2022/12/30

[161] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 5. 2ª PARTE)

 

 (2ª parte)

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Lo más llamativo es que, en los momentos en los que la filosofía alcanza su nivel más bajo, es cuando reivindica su infalibilidad con la mayor intransigencia, y cuando, según la frase de Leone—Battista Alberti, “todos a su aire, y con diferentes  opiniones, los filósofos están no obstante de acuerdo en que cada cual considera a los restantes mortales como lunáticos e imbéciles” [5.8]. En efecto, el auténtico filósofo, convencido de que el espíritu filosófico existe en él, y posee un valor transcendente con relación a cualquier otra realidad, cree pues, en la buena lógica del idealismo objetivo, que el mero hecho de emplear el lenguaje filosófico hace que, de facto, se participe de la Realidad superior. En consecuencia, el más estúpido de los filósofos es, en esencia, siempre más inteligente que el más inteligente de los no filósofos; y un imbécil filosófico, desde el momento en que, en su imbecilidad, profiere palabras filosóficas es, en esencia, superior a un imbécil ordinario. Por ello un profesor de la Sorbona puede escribir: “Desde Descartes, la ciencia, que es hipótesis y raciocinio, parece revelar a los personas el Ser; y la metafísica, que de por sí revela el Ser, les parece hipótesis y raciocinio”. En efecto, dice el mismo autor: “las verdades filosóficas surgen de la persona en su todo, y de su reflexión sobre su relación fundamental con el mundo, relación que no cambia tan rápidamente como las hipótesis formuladas por las ciencias sobre la estructura del objeto” [5.9].


Nada más cómico que estas jeremiadas y esta eterna petición de principio, que consiste en tomar el propósito por resultado, y, so pretexto de que la metafísica debería revelar el Ser, exhibe sin recato lo que hace. Sin hablar de la descripción escandalosamente equivocada que hace este profesor de la naturaleza del progreso científico, al hablar de “hipótesis que cambian”. Porque existe una diferencia entre las puras hipótesis y las teorías revisables, pero justificadas. Es simplemente confundir la sucesión de hipótesis científicas, tal como sucedía antes del nacimiento de la ciencia, y el desarrollo de la ciencia propiamente dicha. Antes del nacimiento de la ciencia, las teorías sobre la estructura de la materia no eran realmente más que puras hipótesis que se sucedían arbitrariamente; pero no eran teorías científicas precisamente, ¡eran teorías filosóficas!

 Es digno de resaltar que tres siglos de epistemología hayan dejado la Sorbona tan postrada. Porque en la medida en que la filosofía también reivindica para sí un cierto positivismo, existen tres ámbitos a los que se dedican los filósofos antimetafísicos: la epistemología, la psicología y la sociología. De los dos últimos incluso se escribe periódicamente que, desde hace un siglo, “han llegado a ser ciencia”. Obviamente no hay que dejarse impresionar en demasía por estas proclamas ya que, cuando un filósofo afirma de algo que “ha devenido ciencia”, simplemente quiere decir que se propone estudiarlo. No obstante, estas tres ramas de filosofía tienen una orientación intelectual propia y merecen un análisis por separado.

La epistemología se ha vuelto cada vez más importante desde que los grandes cambios de nuestra visión del mundo los han llevado a cabo las ciencias, naturales y humanas, y no la filosofía. Al no poder sustituir ya a la ciencia, la filosofía ha querido explicarla.

Resulta bastante curioso constatar que, incluso en la época en la que el nivel de la ciencia permitía que auténticos filósofos a la vez fueran auténticos eruditos, el valor epistemológico de la filosofía permanece con todo como extrañamente limitado. Es incontrovertible, por ejemplo, que la filosofía de Leibniz se despliega tras un segundo plano matemático, y físico hasta un cierto punto, sin el cual difícilmente puede ser comprendida. Pero si el cálculo infinitesimal es para él el origen de cuestiones filosóficas esenciales [5.10], el hecho de que su filosofía sea en gran medida una especulación sobre conceptos matemáticos no la hace más certera. Es tan precaria como toda filosofía, y hasta pasa por ser, a ojos de sus contemporáneos  [5.11], uno de los más bellos ejemplos de “metafísica”, en el sentido en el que esta palabra implica gratuidad y arbitrariedad. Si Leibniz hubiera filosofado acerca del cálculo infinitesimal, hubiera hecho epistemología, pero su filosofía la hizo empleando nociones sugeridas por el cálculo infinitesimal, nociones que en el plano metafísico no eran más que metáforas. El itinerario real de su pensamiento es lo opuesto al discurrir aparente. Él mismo lo dice, además, en un fragmento autobiográfico escrito desde el punto de vista de un personaje que le hubiera visitado, en su estancia en París, y en el que habla de sí en tercera persona: “Le sorprendí un día leyendo libros de polémica. Le expresé mi extrañeza pues me lo habían descrito como un matemático de profesión, puesto que casi no se había dedicado a otra cosa en París. Fue entonces cuando me dijo que estaban muy equivocados, que ciertamente tenía otras muchas miras, y que sus principales reflexiones versaban sobre teología, que se había dedicado a las matemáticas igual que a la escolástica, es decir solo para la perfección de su espíritu y para aprender el arte de crear y demostrar” [5.12]. Recíprocamente, y por la misma razón, la filosofía de Leibniz no estimuló al científico en modo alguno: por contra, sobre una cuestión concreta, la de las leyes del movimiento, le hizo defender ideas en contradicción con los análisis del científico [5.13]. Igualmente, mientras que el Newton científico declara: “No establezco hipótesis” el Newton filosófico elabora una teoría del espacio y del tiempo como “sensoria” de Dios, tan hipotética como si no fuera de Newton. Así pues, el divorcio entre filosofía y ciencia se constata en una misma persona en el seno de la misma obra. Tenemos sabios—filósofos que no por ello son mejores filósofos, y filósofos—sabios que no por ello son más sabios que si no fueran filósofos.

Pero, discutible en derecho, la epistemología aún lo es más de hecho en la actualidad, cuando un matemático, por ejemplo, no solo no puede dominar por igual la física o la biología, sino tampoco el conjunto de las matemáticas. La epistemología ha devenido pues imposible y contradictoria, si al menos se admite la imposibilidad de poder penetrar en el sentido profundo de una ciencia sin conocerla directamente. Ciertamente no faltan filósofos que disponen de conocimientos científicos. Pero ello, ¿qué quiere decir? Que un filósofo consagre varios años de su vida a estudiar física o medicina, llegando a ser, como sucede a veces, doctor en medicina, ¿nos lleva realmente muy lejos? Porque si para un literato (al ser la filosofía, mientras no se diga lo contrario, una disciplina literaria) es un esfuerzo loable el llegar a ser Doctor en medicina, en medicina este título no representa sino un nivel muy elemental, un punto de salida al que llegan miles de estudiantes muy alejados de es-tar en condiciones de reflexionar sobre los fundamentos de su ciencia o de su arte. Hay pues en estas “dobles formaciones”, de las que algunos filósofos están tan orgullosos, mu-cho más efectismo que seriedad. Es lo que explica que los filósofos sean responsables de tantas ideas falsas que circulan sobre las ciencias, en particular sobre la relatividad, y escriben libros que irritan o hacen sonreír a los científicos. La filosofía se aferra al prejuicio de que puede tener un “punto de vista” filosófico, sobre todas las cuestiones, diferente al de la propia profundización en ellas. Eso quiere decir que la verdad de una disciplina puede ser deducida por mentes que no la conocen más que indirectamente. Ahora bien, todo muestra que el “punto de vista general” no existe: es cuando se llega a los últimos detalles, como “profesional”, como especialista de una disciplina, cuando todas las cuestiones se transforman, y cuando el verdadero “punto de vista” general encuentra su raíz.

Porque la idea de una epistemología filosófica está ligada a los comienzos de la ciencia, a un estadio del desarrollo científico en el que los descubrimientos puramente experimentales se sucedían en aparente desorden, en el que las propias teorías tenían un carácter aislado y fragmentario. Pero la epistemología actual es, y no puede ser otra cosa que, el propio desarrollo de las ciencias. Es su propio progreso el que pone a prueba sus fundamentos y su urdimbre, y son los científicos quienes, llegado el caso, cuestionan los principios, —por la propia aplicación que hacen de los mismos, o por formular nuevos principios con miras a nuevas aplicaciones. La filosofía de las matemáticas es su propio desarrollo. Asimismo, en otro ámbito, la estética es la reflexión de los artistas sobre su arte, reflexión que es el análisis crítico de las expresiones antiguas junto a la aplicación de las nuevas expresiones: también es el trabajo de historiadores del arte que reflexionan, como Focillon, Pa-nofsky o Saxl, por ejemplo. Ahí encontramos estética y no en los libros de los filósofos. Y la filosofía de la Historia, consiste en las renovaciones y las ampliaciones del método histórico por los propios historiadores. Los filósofos, para hacer epistemología, parten del principio de que los científicos no se preguntan jamás sobre los fundamentos de sus ciencias, lo cual es absolutamente falso. Esta justificación de la epistemología filosófica está vinculada a un estado del espíritu científico que está de sobras superado y que de ninguna manera es inherente a la propia ciencia.

Más aún: los filósofos no hacen, ni pueden hacer, más que sembrar la confusión en la epistemología, pues intentan, sea como sea, añadirle toda una serie de problemas filosóficos tradicionales que, precisamente, los modernos desarrollos de las ciencias y de la vida han hecho zozobrar en la nada incluso su propio objeto. Desde el mero punto de vista pedagógico, toda la problemática designada tradicionalmente bajo el nombre de “teoría del conocimiento” representa una amalgama de conceptos e imágenes a tachar, absolutamente, en cualquier reflexión actual sobre las ciencias.

Tomemos, por ejemplo, el aparente problema de las relaciones entre sujeto y objeto. La propia formalización de este emparejamiento data de una época en la que la naturaleza se concebía como un puro espectáculo ante del hombre, y en la que, por otra parte, precisa-mente por su impotencia ante esta naturaleza, el hombre se concibe, de manera metafísica o religiosa, como radicalmente diferente a ella, como originariamente participante en otra categoría de la realidad. Desde entonces se plantea el problema del nexo entre el orden espiritual y el orden natural, bien porque el objeto se imponga al sujeto (además, ¿es así con exactitud?) bien porque el sujeto “constituye” el objeto. Por ello el problema básico de la teoría del conocimiento no puede ser sino el problema de la sensación. Pero hoy, que actuamos sobre la naturaleza, y el saber científico en modo alguno es continuidad del conocimiento corriente, el problema de la percepción no está en el punto de partida de la teoría del conocimiento. La física actual no es, como la del siglo XIX, un conocimiento general más preciso, absolutamente es otra cosa. La división del mundo material y el mundo espiritual ya no guarda relación con nada. La persona no es un sujeto frente a un objeto; que ese sujeto sea un empírico o un trascendentalista; que ese objeto sea o no de la misma naturaleza que el espíritu: ese tipo de problemas ya no existe. Desde hace un siglo tienen lugar en todos los ámbitos aumentos reales del conocimiento que, lisa y llanamente, aniquilan las viejas maneras de filosofar. Ahora bien, para reflexionar sobre las ciencias y los acontecimientos actuales, los filósofos pretenden seguir usando estos conceptos que datan de una época en la que el saber no guardaba relación alguna con lo que es en la actualidad.

Más aún: ponen a salvo la epistemología para deslizar subrepticiamente, entre las ciencias que analizan, los resultados de sus propios ejercicios espirituales. Qué pensar, por ejemplo, de un filósofo que, en un libro considerado hoy como una de las “cimas” epistemológicas más “valiosas” [5.14] comienza fríamente por decir que va a tratar de las ciencias, a saber (enumeración como si no se supiera de qué va): las matemáticas, la física…, la psicología…


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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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[5.8 Nota para uso de filósofos. Leone Battista Alberti (1404—1472), matemático, arquitecto, teórico de la perspectiva, etc… es quizá, con Leonardo da Vinci, el más universal y el más genial de los pensadores del Quattrocento. —La frase citada se encuentra en el Momus, tratado que forma parte de las obras morales y escrito hacia 1450.

[5.9]  Ferdinand Alquié: Descartes y el descubrimiento metafísico del hombre, 1950, pp. 87 y 4.  

[5.10 “Un nuevo destello vino a mí… de consideraciones matemáticas sobre la naturaleza del infinito”. (De Libertate.)

 [5.11]  Ver p. ej. la correspondencia de Leibniz con Arnaud; Arnaud se obstina en vano en repetirle que es inútil filosofar desde el punto de vista de Dios, y considera del todo evidente que las ideas metafísicas de Leibniz son completamente estériles y fantasiosas. 

[5.12Citado por Couturat, La Lógica de Leibniz, p. 165.

[5.13]  Véase Guéroult, Dynamique et Métaphysique Leibniziennes

[5.14J. Piaget: Introduction à l’Epistémologie génétique. 3 vol. in—8º. Paris, 1950.

 



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