ELOGIO
DE MI PROFESIÓN, ELOGIO DE MIS MAESTROS
NOTA
PRELIMINAR. Ante el sentimiento
de que mi trabajo arrojaba escasos frutos, llegó un momento en el
que decidí dar a conocer mis puntos de vista por otras vías. “La
Rioja”, diario local de Logroño, me acogió en varias, contadas,
ocasiones: ejercer la libertad de opinión no suele encajar a los
editores de los medios.
Hoy, casi 9 años después de mi primera
entrega “literaria”, decido recuperar aquí esos textos, dedicados a mi menester, tal cual
vieron luz.
Aprendí
a leer a los 4 años. Me enseñó mi madre en mi Logroño natal,
cuando desde Madre de Dios le acompañaba, casi siempre por la Calle
Mayor, a su compra en “la Plaza”. Es la cosa más importante que
me ha pasado en la vida, aunque lo haya sabido mucho más tarde.
-¿Qué
pone en ése cartel?, le decía. “Ahí pone pescadería” –la de
la Sra. Antonia en la Calle Mercaderes-; “Ahí pone panadería”
–la de Marqués de Vallejo, junto a la Librería Sangrador-...
Por 10
céntimos de aquellos que tenían un caballo me compraba una
cuartilla con letras de coplas “Los 12 cascabeles que tiene mi
caballo” y así, para que fuera leyendo… Y bien que leía con el
Sr. Mauricio, el ciego del cupón de la esquina del Banesto del
Espolón. Mientras, ella le compraba a Bernabé y Eustaquia las
verduras de su huerta de Madre de Dios…
No
descubrí el poder de la lectura porque ante Los tres Mosqueteros, El
Capitán Nemo o las aventuras de Salgari, Defoe y otros, mi papel era
de espectador, no de personaje invitado: eso lo aprendí después.
En la
escuela nadie me lo sugirió pero no hay reproche, no puede haberlo.
A aquella escuela del Divino Maestro, frente a la Cocina Económica
llegó un niño que ya sabía leer y la maestra pudo dedicar ciertas
energías a los que tenían que aprender a hacerlo.
Hoy, con
57 años, más de 25 dedicados a la enseñanza, quiero hacer un
elogio a mi profesión y a mis maestros.
A mi
profesión porque agoniza lentamente. Ha perdido su más genuino
sentido y, confusa, navega sin rumbo.
Porque
la enseñanza comienza con una primera imposición: la del lenguaje
al recién nacido. Y el lenguaje ni son meros grafos ni son meros
sonidos; nuestro español de hoy es el resumen de lo que hemos sido,
los romanos, los árabes, Hispanoamérica… y por eso tiene su
propio significado, como lo tiene el Inglés, el Francés, el Alemán
o el Italiano…
Y mi
especialidad, la Física, y las Matemáticas sobre todo, son
esencialmente normativas. Casi como lo es la Lengua aunque admita la
interpretación, la imaginación, ni más ni menos que nuestro
espíritu. ¡Casi nada ser el soporte del saber acumulado, el hombre!
Me
siento profesionalmente en el óptimo de mi madurez. Sé que a mis
alumnos les he de “doblegar”, que han de aprender lo que les
propongo porque mejora su instrucción y su capacidad de razonamiento
y porque al aceptar las pautas que establecen las matemáticas, y las
Leyes y Principios físicos, les ayudo a comprender que crecen en
“ciudadano”, que la vida civilizada, la vida en la “polis”
que conocemos por Grecia y Roma, solo es posible en el respeto a las
normas que nos hemos dado. Fuera de eso, la barbarie.
Y ahí
es donde mi profesión nada confusa, sin comprender cuál es su
cometido, transformada en mero servicio de guardería la más de las
veces.
Algunos
compañeros me dicen que “si estoy quemado”, por el tono con el
que, a veces, les hablo. Pienso que otros me ven como un profesor “de
segunda” porque mis alumnos son de “Diversificación”.
Unos y
otros se equivocan. Nada hay de cierto en sus apreciaciones. Mi tono
es apasionado, el de la vehemencia que surge de la firmeza de las
convicciones.
Tampoco
soy un profesor de 2ª. A mis alumnos de diversificación les tengo
en enorme aprecio y les debo enorme gratitud y ellos lo saben: me
escuchan con respeto, me tratan igual y, en muchos casos y pese a
circunstancias externas poco propicias, dan lo mejor de sí mismos al
precio del esfuerzo, el trabajo y la disciplina en el estudio, ¿qué
más les puedo pedir?. Con ellos disfruto, y me desespero, en clase.
Ellos me
han hecho el mayor elogio posible, inolvidable: “Profesor, Ud. es
una buena persona”. Gracias Víctor.
Aprendí
a leer a los 4 años. Me enseñó mi madre en mi Logroño natal Es la
cosa más importante que me ha pasado en la vida aunque lo haya
sabido mucho más tarde, cuando Mario Vargas Llosa, con palabras de
fuego, lo ha dicho en Estocolmo.
Y es que
tomo de Mario Vargas Llosa el elogio a su maestro, el hermano
Justiniano, que lo hago a mi trabajo.
Y sin
olvidar el grandísimo, el enorme elogio que hace del Español, de
España y de los Españoles, de lo que somos y de lo que
representamos y de la lengua que hablamos. Porque su discurso es otra
lecturas que nos hace crecer en genuino “ciudadano”, como las que
debo a mis otros maestros.
Mario,
Agapito, Horacio, espero ser merecedor de vuestro magisterio.
Pero mi
profesión agoniza lentamente. Ha perdido su más genuino sentido y,
confusa, navega sin rumbo. Los niveles de instrucción adquiridos,
tras el paso por los centros de enseñanza primaria y secundaria, por
una gran parte de nuestros alumnos les sitúan próximos al
analfabetismo funcional: ni dominan las materias instrumentales ni
las restantes. Y ello resulta ser un hecho gravísimo.
Y de
ello hay responsables. Vaya que si los hay. Y yo, un sencillo
profesor de Diversificación, de 57 años de los que más 25 han
estado dedicados a la Enseñanza Media primero y Secundaria después,
os dice con firme serenidad, y con serena firmeza, las mismas
palabras que empleó D. Enrique Múgica: ni olvido ni perdono. Ha
sido, está siendo, tan grande el daño que la historia no os puede
absolver.
FERNANDO
CARO GRAU.
Prof.
del Ámbito Científico-Técnico del IES “HERMANOS D’ELHUYAR”.
LOGROÑO.
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