...
Tras
14 entregas creo que la presentación ya está formalmente hecha. Y que puedo animar
a quienes se asoman a estas líneas a que este soliloquio, al que se reduce el
"columnismo de opinión" que aquí practico, se torne diálogo y debate,
fluido intercambio de pareceres enriquecido por los matices de la discrepancia
y no mera clase magistral impresa a modo de “blog”.
Otra
voz más "en la charla incesante de nuestra locuaz
sociedad". No hago con ello sino proseguir
con el que ha sido mi principal menester y empeño: forjar auténticos
ciudadanos en los adolescentes que fueron confiados a mi magisterio.
Eso sí, tratando de nuevo de ampliar el campo de la audiencia y el
aprovechamiento del discurso: las aulas en las
que se circunscribió mi decir, mientras estuve en ello, se tornaron sede de una
"enseñanza" que, so pretexto de obligatoria, ofrece más prestaciones
propias de un servicio nacional de guardería que de un sistema de
instrucción pública.
[Lo que he vivido se presenta como rotunda paradoja:
mientras que en "dictadura" se instruía hacia la libertad –sin
instrucción, sin formación no hay libertad posible, o es una libertad
incompleta, huera, sandia–, en "democracia" se adoctrina para el
sometimiento.
Instruirse requiere del concurso del esfuerzo, el trabajo y
la dedicación: son los recursos inherentes a la especie gracias a los cuales
hemos llegado desde la brújula al GPS; desde el papiro escrito a las "bibliotecas virtuales"; desde la caverna a la “polis”. Son los principios que se
han esquivado desde 1982, haciendo creer a quienes deberían responsabilizarse
del futuro que la jauja pródiga en la que se desenvolvían era porque sí, como
algo derivado de la naturaleza de las cosas. ¡Así nos va! Por pura voluntad
política de los González, Maravall, Solana, Rubalcaba... y la dejación de la
mayoría].
Por formación, y por convicciones derivadas de mi
experiencia vital, me impregnó por completo el propósito primigenio
de la ciencia: liberar al hombre, a la persona, de las supersticiones
que le atenazan gracias al conocimiento de la realidad que le rodea. Y ahí
anduve, tratando de forjar criterio recto sobre la base de la máxima
spinoziana: «Con seguridad sólo sabemos que es bueno aquello
que nos ayuda a conocer».
Empeño
que me llevó a llamar a varias puertas, ser recibido en pocas, y resultar,
finalmente, visita non grata en alguna que parecía mostrarse acogedor puerto en
el que recalar.
Proclamar
las verdades del barquero o, como el niño, señalar que "el rey
va desnudo y no hay manto de blanco armiño que le cubra" parecen
cosas de mal gusto, propias de gente un tanto esquinada, antipática e
impertinente, dispuesta a quebrar la apacible quietud de la dehesa boyal...,
así que mejor no oírlos.
No hay
sorpresa en ello: es bien sabido que la manida "libertad de
expresión" consiste en la libertad de lo editores de publicar lo que les
venga en gana. Y las reglas son las reglas. Y una cosa es enardecerse con su
apología y otra bien diferente aplicarla en los respectivos cotarros. Así que,
ante evidencia tal, ante lo imposible de ofrecer opinión discordante –por
contravenir los "idearios" o señalar las majaderías del “jefe”– y
aceptar la condena de facto al silencio, me he procurado este estrado.
Me
parece oportuno mostrar mi gratitud a quienes han tenido la amabilidad de
atenderme y ejercer su magisterio conmigo. Horacio Vázquez Rial me aportó ánimo
escritor; de Diego Armario, uno de los primeros en alentarme a “bloguear”, he
recibido indicaciones del más puro estilo periodístico, que trato de seguir con
el propósito de ampliar el campo de lectores, aunque con evidentes dificultades.
José María Marco me dio el último empujón, cuando toda otra
posibilidad parecía agotada, con su aprobado a “Cataluña en la historia”: “... te has metido en el núcleo
mismo de un problema complicado,... Y la cuestión de la “hispanidad” es una
buena manera de enfocarlo”, me dijo; así que ¡adelante!, me dije.
Por supuesto, es
del todo oportuno hacer agradecimiento explícito a todos los lectores, anónimos
o próximos, que generosamente entregan unos minutos de su tiempo en asomarse a
estas páginas desde los rincones más desconocidos por mí: espero que este intercambio pueda sostenerse por cierto
tiempo.
Hasta siempre.
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