¿Qué es la escuela sino
la propia sociedad organizada cooperativamente, que encarga a una
parte de sí misma la tarea de preparación de las generaciones
futuras?
- ¿Estaría Ud. dispuesto a
renunciar al móvil?
- Pues no.
- ¿Y a los avances médicos,
técnicos, de mejora de condiciones de vida y a los modos de
convivencia civilizada de que gozamos?
- Oiga, ¿cómo se le ocurre
preguntarme si estoy dispuesto a renunciar a lo que entiendo por
frutos de nuestra civilización (Estadio cultural propio de
las sociedades humanas más avanzadas por el nivel de su ciencia,
artes, ideas y costumbres. DRAE)?
Bueno le preguntaré solo un
par cosas más. -¿Es Ud. consciente de que el móvil, los avances
médicos o de cualquier otro tipo, todo aquello que Ud. llama
civilización y que conocemos aquí, es resultado. Que
no es algo que derive de la naturaleza de las cosas como evidencia el
hecho de que no sea universal?
- Pues francamente, no.
Entonces, ¿verdaderamente Ud.
no hace nada por mantener y mejorar si es posible, para las
generaciones que nos sucedan, todo este “patrimonio colectivo”
heredado del que disfrutamos?
- Ya le digo, francamente, no.
Amigo no solo está Ud. perdido
sino que anticipa un futuro nada halagüeño. Porque todo ese legado
hay que sostenerlo, no sucede como con el olmo al que con las lluvias
de abril y el sol de mayo le surgen nuevos brotes. Si Ud. no es
consciente de que hay que sostener tan complicado edificio, tarea
verdaderamente ardua habida cuenta de su complejidad, en un periquete
el edificio se le viene abajo. Y adiós; vuelta a la no-civilización,
como ya le sucediera a Roma.
Tengo derecho a pensar, como lo
hago, que el asunto de la “educación” no pasa de ser en estos
momentos, y en esencia, sino pura mercancía. Política y de la otra.
Y como tal “toma actualidad” con cansina intermitencia. No voy a
referirme a lo que está en el ambiente; son otros los derroteros que
adopto.
Porque si aceptamos como tarea
inevitable el sostener el complicado edificio de bienestar y
convivencia que nos aloja, resulta inmediata consecuencia aceptar que
la escuela (entendida en sentido amplio) no es sino la
propia sociedad organizada cooperativamente, que encarga a una parte
de sí misma la tarea de preparación de las generaciones futuras.
Precisamente con el propósito de asegurar la continuidad del
edificio en un contexto o circunstancia de enorme complejidad, como
jamás se ha conocido. No lo olvidemos.
Lo cual supone un esfuerzo
enorme, hercúleo. Naturalmente. Exactamente igual al esfuerzo
acumulado que ha supuesto transitar desde la caverna a la polis.
¿O acaso alguien es capaz de sostener que el camino ha sido de fácil
tránsito?
Porque si esto no lo entienden
padres, alumnos y profesionales, es decir si no lo entiende la propia
sociedad, repito que estamos perdidos. En un periquete el edificio se
nos viene abajo y adiós; vuelta a la no-civilización.
Si queremos que el futuro, ya de
por sí imprevisible, no lo percibamos como acopio de incertidumbres
más que sombrías bueno será que empecemos con una breve reflexión
acerca de la esencia de la escuela y, a partir de ahí,
abandonemos muchas conductas.
Los adultos han de tomar la
primera iniciativa. Padres y profesionales. Por supuesto.
Los padres, a quienes
correspondiendo la enorme responsabilidad de ofrecer a sus hijos una
vida digna, necesitan de la escuela –institución imprescindible-
para colmar las necesidades de instrucción y de educación que exige
la fluida inserción futura de sus hijos en el colectivo de
referencia, en la sociedad.
A ellos les incumbe el hacer
comprender a sus hijos que gracias a la escuela, y lo aportado
a quienes ya pasaron por ella, disfrutan de todo aquello que les
rodea, de su circunstancia. Y que ante esta carrera de relevos en que
consiste la vida tienen la inexcusable obligación de conservar y
mejorar ese legado. Con el obvio añadido de que sin esfuerzo,
trabajo, disciplina y dedicación no hay posibilidad de progreso. O,
de otro modo, que fuera de esas bases rectoras el resultado es,
finalmente, la vuelta a la no-civilización. No hay más.
Los profesionales, a los que la
sociedad les confía sus jóvenes, su futuro, deben ser
perfectos conocedores de la esencia del nobilísimo menester de
compartir saber, de transmitirlo, de enseñar. Y en este terreno no
hay nada peor que defraudar una confianza. Enorme responsabilidad
también.
La realidad de la escuela
solo me resulta comprensible si considero que el cuerpo social actúa
prescindiendo, por mero descuido, de ése propósito esencial que
atribuyo al entramado educativo. En los adolescentes que pueblan
nuestros institutos, y por razón de su circunstancia vital, se
percibe de forma nítida e inequívoca. Lo que no está ni en la
naturaleza de las cosas ni en la de su circunstancia vital es que no
sean capaces de comprenderlo. Pero para comprenderlo es
preciso previamente conocerlo.
Esa es mi pretensión. Dejar
bien sentada cual es la esencia de lo que hacemos. Para mejorarlo
radical y urgentemente. O el edificio se nos viene abajo. Por
descontado.
FERNANDO CARO GRAU
Licenciado en Ciencias Físicas.
Profesor del IES “Hermanos
D’Elhuyar”
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