? O, para finalizar, ¿“Nuestra percepción cosecha en el inmenso campo de las frecuencias…”? Estas expresiones vacuas, que no explican nada, abundan en nuestro autor [4.10]. En otros puntos son los apóstrofes de estilo parlamentario: “¿Qué gana Ud. así, por decir que el mundo es Voluntad, en lugar de decir lisa y llanamente que es?” El sentido no menos parlamentario del compromiso: “Que se exprese así en términos de finalidad, o que se atribuya a la materia viva propiedades, que imitan la inteligencia, o bien, en fin, que se adscriba a alguna hipótesis intermedia...” Adscribirse a una teoría es del estilo Revista de ambos mundos 1880; adscribirse a “alguna hipótesis intermedia” resulta ¡masoquismo! Pero prosigamos: “En el primer caso, la experiencia metafísica se entroncará con la de los grandes místicos: creemos constatar, por nuestra parte (sic), que la verdad está ahí” ¿Cuál será en consecuencia el papel de la metafísica? Este: “Retoma un hilo. Ella verá (sic) si ese hilo sube hasta el cielo o se para a cierta distancia de la tierra…” ¡Una aspirina! clamó la señora Verdurin [4.11]. Es lo que permite a continuación a Bergson escribir con aplomo: “Proponemos una cierta manera complicada de pensar. Ante todo, asumimos el esfuerzo”.

“Nosotros” es él, por supuesto. Porque el “nosotros” modesto, así como el estilo alusivo para hablar de otros (que es un modo de ser modesto a su costa) es una de las características de la prosa bergsoniana. Jamás dice: “He escrito, en tal de mis libros…”; dice: “A esta cuestión respondimos en otra ocasión…”. Jamás dice: “Einstein yerra cuando cree poder…”; dice: “La física más reciente, en nuestra opinión…”. O también: “Un pensador profundo, llegado a la filosofía desde las matemáticas...”. Luego añade una nota para decir que se trata de Whitehead. Es introduciendo en la filosofía estos circunloquios dignos del Marqués de Norpois  [4.12], como Bergson se labró en la Universidad una reputación de escritor oscuro y arrogante, que jamás menciona a nadie. No obstante se aviene a hacer algunas excepciones, por ejemplo: “De manera muy ingeniosa el Sr. André Chaumeix ha señalado los parecidos entre la personalidad de William James y la de Sócrates”. Vemos que, si bien para Bergson nunca se pueden comparar dos individuos, en base a la “absoluta originalidad de su melodía interior”, es posible no obstante hacerlo entre W. James y Sócrates cuando esta comparación es fruto del ingenio del Sr. André Chaumeix. Y sería sencillo seguir mostrando a lo largo de páginas y páginas cómo Bergson repite solemnemente los tópicos más estúpidos, como, por ejemplo, “que el retrato pintado por un gran maestro puede darnos la impresión de que conociera al modelo”[4.13] o, a propósito de la Gioconda, cuando se extasía con “el secreto que jamás acabaremos de leer, frase a frase, en la enigmática fisionomía” [4.14], etc.

Si alguna vez alguien se rebozó con palabras, ciertamente es Bergson. La extraordinaria reputación de su tiempo, seguida de su caída no menos espectacular, se explica por el hecho de que él es un final y no un comienzo. Supo apañar de manera admirable temas obsoletos ya en su tiempo y que, en consecuencia, podían apoderarse de las mentes sin hallar resistencia alguna. El público se entusiasmaba al volverse a ver original a precio módico en esfuerzos y sacrificios. Pero en su tiempo, de lo que de verdad ocurría en su tiempo, Bergson no comprendió nada. Pasó serena, o de manera huraña, al lado del psicoanálisis, del socialismo, de la física moderna, para culminar, con Las dos Fuentes de la Moral y de la Religión, en una exaltación prefascista del “héroe” que guía al pueblo.

La filosofía francesa puede pues, sin temor, enorgullecerse de Bergson. Pero en cambio, cuando oigo a algunos de nuestros “filósofos” hablar en nombre de Descartes, Pascal o Rousseau, pienso en la frase de Nietzsche: “Es repugnante ver grandes hombres venerados por fariseos”.


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[4.7Este extraño compromiso se propone en La energía espiritual, artículo “El alma y el cuerpo”, p. 62.

[4.8]  Duración y Simultaneidad, 1923.

[4.9Op. cit., p.33.  

[4.10El Pensamiento y lo Moviente, passim.

[4.11&12]  NdT. Personajes de En busca del tiempo perdido, M. Proust.

[4.13]  El Pensamiento y lo Moviente, p. 258.

[4.14]  Ibid., p. 294. 

2022/12/05

[158] ROCA JUNYENT, HERRERO DE MIÑÓN, Y EL 56.3 DE LA CARTA OTORGADA DEL 78

   

Lo mismo que un boquete en una pared no es una puerta por mucho que por él pueda pasar holgadamente una persona, no es imperativo que la base de un orden legal sea una Constitución, pese a que toda Constitución sea la base de un ordenamiento legal; esto es tan claro como que a las 12h (a.m.) es mediodía, por muy nublada que esté la jornada.

Si las denominaciones son justas, el orden reina; si son equívocas reina el desorden. El que confunde las designaciones corrompe el lenguaje. Las cosas prohibidas sustituyen entonces a las permitidas. La inexactitud toma el lugar de la exactitud y lo falso ocupa el sitio de lo verdadero. Allí donde reina el desorden es que las designaciones de las leyes no están en su debido punto ... El príncipe de Tsi, espíritu confuso, podría servirse de la expresión shi, pero no sabía con certeza lo que esta expresión significaba(Del Lu shi ch'un ts'in[1])

La persona noble escoge sus designaciones de tal modo que puedan ser empleadas sin equívoco en el discurso, y compone sus discursos de tal suerte que puedan, sin equívoco, transformarse en actos. (Del Lunyu[2]). 

(Ambos pasajes los tomo de Haciendo de República. Julio Camba. EspasaCalpe. Madrid, 1934. 1ª ed)

Está más que claro que el parto transaccional del 78 fue una carta otorgada: en aquel trance no hubo ni proceso, ni convocatoria, ni mandato constituyentes, con lo cual el resultado difícilmente podía ser una Constitución que se precie de serlo.

[A propósito de la voz carta otorgada, la RAE accedió a incluirla no hace mucho tiempo en su Diccionario, dentro de las numerosísimas acepciones que ofrecía la entrada carta. Al menos en un par de ocasiones, la 1ª a principios de abril de 2018, lo solicité a la egregia entidad, la cual, al final, la ofrece así: 1. f. Der. Documento jurídico por el que un rey soberano regula el Estado y los derechos del pueblo. Si eso no es salirse por la tangente, que venga el Señor y lo vea. Porque, hace falta... para que, los Srs. académicos, con el ejemplo que nos es propio a dos palmos de sus apéndices nasales, evidencien tal falta de olfato normativo]

*** 

En 2011 mis conceptos políticos no estaban bien asentados, solo llegaron a asentarse tras recibir las luces difundidas por D. Antonio Gª Trevijano años después. 

Interpelé por entonces a algunos de los ponentes "constituyentes"* acerca del malhadado artículo 56.3, el que a mi juicio condensa la esencia del cambalache, cuya flagrante contradicción con el 14 es palmaria. Mientras que este señala la universal igualdad de los españoles ante la ley, aquel sienta la excepción al establecer la completa –universal, en consecuencia– irresponsabilidad del Jefe del Estado. 

José Pedro PérezLlorca nunca se dignó a responder, pese a mi insistencia; sí lo hizo Miguel Herrero. Le planteé la cuestión a Miguel Roca un año después. Contestaron como se puede leer en sus misivas, que espero resulten legibles.


(*) Es fácil caer en birlibirloques verbales cuando son moneda corriente: lo son los que vienen haciendo pasar a los españoles una carta otorgada por Magna, "Constitución"; separación de funciones por separación de poderes; votaciones por elecciones, y, "prohombre de lo público" –erigido por el comité central de su partida/partido a la posibilidad de saquear el tesoro público mediante el abominable sistema de listas cerradas y bloqueadas– por representante. Así que, ¿qué impide denominar "prostituyentes" a ese elenco, sin que se me tilde por ello de abrupto, agreste o maledicente?.

Si tales prohombres se quedan en ese nivel de solidez argumental, en aquella encrucijada a la que se vio abocado el pueblo español, no cabe sorpresa en cuanto al resultado de aquel fabuloso parto de los montes: tras un período de régimen político autoritario irresponsable en esencia, denigrado sin remilgos por serlo, lo que se alumbró resultó ser de la misma calaña bajo disfraz. 

Pura transacción consistente, en esencia, en un rotundo cambio de papeles para dar aspecto de giro copernicano: el Estado titular de los "partidos" durante el cuarentañismo –que como tales no tenían acceso al presupuesto–, pasó, en el neocuarentañismo –y lo que quede–, a manos de los partidos recreados que, como titulares del Estado, gozan de acceso libre al presupuesto: ¡saqueen el pecio!, es la consigna.

Proclamo, insisto, reitero, y repito, que el 56.3 condensa la esencia del cambalache. Volví a la carga con la cuestión y los interlocutores allá por noviembre de 2018, con ocasión de otro autohomenaje que, sin decoro alguno, se rinden una y otra vez estos hermanos fosores de la Nación, del pueblo español (di cuenta detallada de ello en [56]).

No me duelen prendas añadir la esencia de mis apreciaciones y pruebas aducidas:

Proclamadas, reiteradas, y repetidas de modo insistente, quedan, una vez más, a finales de este para mí aciago 2022.

...


[1] Lu shi ch'un ts'in. Texto chino clásico, de carácter enciclopédico, compilado hacia el año 239 a.C. en.wikipedia.org. Lüshi Chunqiu.

[2] Lun Yu. –El Lunyu es considerado por los estudiosos como la fuente más fiable de la doctrina del antiguo sabio Confucio (551-479 a.C.) y suele ser el primer texto confuciano que se estudia en las escuelas. Abarca casi todos los conceptos éticos básicos de Confucio: ren ("benevolencia"), junzi ("el hombre superior"), tian ("cielo"), zhongyong ("doctrina del medio"), li ("conducta correcta") y zhengming ("ajuste a los nombres"). Este último inculca la noción de que todas las fases de la conducta de una persona deben corresponder al verdadero significado de los "nombres"; por ejemplo, el matrimonio debe ser un matrimonio verdadero, no un concubinato–. Lun Yu. [Fuente: Enciclopedia Británica].

[211] LA CÓLERA POLITICA Y LA IGNORANCIA EN LA QUE ARRAIGA (PERROS ÁNCHEZ, ¡QUE TE PARTA UN RAYO!)

... quienes peroran indignados, en cólera, o con un cabreo supino, ¿ designan las cosas con justedad ?...   August Landmesser, el 'hombr...