¿SOLIDARIDAD? ¿QUÉ MAYOR SOLIDARIDAD QUE NO SOMETER A
EXPOLIO FISCAL A NUESTROS CONVECINOS PARA QUE NO PRECISEN LIMOSNA?
Mientras asisto al pavoroso
espectáculo que ofrece la vida pública, con sólo mi letra como arma, veo como
proliferan los grupos e instituciones que tiene la “solidaridad” por objeto. Es otra de las inevitables secuelas de la muy comentada corrupción de los últimos 40 años, aunque el hecho en sí no es novedoso:
simplemente adopta la pátina distintiva del ahora.
Ante la realidad, que es la que es,
trato de ser respetuoso con el espíritu de ese enjambre de organizaciones, sin juicio apriorístico alguno; simplemente pretendo
sobrevolar y observar con cierta perspectiva tal hecho. Aportaré a ello lo que buenamente pueda,
sin pretensión de inventar nada que no esté ya dicho sino de dar oportuna noticia
de lo que crea venir al caso.
Permítaseme partir de un ejemplo.
Voluntarios del Banco de Alimentos, apostados en la entrada de un supermercado,
me invitaron a colaborar el último sábado del pasado noviembre. Tuve un
sobrecogimiento imperceptible y decliné con una sonrisa bien forzada.
¿Egoísmo tan sólo?... No pude por
menos que recordar las numerosas referencias contenidas a la “caridad” en El Antiguo Régimen y en una carta de la
correspondencia mantenida entre Tocqueville y Gobineau, de
1843, en la que T. argumenta en torno al cristianismo denostado por G.
De la última extraigo los párrafos que
siguen, tratando no ser prolijo con la cita.
[...]
El cristianismo me parece que hizo una revolución o, si lo prefiere mejor, un
cambio muy considerable en las ideas relativas a los deberes y derechos, ideas
que son, en definitiva, el objeto de cualquier ciencia moral.
...
La moral de nuestros días, tal como la veo manifestarse..., en la charla
incesante de nuestra locuaz sociedad..., la moral moderna, digo, ... no ha
hecho más que desarrollar, ampliar las consecuencias de la moral del
cristianismo sin cambiar los principios. ... Al haberse debilitado nuestras
creencias religiosas y oscurecido la visión del otro mundo, la moral debe
mostrarse más indulgente con las necesidades y los placeres materiales.
...
Pero la innovación más notable de los modernos en la moral creo que consiste en
el enorme desarrollo y el nuevo aspecto dados en nuestros días a dos ideas que
el cristianismo ya había destacado notablemente, a saber: que todos los
hombres tienen el mismo derecho a los bienes de este mundo y el deber de
auxiliar, de los que más tienen, a los que tienen menos.
...
Esta primera innovación ha traído otra: el
cristianismo había hecho de la beneficencia o, como él la había llamado, de la
caridad, una virtud privada. Hacemos de ella cada vez más un deber social, una
obligación política, una virtud pública. El gran número de personas a socorrer,
la variedad de necesidades a las que nos sentimos obligados a asistir, la
desaparición de grandes individualidades, a las que se podía acudir para
lograrlo, han hecho volver todas las miradas hacia los gobiernos. Se le ha
impuesto una obligación estricta de reparar algunas desigualdades, de acudir
en ayuda de ciertas miserias, de prestar a todos los débiles, a todos los
desdichados, un apoyo. Se ha establecido así una especie de moral social y
política que los Antiguos sólo conocían muy imperfectamente y que es una
combinación de las ideas políticas de la Antigüedad y los conceptos morales del
cristianismo [...]
Del AR, que contiene numerosas
referencias al asunto considerado, anotaré, por ejemplo, que el deber de
socorrer era una prescripción arraigada en el medievo:
“Si bien el señor poseía grandes derechos en la
antigua sociedad feudal, también tenía grandes cargas. Le incumbía socorrer a
los indigentes dentro de de sus dominios. Hallamos un último vestigio de esta
vieja legislación europea en el código prusiano de 1795, en el que reza: « El
señor debe velar para que los agricultores pobres reciban educación. Debe
proporcionar, en la medida de lo posible, medios de vida a aquellos de sus
vasallos que no tengan tierra alguna. Si algunos de ellos cayeran en la
indigencia, está obligado a socorrerles»”.
De la caridad instituida practicada
desde París se señala, aportando diversas pruebas, que
“Hemos de creer sin reticencias que una caridad
practicada desde tan lejos resultaba ciega o caprichosa a menudo, y siempre muy
insuficiente”.
En resumen, en tanto que virtud privada, la
caridad se aplica al libre albedrío de cada cual; en cuanto “virtud pública”,
instituida bajo el manto de la “solidaridad” por nombre, es preciso administrarla.
Se abren así de par en par las puertas a posibles arbitrariedades y corruptelas:
¡nada más humano! ¿Qué propicia, sino, el sinnúmero de entidades rehenes y
cautivas de los mandarines de las taifas regionales que sobreviven de la
picaresca de la subvención si es que su propósito no es aún más perverso: el
puro desvío de fondos? ¿Cómo no recordar algunos casos que me vienen a la memoria: PSV-UGT, EREs-Andalucía, o la corruptela asociada a los cursos de formación "impartidos por los sindicatos de clase"?
Si añadimos otro sinnúmero, el de
prestaciones solidarias, ayudas, socorros etc. que administran los poderes
públicos, resulta inevitable evocar que:
“Los tiranos mostraban su generosidad
repartiendo un cuarto de trigo, un azumbre de vino, un sextercio; y entonces
era penoso oírles gritar: ¡Viva el Rey! Los muy zafios no se daban cuenta de
que no hacían sino recuperar una parte de lo suyo, ni de que el tirano no les podría haber dado eso mismo que recuperaban si
antes no se lo hubiera quitado a ellos mismos”
O sea, es claro como el agua clara que todo sujeto pasivo
tributario ya practica una solidaridad forzada por el mero hecho de serlo,
incluso en contra de sus propias convicciones –como pueda ser mi caso o el de
tantos otros–. Solidaridad administrada de modo que todo tipo de recelo está
más que justificado. Y sobre “el monstruoso punto de partida de que nuestros
impuestos están establecidos –de facto– sobre la base de recaudar de quienes no
pueden evitarlos y no de quienes más pueden aportar”, como anoté recientemente.
Por ello me pregunto sin ningún ánimo de ofensa, sino por
puro establecimiento de una entidad–idea política: ¿no será el Banco de
Alimentos, y las muchas instituciones similares que han proliferado
recientemente, el correlato de una caridad instituida: una forma de mendicidad
formalizada/ instituida? [Por cierto, Cáritas
queda aquí al margen porque es "otra cosa": es la propia institución
eclesial en acción].
En todo caso en su demanda de colaboración acuden a quienes ya
ineludiblemente colaboramos, tocando esa cuerda de la conciencia que vibra ante
lo inaceptable de tanta estampa de necesidad a la que ha conducido la pandemia
de corrupción y egoísmo que nos corroe. También debieran hacerse alguna
pregunta al respecto y poner en cuestión su propia presencia, consecuencia del
despilfarro de los que nos ahogan con sus cargas: a ellos toca rendir cuentas.
Todo esto he tratado de comentárselo al joven que acaba de llamar
a mi puerta, un voluntario de solidariosinlimites.org, si no recuerdo mal. Ha
esbozado un gesto adusto y con un "Bueno, ya me voy" ha dado por
finalizado su llamamiento. Creo que lo suyo está más apegado a tierra que estos
discursos teóricos míos.
Sólo pretendía resumir por qué declino afablemente
tales invitaciones, aunque bien es cierto que con cierta intención. Acababa de pasear por un barrio del sur, de edificación reciente aunque impregnado de la grisura estética del socialismo real en muchas de sus viviendas. Miré el nombre de la calle: "Atraco a las 3". Estas cosas pueden suceder, y suceden. En Zaragoza al menos.
PS del 31Oct2020. Estos días este texto ha recibido una cierta afluencia de visitantes, de la que surge este añadido que ha pasado a encabezarlo:
"¿Solidaridad? ¿Qué mayor solidaridad que no someter a expolio fiscal a nuestros convecinos, para que no precisen limosna?"
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