2022/12/02

[157] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 4. 1ª PARTE)

  

(1ª parte)

«¡La creciente autonomía del individuo, de la que hablan estos filósofos parisinos como Fouillée!
¡Que miren un poco la raza borreguil que ellos mismos conforman …!» 
Nietzsche
«Habiendo leído todo, a continuación tomó impulso para dominarlo todo» 
Bergson (hablando de Ravaisson) [4.1]

Cuando se es francés, por cierto, hace ya tiempo que uno no se siente muy orgulloso de ser filósofo; y, en este jardín de la pereza que es la filosofía, Francia se ha echado una siesta considerablemente larga. El pensamiento filosófico jamás fue tan endeble en Francia como desde comienzos del siglo XIX.

En la época en la que la filosofía mundial es Hegel, Kierkegaard y Nietzsche, nosotros, nosotros tenemos un movimiento de pensamiento que irrumpe con Cousin y Comte, se desarrolla con Cournot y Renouvier, se confirma con Ravaisson y Boutroux, y culmina con Lachelier y Ollé—Laprune. Es un cementerio de lugares comunes, el vía crucis de la banalidad. Me pregunto cómo les ha sido posible a estas personas escribir tantos miles de páginas sin la menor muestra de ingenio, sin la mínima idea de interés. La filosofía para ellos es sólo un vago calco de la ciencia, al que reservan, —o no, según los casos—, los “derechos” sobre lo que llaman “el espíritu”.  Les causa pánico, al parecer, la idea que se hacen del determinismo. “Pero entonces, aparentan decir constantemente, si el determinismo gobierna todo, ¿en qué nos convertimos?” Por ello adoptan frente a la ciencia y los especialistas una actitud curiosa, compuesta a la vez de temerosa admiración y de vaga superioridad de principio. La filosofía deviene una especie de epistemología cobarde. Al seguir lisa y llanamente, sin imaginación dialéctica, los contornos de las ciencias de su tiempo, estos filósofos no tienen la menor comprensión del propio dinamismo de la ciencia, ni de sus desarrollos, de sus posibles crisis o de la evolución de las teorías físicas o biológicas. Toman de la ciencia lo que más supeditado está a su época, le oponen o le añaden una “espiritualidad” tan inconsistente como sus propias personas, y les basta, parece, con formular una idea, para que inmediatamente quede obsoleta.

No es por una casualidad el que esta pobreza filosófica rija en Francia desde principios del S. XIX, a saber, desde la creación de la Universidad. Teniendo, por otra parte, sus ventajas, nuestro sistema universitario permite a mediocres, una vez conseguidos puestos importantes, fortificar allí su autoconfianza y ejercer su dictadura sobre los exámenes, los concursos y las carreras. Un eficaz poder temporal les permite apartar en todos los niveles a quienes harían, o hacen palidecer, su autoridad intelectual. Por ello, este sistema, al sustituir el trabajo en equipo por la mutua complacencia, y la investigación colectiva por la complicidad en el privilegio, consigue construir verdaderos bastiones de estupidez, sobre todo en Letras y en Filosofía, donde todo se remite al concepto que los ya situados se hacen del talento.

Asimismo, la “tradición filosófica francesa”, de hecho, no es en su mayor parte sino la tradición de asegurarse el cuscurro y el arribismo. Por una serie de audaces injertos, une en la misma serie evolutiva a personajes que, en su inmensa mayoría, jamás habrían hecho filosofía si la Universidad no hubiera existido. No hace falta más que leer las dedicatorias de los trabajos de filosofía publicados en Francia desde hace un siglo, dedicatorias totalmente impregnadas de adulación convulsa hacia uno o varios de los maestros imperantes, para entender cómo las consideraciones de carrera, el sistema de cooptación, la dependencia absoluta ante mandarines todopoderosos, limitan la filosofía —en Francia—a una mediocridad en los temas, y en el modo de tratarlos, garantizada. Por otra parte, este mismo monopolio explica por sí sólo el hecho material de la publicación de ciertas obras. En efecto, personas que jamás conseguirían encontrar un editor si sólo fueron juzgados por sus obras, logran que se impriman decenas de libros porque el editor sabe que son profesores en tal o cual Facultad, tribunal en tal concurso, inspectores en tal asignatura, y que la compra de sus libros “se impondrá” a toda una clientela de estudiantes, administrados y futuros colegas.

Por ello los estudiantes franceses tienen una visión muy curiosa de la jerarquía de valores, con todo un cuerpo de ballet, en primer plano, de autores absolutamente desconocidos fuera de su país o de su Facultad; visión tanto más asombrosa porque nada más morir un profesor, jubilarse, o dejar de ser miembro de diversos tribunales, vemos sus obras volatilizarse en el olvido y desaparecer como por arte de magia de las bibliografías en las que, la víspera, figuraban en lugar privilegiado. Y los autores, abandonados por los mismos que apenas hace nada se les declaraban conectados por el cordón umbilical de la más profunda intimidad espiritual, acaban por ser expulsados incluso del catálogo de las Ediciones Universitarias de Francia  [4.2].

Estas personas, en efecto, no pueden limitarse a ser profesores de Filosofía, ellos mismos quieren incorporarse a la historia de filosofía. La mayoría lo consigue “de facto”, que no “de iure”. Se puede decir de estos idealistas (por repetir el término de Proust respecto a la Sra. de Cambremer) que cuanto menos creen en la existencia del mundo exterior, más trabajan p0r labrarse un hueco en él.

Pero resulta deplorable ver a miles de estudiantes consumir su juventud en el estudio concienzudo de obras mediocres e insignificantes, en lugar de formarse realmente, so pretexto de que tendrán que comparecer ante los autores o los amigos de los autores. Asistí hace poco, en la Sorbona, a una reunión de un “grupo de trabajo”. Se trataba de estética, más concretamente de “Filmología”. Se preguntaba qué estatuto ontológico había que otorgar a la película no proyectada aún en pantalla, cuyas imágenes no han alcanzado por tanto la “realidad proyectada [4.3]”. El Sr. Souriau (cuya feudo es la estética y la filmología y fuera del cual no hay salvación posible en ese campo) introdujo el término de “realidad celuloidea*”. Pero antes de proyectarse en la pantalla, es decir de pasar de la realidad celuloidea a la realidad proyectada, las imágenes atraviesan las lentes de los proyectores. En este nivel gozan, por consiguiente, de una “realidad lenticular*”. Entonces, ¿qué es, en el fondo, una proyección? Es un avance. Diremos, pues, una promoción. Pero esta promoción tam-bién se hace de abajo a arriba. Se trata pues de una promoción anafórica. Se puede considerar por ello como definitivamente demostrado por la filmología, y gracias a Sr. Souriau (fuera del cual no hay salvación posible en el vasto dominio de la estética), que el paso de la realidad celuloidea a la realidad proyectada a través de la realidad lenticular constituye una auténtica promoción anafórica.

Se oyen a menudo lamentos por el gran número de estupideces que se han escrito desde que hay libros: ahora bien, por contra, sostengo que lo que me choca es la enorme cantidad de cosas inteligentes y definitivas que se han escrito. Pero es en los autores más clásicos, y a los que menos se acude, donde hay que ir a buscarlas y no en cantidad de publicaciones lamentables y mediocres, que se pretenden las más actuales so pretexto de ser las más recientes. ¡Nuestros estudiantes y candidatos se devanan los sesos buscando, bajo la escritura chirriante de personajes de decimoquinto orden, nociones sobre la experiencia moral, la libertad humana, el arte, y otros problemas que constituyen el asunto principal de las obras más célebres surgidas de la inteligencia humana! —Si la Universidad hubiera podido ejercer sobre la poesía francesa, por los mismos medios, la misma influencia que sobre la filosofía, tendríamos una historia de la poesía francesa en los siglos XIX y XX que iría de Casimir Delavigne a Fernand Gregh, pasando por François Coppée, Catulle Mendès, Maurice Magre, Maurice Levaillant, Théodule Sucette y Marie—Jeanne Durry [4.4].

La corrección universitaria consiste en hacer creer que estas filiaciones son naturales, que maestros y discípulos se escogen libremente. Bergson [4.5] dice, por ejemplo, sobre ciertas páginas de Ravaisson, que “generaciones de filósofos franceses se las aprendieron de memoria”, considerando por supuesto que este hecho se debía al propio valor filosófico de las susodichas páginas: “Memoria no inútil, comenta Thibaudet [4.6], ya que  Ravaisson ocupa este influyente puesto: la presidencia del tribunal de la agregaduría de filosofía”. Sartre es el único autor filosófico francés del siglo XX de quien se puede decir que su reputación se debe solo a su talento, y que además tiene una reputación. El único de quien se está seguro de que hubiera hecho filosofía, o el equivalente a su filosofía, aunque no hubiera existido la Universidad. Pero ¿será pertinente decirlo de Bergson?

Resulta difícil añadir algo más a la crítica que Politzer hizo del bergsonismo, critica que, en lugar de limitarse a navegar por el interior del sistema, como normalmente hacen los historiadores de la filosofía, puso a prueba los cimientos. Porque si es necesario penetrar en una filosofía para entenderla no hay que olvidar que esta crítica interna es sólo un medio: el fin es saber realmente qué explica esta filosofía. Sin lo cual, en el límite, el historiador sólo formula las críticas que el autor se ha, o se hubiera, dirigido a sí mismo sin poner en solfa los puntos de partida, las perspectivas fundamentales y la eficacia final de su filosofía. A partir de ahí no hay más que una doctrina que se enfrenta y se reconcilia, sin mayor problema, consigo misma. Por cierto, la historia de la filosofía debe ser rigurosa, pero existe un punto en el que entender demasiado bien es no entender nada. ¡Ay qué ciudad ideal de filósofos tendríamos si criticar a Kant solo se les permitiera a los kantianos, criticar a Bergson solo a los bergsonianos, y en la que ya no sufriríamos esos horribles ataques venidos “del exterior” y concebidos por espíritus gélidos y antipáticos!...

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[4.1El Pensamiento y lo Moviente, p. 302.

[4.2] Estas desapariciones  afectan indistintamente a veces a obras buenas y malas. Es lamentable, por ejemplo, no encontrar los estudios de Brochard o de Rodier, tan claros y precisos sobre la filosofía antigua, a los que no se ha añadido nada nuevo de mérito. Pero si se reeditaran, muchos de los actuales Platón carecerían de justificación.

[4.3 & *] NdT. Pelliculaire, Écranique y Lenticulaire, en el original.

[4.4“Nadie nos parece más cualificado para responder esta cuestión: ¿Qué es el Espíritu? que el Sr. Le Senne”. S. Daval, Cours de philosophie générale (1950) usado por los candidatos al bachillerato y en los cursos preparatorios de las “Grandes Escuelas”.

 [4.5] Historia de la Literatura francesa de 1789 hasta nuestros días, p. 403.

[4.6El Pensamiento y lo Moviente, artículo “Félix Ravaisson”.

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