Pero dominarlos será todo lo que podremos hacer y no nos será posible asimilarlos a nosotros. Tomarán de nosotros lo que les convenga, y el resto lo desecharán, y si alguna de las partes imita a la otra, de manera incontestable para mí, seremos nosotros; nosotros retrocederemos hasta ellos en todos los aspectos en los que estemos en contacto...
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En julio de 1855, Arthur de Gobineau* llega a Persia como secretario de la misión especial que el Gobierno francés envía a ese país oriental para recomponer unas relaciones diplomáticas quebradas.
Desde su primer destino en Berna, en 1850, tras que Tocqueville le procurara el ingreso en la carrera diplomática, el posterior en Hannover (interino entre septiembre de 1851 y abril de 1852), más tarde en Fráncfort, y finlamente en Teherán, predomina en sus cartas la descripción y análisis de la situación socio-política que observa en los países en los que se desempeña, a mi juicio muy certeras e instructivas en su mayor parte.
En este pasaje que sigue ofrezco un retazo del panorama que Gobineau vislumbra desde su atalaya a modo de ejemplo.
*Quien desee tener una primera aproximación al personaje -un perfecto desconocido en España, creo-, que se asome a la semblanza que ofrece de él la BNE; luego, a la fuente de la que esta se surte -la wikipedis.es- y, después, que huya despavorido hacia esa misma fuente pero en su versión francesa o inglesa, donde al menos hallará seriedad. Un día de estos comentaré alguna de las percepciones más recientes que se nos han presentado de su persona.
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Por ello, a los persas, como a los hindús, los considero muy propicios para caer bajo una dominación europea y, más aún, en completa disposición para adaptarse a su futura suerte; en consecuencia, el mayor error que se podría cometer sería juzgarlos como a las poblaciones musulmanas de las orillas del Mediterráneo. No tienen ningún parecido. Como Ud. bien dice, los turcos son unos torpes, idóneos para ser derrotados y engañados; en cuanto al resto, son unos salvajes indisciplinados e indisciplinables.
El día en el que el norte de Persia sea ruso, o acaso inglés el sur, no será un día cualquiera en la historia del mundo y los efectos, los terribles efectos, no tardarán en producirse. Los conquistadores encontrarán aquí admirables soldados, tan buenos para ser llevados al combate como resistentes a la fatiga y a las privaciones, y un suelo que reposa desde hace tanto tiempo, que está, como quien dice, virgen, del que he visto con mis ojos que con solo arañarlo crecen las mieses. Las montañas ofrecen a flor de piel un carbón de primera calidad, hierro soberbio, cobre en bruto del que tengo las mejores muestras, azufre y otros minerales.
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Sin duda que nosotros, europeos, los dominaremos y se dejarán dominar. Los dominaremos porque tenemos mayor fuste en el carácter, mucha más energía en el pensamiento y, si en algunos aspectos estamos muy lejos de valer lo que los pueblos blancos de los que descendemos, seguramente hemos conservado mayor estabilidad en nuestros propósitos que los orientales. Pero dominarlos será todo lo que podremos hacer y no nos será posible asimilarlos a nosotros. Tomarán de nosotros lo que les convenga, y el resto lo desecharán, y si alguna de las partes imita a la otra, de manera incontestable para mí, seremos nosotros; nosotros retrocederemos hasta ellos en todos los aspectos en los que estemos en contacto. ¿Se han elevado los rusos al nivel de los alemanes? Nunca; pero, en lo que han podido, han retrocedido al nivel de los griegos. Una vez amos de Persia, se ceñirán a ese modelo, y el resultado será un compromiso que, para el europeo sometido a sus efectos, será pura decadencia. Pero, en lo material al menos ¿ganaremos? ¿Viviremos en lo financiero, en lo comercial, a expensas de Asia? ¿Libaremos su néctar? No, Asia será la que a la larga nos consuma, porque las cualidades dominantes que aún mantenemos irán menguándose, y porque, a la vez que les permitimos aplicarse en saciarse como nosotros, se aprovechará con mucha naturalidad de las ventajas incontesta-bles, inigualables, que su suma corrupción les ha proporcionado. La rapiña en la ganancia, el ahorro en el seno de las familias, la extraordinaria sobriedad, el bajo coste de los salarios, son venta-jas contra las que no podremos competir nunca, y el día que les hayamos construido carreteras, o les ofrezcamos poder colocar sus capitales –sin peligro de verlos cómo se esfuman– en la fabri-cación de productos en los que destacan, nos suministrarán algo-dones, sedas, productos agrícolas, todo lo que queramos y como lo queramos, a precios tan bajos, que nos veremos obligados a renunciar a la competencia. Mire qué sucede ya en la India.
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Y Gobineau prosigue con la descripción de lo que él observa de la presencia inglesa en aquella colonia.
Y con ello, una gota en el océano, y con todo el resto, voy yendo.
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Mis dos trabajos de edición, Alexis de Tocqueville & Arthur de Gobineau. Correspondencia. 1843-1849, y El Antiguo Régimen y la Revolución, se comercializan vía librosefecaro@gmail.com*.
*Como mi propósito no es 'acometer' a los libreros artesanos que quedan en pie, cuyos denodados esfuerzos (que trato de emular) me merecen toda consideración, quien desee hacerse con el libro por esa vía basta que le señale a su librero 'de cabecera' que contacte con esa dirección de correo, no tendré problema en acordar con él su envío.
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