2019/12/12

[84] ELOGIO DE MI PROFESIÓN, ELOGIO DE MIS MAESTROS. [LA RJA. 22DIC2010]


ELOGIO DE MI PROFESIÓN, ELOGIO DE MIS MAESTROS

NOTA PRELIMINAR. Ante el sentimiento de que mi trabajo arrojaba escasos frutos, llegó un momento en el que decidí dar a conocer mis puntos de vista por otras vías. “La Rioja”, diario local de Logroño, me acogió en varias, contadas, ocasiones: ejercer la libertad de opinión no suele encajar a los editores de los medios. 
Hoy, casi 9 años después de mi primera entrega “literaria”, decido recuperar aquí esos textos, dedicados a mi menester, tal cual vieron luz.

Aprendí a leer a los 4 años. Me enseñó mi madre en mi Logroño natal, cuando desde Madre de Dios le acompañaba, casi siempre por la Calle Mayor, a su compra en “la Plaza”. Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida, aunque lo haya sabido mucho más tarde.
-¿Qué pone en ése cartel?, le decía. “Ahí pone pescadería” –la de la Sra. Antonia en la Calle Mercaderes-; “Ahí pone panadería” –la de Marqués de Vallejo, junto a la Librería Sangrador-...
Por 10 céntimos de aquellos que tenían un caballo me compraba una cuartilla con letras de coplas “Los 12 cascabeles que tiene mi caballo” y así, para que fuera leyendo… Y bien que leía con el Sr. Mauricio, el ciego del cupón de la esquina del Banesto del Espolón. Mientras, ella le compraba a Bernabé y Eustaquia las verduras de su huerta de Madre de Dios…
No descubrí el poder de la lectura porque ante Los tres Mosqueteros, El Capitán Nemo o las aventuras de Salgari, Defoe y otros, mi papel era de espectador, no de personaje invitado: eso lo aprendí después.
En la escuela nadie me lo sugirió pero no hay reproche, no puede haberlo. A aquella escuela del Divino Maestro, frente a la Cocina Económica llegó un niño que ya sabía leer y la maestra pudo dedicar ciertas energías a los que tenían que aprender a hacerlo.
Hoy, con 57 años, más de 25 dedicados a la enseñanza, quiero hacer un elogio a mi profesión y a mis maestros.
A mi profesión porque agoniza lentamente. Ha perdido su más genuino sentido y, confusa, navega sin rumbo.
Porque la enseñanza comienza con una primera imposición: la del lenguaje al recién nacido. Y el lenguaje ni son meros grafos ni son meros sonidos; nuestro español de hoy es el resumen de lo que hemos sido, los romanos, los árabes, Hispanoamérica… y por eso tiene su propio significado, como lo tiene el Inglés, el Francés, el Alemán o el Italiano…


Y mi especialidad, la Física, y las Matemáticas sobre todo, son esencialmente normativas. Casi como lo es la Lengua aunque admita la interpretación, la imaginación, ni más ni menos que nuestro espíritu. ¡Casi nada ser el soporte del saber acumulado, el hombre!
Me siento profesionalmente en el óptimo de mi madurez. Sé que a mis alumnos les he de “doblegar”, que han de aprender lo que les propongo porque mejora su instrucción y su capacidad de razonamiento y porque al aceptar las pautas que establecen las matemáticas, y las Leyes y Principios físicos, les ayudo a comprender que crecen en “ciudadano”, que la vida civilizada, la vida en la “polis” que conocemos por Grecia y Roma, solo es posible en el respeto a las normas que nos hemos dado. Fuera de eso, la barbarie.
Y ahí es donde mi profesión nada confusa, sin comprender cuál es su cometido, transformada en mero servicio de guardería la más de las veces.
Algunos compañeros me dicen que “si estoy quemado”, por el tono con el que, a veces, les hablo. Pienso que otros me ven como un profesor “de segunda” porque mis alumnos son de “Diversificación”.
Unos y otros se equivocan. Nada hay de cierto en sus apreciaciones. Mi tono es apasionado, el de la vehemencia que surge de la firmeza de las convicciones.
Tampoco soy un profesor de 2ª. A mis alumnos de diversificación les tengo en enorme aprecio y les debo enorme gratitud y ellos lo saben: me escuchan con respeto, me tratan igual y, en muchos casos y pese a circunstancias externas poco propicias, dan lo mejor de sí mismos al precio del esfuerzo, el trabajo y la disciplina en el estudio, ¿qué más les puedo pedir?. Con ellos disfruto, y me desespero, en clase.
Ellos me han hecho el mayor elogio posible, inolvidable: “Profesor, Ud. es una buena persona”. Gracias Víctor.
Aprendí a leer a los 4 años. Me enseñó mi madre en mi Logroño natal Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida aunque lo haya sabido mucho más tarde, cuando Mario Vargas Llosa, con palabras de fuego, lo ha dicho en Estocolmo.
Y es que tomo de Mario Vargas Llosa el elogio a su maestro, el hermano Justiniano, que lo hago a mi trabajo.
Y sin olvidar el grandísimo, el enorme elogio que hace del Español, de España y de los Españoles, de lo que somos y de lo que representamos y de la lengua que hablamos. Porque su discurso es otra lecturas que nos hace crecer en genuino “ciudadano”, como las que debo a mis otros maestros.
Mario, Agapito, Horacio, espero ser merecedor de vuestro magisterio.
Pero mi profesión agoniza lentamente. Ha perdido su más genuino sentido y, confusa, navega sin rumbo. Los niveles de instrucción adquiridos, tras el paso por los centros de enseñanza primaria y secundaria, por una gran parte de nuestros alumnos les sitúan próximos al analfabetismo funcional: ni dominan las materias instrumentales ni las restantes. Y ello resulta ser un hecho gravísimo.
Y de ello hay responsables. Vaya que si los hay. Y yo, un sencillo profesor de Diversificación, de 57 años de los que más 25 han estado dedicados a la Enseñanza Media primero y Secundaria después, os dice con firme serenidad, y con serena firmeza, las mismas palabras que empleó D. Enrique Múgica: ni olvido ni perdono. Ha sido, está siendo, tan grande el daño que la historia no os puede absolver.

FERNANDO CARO GRAU.
Prof. del Ámbito Científico-Técnico del IES “HERMANOS D’ELHUYAR”. LOGROÑO.

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