4 (2ª parte)
... Los filósofos son como los esnobs, que tiene pavor a encontrarse con personas que simplemente osen reírse de ellos en sus narices, y se las apañan para verse sólo entre sí. Para criticar a Bergson, hace falta primero “simpatizar” con la “intuición única” de su filosofía, fundirse en ella; a partir de ahí su crítica no es más que una objeción exquisita, una sonrisa difuminada, Ud. se sonroja, se excusa por anticipado, el murmullo expira entre sus labios: Ud. es bergsoniano. —O bien, si Ud. no simpatiza con la intuición única, su crítica no puede ser válida, pues Ud. no “comprende”. Sin embargo, Politzer ha “comprendido” admirablemente a Bergson. Sobre el falso “concreto” bergsoniano, sobre el vacío de la intuición y de lo inefable bergsonianos, sobre el concept verbal de “duración” y la falta real de originalidad de la psicología de Bergson, lo ha dicho todo. ¡Limitémonos a subrayar aquí que esta cumbre del pensamiento universitario francés, después de haber tenido su momento de gloria (¡ah! esos éxitos de mala ley que los filósofos reciben con tanta premura...) hoy no es más leído que Boutroux, y no subsiste más que en la ínsula de los programas franceses de exámenes y de concursos. Porque Bergson sólo se distingue de los filósofos franceses del siglo XIX a los que me he referido, por un gran talento expositivo y no por las concepciones fundamentales. Entre ellos y él solo existe, para emplear una expresión que le resulta grata, una diferencia de grado, no de naturaleza: parece que lo revoluciona todo, pero de hecho no acomete más que a inofensivos psicólogos, y entroniza a Lachelier, Boutroux, etc... Espiritualismo, “superación” de la ciencia, contingentismo, todo esto proviene de ellos. Es su gigante, su apoteosis, es su alter ego: en más sólido, en más intenso, pero conformado con los mismos ingredientes. Como ellos, apoya su filosofía sobre una especie de segundo plano científico, e incluso salpica con esbeltas integrales los Datos inmediatos, por ejemplo; como ellos, sólo se postra ante las “ciencias de la naturaleza” para mejor “preservar los derechos” de la calidad, de lo inefable, del espíritu, del “yo profundo”. Solamente lo consigue él. — Por supuesto que, de verdad, no lo consigue, pero lo logra en el marco abstracto que se traza, cosa que sus predecesores ni siquiera fueron capaces de hacer. En sentido riguroso, el bergsonismo estaba llamado, ante la ciencia por un lado y las transformaciones sociales por otro, a aportar un tenue rejuvenecimiento ideológico, devolviendo una apariencia de vigor al espiritualismo, al liberalismo, al alma, y accesoriamente a su inmortalidad, o incluso simplemente a su pervivencia «por un cierto tiempo» [4.7].
Se ha pretendido mostrar que, en Materia y
Memoria, en La Evolución Creadora, había “anticipaciones geniales”
de las evoluciones posteriores de la ciencia. Ha sido posible hallar en ellas una
primera teoría ondulatoria de la materia y, en la crítica del concepto de
espacio, en el intento de explicar la propia materia solo mediante el concepto
de duración, mediante el tiempo, una relatividad preliminar. Sin embargo, hay
que desconfiar de estas anticipaciones filosóficas que frecuentemente son meras
coincidencias verbales. Entre mil doctrinas, una va a coincidir en su léxico con una teoría científica, pero, desde el punto de vista del
itinerario intelectual del que proviene, es similar al resto. El propósito
real de la teoría bergsoniana era espiritualista: al retomar la vieja tesis
leibniziana y quererla apuntalar sobre la ciencia reciente, trataba de
demostrar que la materia era espíritu y que se distinguía de la conciencia
únicamente por una diferencia de “tensión”. Para ello era preciso que fuera de
la misma naturaleza que la conciencia, es decir, de naturaleza temporal. De ahí
la crítica al concepto de espacio como idéntico al de materia. La
materia es duración, pero duración “distendida”, psiquismo, por tanto, pero
psiquismo “degradado”. A partir de ese momento solo es espacial a escala
macroscópica, y para “las necesidades de la acción”. Y también a partir de ese
momento se explica la acción del alma sobre el cuerpo, que es de su misma
naturaleza. Tal es el “panpsiquismo” bergsoniano. Vemos que esta explicación pensada,
y el camino y las preocupaciones que conducen a ella, realmente nada tienen que
ver con la física moderna, por mucho que se hable en ella de ondas y de
tiempo.
Es lo que, por otra parte, prueba el análisis de la obra que Bergson dedicó, esta vez directamente, a la relatividad [4.8]. En él se constata con sorpresa, —o sin ella, al gusto—, que cuando deja de pensar en su espiritualismo y reflexiona sobre las teorías de Einstein desde un punto de vista estrictamente epistemológico, no sólo no está de acuerdo con ellas, sino que ¡tampoco lo está con lo que él mismo escribió en Materia y Memoria! Habla en efecto de “la extensión independiente del devenir” [4.9] y acaba por emplear un lenguaje que implícitamente acepta el espacio absoluto newtoniano.
Bajo sus atrevidos envoltorios, la filosofía de
Bergson es conservadora. Ha “realojado” todos los conceptos clásicos,
considerando los nuevos factores, y ha puesto de manifiesto que era más
inteligente reformularse con flexibilidad que resistir con obstinación. Todo era
acomodaticio en él, hasta el estilo, ese estilo ante el cual se caía en el
pasmo, “el famoso estilo fluido apreciado por los burgueses”, como decía
Baudelaire del de George Sand.
Y en verdad no se podría encontrar un mejor ejemplo que el estilo de Bergson para mostrar hasta qué punto el público cultivado se deja someter por los filósofos. Bergson tiene un estilo admirable, se ha dicho. Pero abramos cualquiera de sus libros y veamos un poco ese estilo, a la vez tan académico y vulgar, tan lleno de expresiones hechas, de giros convencionales, de asociaciones mecánicas entre ciertas ideas y palabras. ¿Qué significa: “Enseguida reconocimos la insuficiencia de la concepción asociacionista del espíritu”? ¿Y “Las ondulaciones de lo real…”? ¿Y “Este principio anclado en nuestro espíritu”; o, también, “Nuestra tesis arraiga con solidez en lo real”? O, para finalizar, ¿“Nuestra percepción cosecha en el inmenso campo de las frecuencias…”? Estas expresiones vacuas, que no explican nada, abundan en nuestro autor [4.10]. En otros puntos son los apóstrofes de estilo parlamentario: “¿Qué gana Ud. así, por decir que el mundo es Voluntad, en lugar de decir lisa y llanamente que es?” El sentido no menos parlamentario del compromiso: “Que se exprese así en términos de finalidad, o que se atribuya a la materia viva propiedades, que imitan la inteligencia, o bien, en fin, que se adscriba a alguna hipótesis intermedia...” Adscribirse a una teoría es del estilo Revista de ambos mundos 1880; adscribirse a “alguna hipótesis intermedia” resulta ¡masoquismo! Pero prosigamos: “En el primer caso, la experiencia metafísica se entroncará con la de los grandes místicos: creemos constatar, por nuestra parte (sic), que la verdad está ahí” ¿Cuál será en consecuencia el papel de la metafísica? Este: “Retoma un hilo. Ella verá (sic) si ese hilo sube hasta el cielo o se para a cierta distancia de la tierra…” ¡Una aspirina! clamó la señora Verdurin [4.11]. Es lo que permite a continuación a Bergson escribir con aplomo: “Proponemos una cierta manera complicada de pensar. Ante todo, asumimos el esfuerzo”.
“Nosotros” es él, por supuesto. Porque el “nosotros” modesto, así como el estilo alusivo para hablar de otros (que es un modo de ser modesto a su costa) es una de las características de la prosa bergsoniana. Jamás dice: “He escrito, en tal de mis libros…”; dice: “A esta cuestión respondimos en otra ocasión…”. Jamás dice: “Einstein yerra cuando cree poder…”; dice: “La física más reciente, en nuestra opinión…”. O también: “Un pensador profundo, llegado a la filosofía desde las matemáticas...”. Luego añade una nota para decir que se trata de Whitehead. Es introduciendo en la filosofía estos circunloquios dignos del Marqués de Norpois [4.12], como Bergson se labró en la Universidad una reputación de escritor oscuro y arrogante, que jamás menciona a nadie. No obstante se aviene a hacer algunas excepciones, por ejemplo: “De manera muy ingeniosa el Sr. André Chaumeix ha señalado los parecidos entre la personalidad de William James y la de Sócrates”. Vemos que, si bien para Bergson nunca se pueden comparar dos individuos, en base a la “absoluta originalidad de su melodía interior”, es posible no obstante hacerlo entre W. James y Sócrates cuando esta comparación es fruto del ingenio del Sr. André Chaumeix. Y sería sencillo seguir mostrando a lo largo de páginas y páginas cómo Bergson repite solemnemente los tópicos más estúpidos, como, por ejemplo, “que el retrato pintado por un gran maestro puede darnos la impresión de que conociera al modelo”[4.13] o, a propósito de la Gioconda, cuando se extasía con “el secreto que jamás acabaremos de leer, frase a frase, en la enigmática fisionomía” [4.14], etc.
Si alguna vez alguien se rebozó con palabras, ciertamente es Bergson. La extraordinaria reputación de su tiempo, seguida de su caída no menos espectacular, se explica por el hecho de que él es un final y no un comienzo. Supo apañar de manera admirable temas obsoletos ya en su tiempo y que, en consecuencia, podían apoderarse de las mentes sin hallar resistencia alguna. El público se entusiasmaba al volverse a ver original a precio módico en esfuerzos y sacrificios. Pero en su tiempo, de lo que de verdad ocurría en su tiempo, Bergson no comprendió nada. Pasó serena, o de manera huraña, al lado del psicoanálisis, del socialismo, de la física moderna, para culminar, con Las dos Fuentes de la Moral y de la Religión, en una exaltación prefascista del “héroe” que guía al pueblo.
La filosofía francesa puede pues, sin temor, enorgullecerse de Bergson. Pero en cambio, cuando oigo a algunos de nuestros “filósofos” hablar en nombre de Descartes, Pascal o Rousseau, pienso en la frase de Nietzsche: “Es repugnante ver grandes hombres venerados por fariseos”.
...
PS del 30ENE2024
Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856.
Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.
En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.
En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.
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[4.7] Este extraño compromiso se propone en La energía espiritual, artículo “El alma y el cuerpo”, p. 62.
[4.8] Duración y Simultaneidad, 1923.
[4.9] Op. cit., p.33.
[4.10] El Pensamiento y lo Moviente, passim.
[4.11&12] NdT. Personajes de En busca del tiempo perdido, M. Proust.
[4.13] El Pensamiento y lo Moviente, p. 258.
[4.14] Ibid., p. 294.
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