2015/12/29

[14] ¿SOLIDARIDAD...?

¿SOLIDARIDAD? ¿QUÉ MAYOR SOLIDARIDAD QUE NO SOMETER A
EXPOLIO FISCAL A NUESTROS CONVECINOS PARA QUE NO  PRECISEN LIMOSNA? 

Mientras asisto al pavoroso espectáculo que ofrece la vida pública, con sólo mi letra como arma, veo como proliferan los grupos e instituciones que tiene la “solidaridad” por objeto. Es otra de las inevitables secuelas de la muy comentada corrupción  de los últimos 40 años, aunque el hecho en sí no es novedoso: simplemente adopta la pátina distintiva del ahora.
Ante la realidad, que es la que es, trato de ser respetuoso con el espíritu de ese enjambre de organizaciones, sin juicio apriorístico alguno; simplemente pretendo sobrevolar y observar con cierta perspectiva tal hechoAportaré a ello lo que buenamente pueda, sin pretensión de inventar nada que no esté ya dicho sino de dar oportuna noticia de lo que crea venir al caso.

Permítaseme partir de un ejemplo. Voluntarios del Banco de Alimentos, apostados en la entrada de un supermercado, me invitaron a colaborar el último sábado del pasado noviembre. Tuve un sobrecogimiento imperceptible y decliné con una sonrisa bien forzada.
¿Egoísmo tan sólo?... No pude por menos que recordar las numerosas referencias contenidas a la “caridad” en El Antiguo Régimen y en una carta de la correspondencia mantenida entre Tocqueville y Gobineau, de 1843, en la que T. argumenta en torno al cristianismo denostado por G.
De la última extraigo los párrafos que siguen, tratando no ser prolijo con la cita. 
[...] El cristianismo me parece que hizo una revolución o, si lo prefiere mejor, un cambio muy considerable en las ideas relativas a los deberes y derechos, ideas que son, en definitiva, el objeto de cualquier ciencia moral.
... La moral de nuestros días, tal como la veo manifestarse..., en la charla incesante de nuestra locuaz sociedad..., la moral moderna, digo, ... no ha hecho más que desarrollar, ampliar las consecuencias de la moral del cristianismo sin cambiar los principios. ... Al haberse debilitado nuestras creencias religiosas y oscurecido la visión del otro mundo, la moral debe mostrarse más indulgente con las necesidades y los placeres materiales.
... Pero la innovación más notable de los modernos en la moral creo que consiste en el enorme desarrollo y el nuevo aspecto dados en nuestros días a dos ideas que el cristianismo ya había destacado no­tablemente, a saber: que todos los hombres tienen el mismo derecho a los bienes de este mundo y el deber de auxiliar, de los que más tienen, a los que tienen menos.
... Esta primera innovación ha traído otra: el cristianismo había hecho de la beneficencia o, como él la ha­bía llamado, de la caridad, una virtud privada. Hacemos de ella cada vez más un deber social, una obligación política, una virtud pública. El gran número de personas a socorrer, la variedad de necesidades a las que nos sentimos obligados a asistir, la desapa­rición de grandes individualidades, a las que se podía acudir para lograrlo, han hecho volver todas las miradas hacia los gobiernos. Se le ha impuesto una obligación estricta de reparar algunas des­igualdades, de acudir en ayuda de ciertas miserias, de prestar a todos los débiles, a todos los desdichados, un apoyo. Se ha esta­blecido así una especie de moral social y política que los Antiguos sólo conocían muy imperfectamente y que es una combinación de las ideas políticas de la Antigüedad y los conceptos morales del cristianismo [...]
Del AR, que contiene numerosas referencias al asunto considerado, anotaré, por ejemplo, que el deber de socorrer era una prescripción arraigada en el medievo:
“Si bien el señor poseía grandes derechos en la antigua sociedad feudal, también tenía grandes cargas. Le incumbía socorrer a los indigentes dentro de de sus dominios. Hallamos un último vestigio de esta vieja legislación europea en el código prusiano de 1795, en el que reza: « El señor debe velar para que los agricultores pobres reciban educación. Debe proporcionar, en la medida de lo posible, medios de vida a aquellos de sus vasallos que no tengan tierra alguna. Si algunos de ellos cayeran en la indigencia, está obligado a socorrerles»”.
De la caridad instituida practicada desde París se señala, aportando diversas pruebas, que
“Hemos de creer sin reticencias que una caridad practicada desde tan lejos resultaba ciega o caprichosa a menudo, y siempre muy insuficiente”.

En resumen, en tanto que virtud privada, la caridad se aplica al libre albedrío de cada cual; en cuanto “virtud pública”, instituida bajo el manto de la “solidaridad” por nombre, es preciso administrarla. Se abren así de par en par las puertas a posibles arbitrariedades y corruptelas: ¡nada más humano! ¿Qué propicia, sino, el sinnúmero de entidades rehenes y cautivas de los mandarines de las taifas regionales que sobreviven de la picaresca de la subvención si es que su propósito no es aún más perverso: el puro desvío de fondos? ¿Cómo no recordar algunos casos que me vienen a la memoria: PSV-UGT, EREs-Andalucía, o la corruptela asociada a los cursos de formación "impartidos por los sindicatos de clase"?
Si añadimos otro sinnúmero, el de prestaciones solidarias, ayudas, socorros etc. que administran los poderes públicos, resulta inevitable evocar que:
“Los tiranos mostraban su generosidad repartiendo un cuarto de trigo, un azumbre de vino, un sextercio; y entonces era penoso oírles gritar: ¡Viva el Rey! Los muy zafios no se daban cuenta de que no hacían sino recuperar una parte de lo suyo, ni de que el tirano no les podría haber dado eso mismo que recuperaban si antes no se lo hubiera quitado a ellos mismos

O sea, es claro como el agua clara que todo sujeto pasivo tributario ya practica una solidaridad forzada por el mero hecho de serlo, incluso en contra de sus propias convicciones –como pueda ser mi caso o el de tantos otros–. Solidaridad administrada de modo que todo tipo de recelo está más que justificado. Y sobre “el monstruoso punto de partida de que nuestros impuestos están establecidos –de facto– sobre la base de recaudar de quienes no pueden evitarlos y no de quienes más pueden aportar”, como anoté recientemente.
 Por ello me pregunto sin ningún ánimo de ofensa, sino por puro establecimiento de una entidad–idea política: ¿no será el Banco de Alimentos, y las muchas instituciones similares que han proliferado recientemente, el correlato de una caridad instituida: una forma de mendicidad formalizada/ instituida? [Por cierto, Cáritas queda aquí al margen porque es "otra cosa": es la propia institución eclesial en acción].
En todo caso en su demanda de colaboración acuden a quienes ya ineludiblemente colaboramos, tocando esa cuerda de la conciencia que vibra ante lo inaceptable de tanta estampa de necesidad a la que ha conducido la pandemia de corrupción y egoísmo que nos corroe. También debieran hacerse alguna pregunta al respecto y poner en cuestión su propia presencia, consecuencia del despilfarro de los que nos ahogan con sus cargas: a ellos toca rendir cuentas.
Todo esto he tratado de comentárselo al joven que acaba de llamar a mi puerta, un voluntario de solidariosinlimites.org, si no recuerdo mal. Ha esbozado un gesto adusto y con un "Bueno, ya me voy" ha dado por finalizado su llamamiento. Creo que lo suyo está más apegado a tierra que estos discursos teóricos míos.
Sólo pretendía resumir por qué declino afablemente tales invitaciones, aunque bien es cierto que con cierta intención. Acababa de pasear por un barrio del sur, de edificación reciente aunque impregnado de la grisura estética del socialismo real en muchas de sus viviendas. Miré el nombre de la calle: "Atraco a las 3". Estas cosas pueden suceder, y suceden. En Zaragoza al menos.

PS del 31Oct2020. Estos días este texto ha recibido una cierta afluencia de visitantes, de la que surge este añadido que ha pasado a encabezarlo:
 "¿Solidaridad? ¿Qué mayor solidaridad que no someter a expolio fiscal a nuestros convecinos, para que no precisen limosna?"

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