SI ESPAÑA FENECE, SU ASESINO NO HABRÁ SIDO OTRO QUE SU PROPIO ESTADO. [A falta de honrada dedicación, no escasean quienes se compinchan para consumar el desvarío/desatino...]
De
acuerdo con Gustavo Bueno, y confío interpretar correctamente sus palabras, 1789
trajo consigo el concepto de la moderna Nación política: ámbito social y
geográfico, sometido a un régimen jurídico común, que toma cuerpo en un conjunto
de instituciones –estado– que lo sustentan, es decir, cuya misión primordial es
la de preservar la continuidad histórica de la nación sobre la que se yergue [resulta oportuno señalar que tal concepción tiene un carácter primordial difícil de apreciar en el momento presente. Entiendo que ello es mero efecto de la dilución sobrevenida a consecuencia de la incorporación, como órganos del estado, de elementos que en sí mismos no constituían el núcleo esencial. La tendencia totalitaria de gobiernos, elemento esencial del estado, manifestada en forma de prodigalidad mediante el trasvase de recursos públicos –financiación– a entidades como partidos, sindicatos, organizaciones patronales, etc., supone su absorción en el conglomerado estatal y una carga sostenida obligatoriamente por los contribuyentes. Remito al lector a [12] LA ECUACIÓN SINIESTRA porque lo que ahí dije guarda estrecha relación con las líneas precedentes].
Pero ese conjunto de órganos e instituciones emana de la Nación política: es el
puro y mero principio de supervivencia biológica aplicado a la “vida política”.
Constituye
un hecho singular «…en el terreno de las ideas filosóficas y con
ello, de la historia posterior» [Gustavo Bueno]. Bueno cita a Pascual E.
Mancini: «Más allá de los lazos materiales, los hombres “no formarán
una Nación sin la unidad moral de un pensamiento común, de una idea
predominante. Es el Pienso, luego existo de los filósofos aplicado a la
nacionalidad”» y señala,
en fin, que «Lo que se necesita es la sobreposición, a todos los
recuerdos que se quieran, de otros valores comunes que se juzgan
imprescindibles para la construcción de la Nación política»
Pero
en España han surgido unos denominados “partidos independentistas”, empeño de unos
españoles–no–españoles periférico y desmembrador, neo–tribal en grado sumo, que
aspiran a constituirse en “Nación política”, es decir en administrar/saquear
sus mini-estados porque, en el momento presente de nuestra circunstancia
geo-política, y a mi modo de ver, una nación sin estado o es un vodevil o es una entelequia
metafísica.
Para
más INRI, esos españoles–no–españoles hace tiempo que vienen dando sus primeros
pasos de manera tan estólida, ridícula y miserable que, como dijera D. Benito
Pérez Galdós, causa sonrojo tenerlo que poner negro sobre blanco. Un español, cualquier
hispano, puede ir desde Ampurias –emporio griego, primero; romano después–
hasta la costa del Pacífico USA, San Francisco por ejemplo, y de ahí hacia el
Sur, hasta Ushuaia, en el confín de la Patagonia argentina, sin cambiar de idioma.
O viceversa. En las Albanias del camarada Enver Hoxha en ciernes, sus tierras
prometidas, se podrá transitar hablando catalán desde La Seo de Urgel hasta
Tortosa o desde Cadaqués a Batea, por ejemplo, del lado Mediterráneo. Del lado
del Golfo de Vizcaya, y hablando vascuence, se podrá ir desde Isaba a Musquiz,
o desde Fuenterrabía a Laguardia.
Así de
tremendo es el asunto. Pero la cosa no para ahí; ni mucho menos.
Que
mis compatriotas confundan hechos tan diferentes como votación y elección, un
elegido con un representante y un sistema de votaciones periódicas con una
democracia, me parece tremendo. Que la confusión aflija incluso a personas con una formación más que suficiente, inexplicable. No proseguiré con lo que supone sostener la farsa...
Pero ni me confundiré ni me confundirán con ellos. Porque es más que evidente que, a lo sumo, un votante puede elegir la papeleta que va a depositar en la urna. Los candidatos ya se los dan elegidos los comités centrales de los partidos; en consecuencia el elegido sólo responde ante quien le ha nominado, no representa a cuerpo electoral alguno.
Siendo
así, su asamblea, el congreso de los diputados, no puede ser soporte de la
soberanía nacional porque ni se da entre quienes lo conforman el hecho
sustantivo de la representación, ni puede sustanciarse soberanía nacional sobre
la base de un colectivo carente de “soberanía personal”.
No sé
qué es lo confuso en estos razonamientos que a mi me parecen claros como el
agua cristalina... «Las listas las hago yo recordó, en forma de amenaza, Mariano Rajoy en la última gran crisis interna de la formación, cuando Ricardo Costa y ... » [Libertad Digital, 02/02/210]
La
dinámica interna de los partidos no va de broma. “..., ante
la acción política definida por la dirección del ###: Libertad cero. No hay más
que ejecutar fielmente la acción decidida.”,
me recordaron exactamente hace poco más de una semana. De momento callaré
acerca de la procedencia de ese “mensaje para heterodoxos”.
Y aún
he de proseguir. Porque los partidos son elementos constitutivos del estado,
son órganos del estado, como toda entidad u órgano cuya financiación proceda de
las arcas públicas, es decir sostenidos obligatoriamente por todos los
españoles. De nuevo no creo que pueda caber duda. Y no repetiré lo que ya reproduje del Profesor Joan Garcés, aquí, hace nada, en [16] Política Internacional...
Llegamos
así a la conclusión de que España constituye un caso insólito en la Historia. Y
no me refiero a la extensión de la cultura cristiana al otro lado del océano
–hecho esencial porque la democracia surgió,
es fruto del huerto cristiano; no ha surgido en ninguna sociedad en la que el
hecho religioso mayoritario sea de otro tenor–; ni al hecho histórico de
detener la turco en Lepanto; ni a constituir un enjambre de naciones que ya han
trazado una estela inconclusa e indeleble en su vuelo por la Historia.
No, me refiero a que son
elementos del estado, tolerados por las más altas instituciones del estado, los
arietes de ese empeño desmembrador, periférico, neo-tribal, esencialmente
totalitario que prosigue de mano de los que invocan un presunto “derecho a
decidir” como fuente de legitimación de su barbarie.
He sido testigo de primera
fila, a lo largo de más de 25 años, de cómo teniendo todo a su alcance y a su favor, muchos de nuestros jóvenes eludían el
esfuerzo que exige una formación constitutiva de sujetos políticos responsables, es decir, de genuinos ciudadanos. Y la alternativa es clara: o se aspira a ser ciudadano o se camina por el sendero de la servidumbre que marca el ser mero, y pasivo, sujeto pasivo tributario.
La Logse socialista, que consagró en la etapa académica secundaria, etapa clave, el mismo principio de irresponsabilidad que consagra el art. 56.3 de nuestra "Constitución" , les alentaba a ello mientras derribaba el principio de respeto a la autoridad de quien ejerce el magisterio: ¡cuántas veces me he sentido vejado! Y abandonado por quienes, administrativamente superiores en rango, miraban descaradamente para otro lado.
Su paso por las aulas del instituto desprendía
vahos de botellón con excesiva frecuencia e intensidad. Ignorancia voluntaria y
suicidio social, lo denominé. Que le pregunten al señorito Maravall, el que
fuera ministro del gatazo ferlosiano*, por el asunto. Y me malicio de que la
concepción del trabajo como castigo, que en tantas ocasiones se nos ha ofrecido
invocando “el libro”, tiene mucho que ver con todo ello. La prueba la aporta el
hecho de que nada
parecido sucede en los países cuya tónica mayoritaria es el predominio del protestantismo.
Si la Nación española fenece,
su asesino no habrá sido otro que su propio estado. Desconozco si existe precedente histórico de hecho tal.
La plebe, uncida al yugo de
la servidumbre voluntaria, porque la libertad no es sino riesgo y
responsabilidad, camina mansamente hacia la debacle. Y vota.
Sus próceres la van arropando delicadamente con la mortaja de la deuda estratosférica de la que D. Robert Centeno
no se cansa de hablar. Su última entrega es de escalofrío: El Disparate Económico. Y tampoco es inoportuno remitir a la lectura de [09] Corrupción e impuestos, porque lo que ahí dije va a misa.
El trabajo de sicario nunca ha
debido estar mal remunerado. A falta de honrada dedicación, no faltan quienes
se compinchan para consumar el desvarío/desatino. Paga el estado; es decir, todos nosotros, nuestros hijos, más tarde nuestros nietos...
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