[Esta entrada, de cuyo original no muevo una coma, parece disfrutar de buena salud a juzgar por las visitas que recibe -siempre escasas. El caso es que en
[140] hice un comentario acerca del célebre texto de Gerhard Leibholz,
Representación e identidad.
Decía en él que de Strukturprobleme der modernen Demokratie (Müller, Karlsruhe 1958) –la 3ª ed. de 1967 de la obra del constitucionalista de Bonn–, se hizo traducción parcial al español en Problemas fundamentales de la Democracia moderna, Instituto de Estudios Políticos*, Madrid, 1971, es decir bastante antes de que se desencadenara la malhadada transacción**.
*Véase Instituto de Estudios Políticos para conocer los rasgos básicos de esa institución editorial.
**Me remito a lo que he visto y he vivido: en nuestro "antiguo régimen cuarentañista", el Estado era el titular de los "partidos" (entonces realidades a modo de variaciones sobre una misma fidelidad a los principios fundamentales...). Tras el "Pacto" de 1977, el espectro de partidos/partidas se amplió, con la incorporación de los "democráticos" (como el PCE, adalid del estalinismo más ortodoxo). El pacto consistió en que esos entes se constituyeron en los titulares del Estado, en claro perjuicio y menoscabo de la Nación. El objetivo, obvio: saquear hasta esquilmar el maná que brota de los PGE; ¡más claro, agua!.
Se deduce de ello que sus conspicuos agentes (de la dicha transacción), o sus inspiradores teóricos, estaban al cabo de la calle de la felonía a la que iban a someter a los españoles -a la Nación (entendida esta en el sentido propio que le suelo asignar): la negación absoluta de su participación en la res pública a partir del momento mismo en el que en el estado de partidos teorizado por Leibholz, que se iría a instaurar entre nostros, no existe ni un atisbo de representación.
Pero, por ser la Democracia un sistema de organización de la convivencia -en el seno de una sociedad-, que se sustenta en dos pilares básicos, los hechos sustantivos de la representación política de los ciudadanos (súbditos es su antónimo, ojo) y el de la separación de poderes, si el sistema adoptado carece de uno de ellos, es evidente que su resultado no puede ser una Democracia, por muy instituidos que estén los procesos de votación.
Es obvio/palmario/evidente que nuestro sistema no lo es, porque es evidente, palmario y obvio, que se trata de una oligarquía de partidos que viola ambos preceptos determinantes del hecho democrático.
Con lo cual, una de dos, o nuestros "Constitucionalistas" conocen la Teoría y el desaguisado, y callan -con lo cual su indignidad es supina, o la desconocen -con lo cual su ignorancia es descomunal.
Apañaos vamos, pues, en este retablo y con este elenco o troupe: pasen días y caigan ollas.
Fin del añadido. Febrero & julio 2022]
***
[60] Entonces, ¿para qué sirven realmente los constitucionalistas a los que he interpelado e interpelo, si su saber ha devenido lo contrario del saber científico, si sus tesis no soportan prueba empírica alguna pues no se amparan en hechos positivos, verificables, constatables; si su obra sirve de salvaguarda, de atrezzo y decorado de la enorme impostura, falacia y engaño del Retablo de las Maravillas en el que transcurre la vida pública de la Nación, y no dejan de ser sino un piñón más del engranaje corrupto que nos asola, cuya mejor denominación quizás sea la de efebo-inepto-clepto-partitocracia?
Desde
febrero pasado he asistido a varios actos públicos conmemorativos
del 40º aniversario de la denominada Constitución, protagonizados
las más de las veces por personas eminentes: catedráticos de
Derecho Constitucional y Administrativo, fundamentalmente;
periodistas también.
El
elogio, la loa, el enaltecimiento de lo acaecido en la llamada
Transición (transacción es lo apropiado), y de su sustanciación en
el texto referido, es la común verdad oficial. La que deviene de
facto verdad sustantiva: La Verdad.
Que
disfrutamos de una Constitución como Dios manda y que nuestro
sistema es una de las más mejores Democracia, va de soi!, dicen los
oradores: la unanimidad es palmaria.
Suelo
intervenir en el coloquio para negar la mayor, para esbozar un apunte
de enmienda a la totalidad. Porque sucede que el panegírico carece
de consistencia: no soporta el contraste con la realidad material de
los hechos vividos en 1ª persona y resulta un relato irreal. Por no
decir que una enorme falacia, engaño, embauco, quimera, trola o
trápala..., etc.; al gusto de como cada cual quiera decir.
Las
respuestas de mis interlocutores son muy, muy desalentadoras. Cuando
no de mero trámite; bajonazo y vale.
Muestran
un incómodo estupor si se les invoca la Proclama XVI de la
Déclaration des droits de l'homme et du citoyen..., de agosto de
1789, que establece taxativamente que allá donde no haya separación
de poderes no existe Constitución en absoluto. O si se les espeta que el 56.3, que contradice al 14 de plano, nos recluye en pleno antiguo régimen...
Acaso se avienen a admitir que algo no va del todo bien, pero se trata de
pequeñeces, suelen matizar. Bastarán pequeñas reformas que nos permitirán
proseguir adelante 40 años más, y la mar de contentos. Al fin y al
cabo “tan sólo hace falta que nos pongamos todos de acuerdo”, dicen los innumerables sandios e ilustres mentecatos con barra
libre en los papeles, noticieros, tertulias -y demás soportes del más
inmisericorde adoctrinamiento para el sometimiento- con los que nos
asedian.
Y
a falta de credenciales para concurrir en campo abierto en un plano
de igualdad entre personas tan relevantes e ilustradas -adolezco de
falta de mérito, se me aduce-, trato de proseguir la controversia a
través del correo electrónico.
Por
ejemplo, en lo que concierne a la Constitución, mis recientes
apreciaciones -sin pretensión de exhaustividad- han sido del
siguiente tenor:
Si, como creí entender,
es obvio que disponemos de una Constitución, surgen también
algunas preguntas obvias, como las que siguen y cuyas respuestas
deben ser sencillas e inmediatas.
¿Cuál
fue el sujeto constituyente? ¿a quién/quienes, cuándo y de qué
modo otorgó representación para ello? ¿en qué fecha se realiza la
convocatoria, comienza y concluye el proceso constituyente? Y,
exactamente, ¿qué se constituyó?
En 1977 existía un
poder constituido, nunca dejó de haberlo, y se celebraron
unas votaciones de alcance general [con una ley
electoral ad-hoc, como manifestó el Sr. Oscar Alzaga], según me
señala la minuta de que dispongo emitida por los servicios de
documentación del Congreso.
Por lo que recuerdo, en
ningún momento se hizo mención al carácter constituyente de las
cortes surgidas, por mucho que pudiera darse una asimilación entre
Constitución/Democracia/Bálsamo-de-Fierabrás que resolvería todos
los males que nos laceraban... Yo estuve inmerso en el desarrollo de
la campaña “electoral”.
[Hablo de votaciones,
que no de elecciones porque fuera del sistema de distritos
unipersonales no hay elección posible. Nuestra oligarquía de
partidos sólo permite la adhesión a listas cerradas y
bloqueadas de partido, cuyos integrantes han sido determinados por
los cenáculos partidarios; no se da en consecuencia el
hecho sustantivo de la representación. Y ello sin necesidad de mencionar al jurista alemán Gerhard Leibholz y su Teoría del Estado de Partidos].
Esas
Cortes se atribuyeron funciones constituyentes de manera subrepticia
porque, como bien saben, sus trabajos realizados en ponencia
secreta fueron desvelados por D. Pedro Altares en Cuadernos para
el Dialogo, la revista que dirigía, en su número 239, de finales de
noviembre del 77.
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PORTADA DEL Nº 239 DE LA REVISTA
CUADERNOS PARA EL DIÁLOGO
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…
La
Democracia como categoría política se basa en dos elementos
esenciales: el de representación y el de separación de poderes.
Si alguno de estos elementos está ausente se podrá dar un
régimen de libertades, existirán votaciones, se reconocerán
derechos esenciales, se ofrecerán todos los elementos de la liturgia
democrática; etc. pero la literatura política y su
discurso, que deben emplear -o propender a hacerlo- términos con
contenido claramente inequívoco, no podrán hablar de democracia:
Una democracia, o lo es o no lo es; no hay grados intermedios.
Pero
no es mi propósito reiterar el desglose de evidencias relativas a las cuestiones suscitadas, que ofrezco íntegramente a quien tenga
curiosidad en ello, sino lamentar, deplorar el sagrado del silencio
al que se acogen aquellos a quienes me dirijo.
Y
no lo hago por falta de respeto al libre ejercicio de su libertad,
no, sino porque me resulta tan inconcebible como inaceptable que un profesor no responda cuando se le pregunta en relación a su campo de
conocimientos. Y lo sostengo por haberlo sido durante un buen número
de años: retribuido por mis compatriotas para compartir y transmitir
mi saber, ¿cómo me podría haber negado a responder a una cuestión
formulada rectamente por cualquier persona? ¡jamás de los jamases!.
Acabo, parafraseando a Jean François Revel:
Entonces, ¿para qué sirven realmente nuestros constitucionalistas, o al menos éstos a los que he interpelado e interpelo*, si su saber ha devenido lo contrario del saber científico, si sus tesis no soportan prueba empírica alguna pues no se amparan en hechos positivos, verificables, constatables; si su obra sirve de salvaguarda, de atrezzo y decorado de la enorme impostura, falacia y engaño del Retablo de las Maravillas en el que transcurre la vida pública de la Nación, y no dejan de ser sino un piñón más del engranaje corrupto que nos asola, cuya mejor denominación quizás sea la de efebo-inepto-clepto-partitocracia?
Nación postergada, preterida y arrumbada, intervenida en su derrota desde la malhadada guerra de sucesión, rubicón del inicio de la caída del Imperio que propaló al nuevo continente el legado greco-latino y judeo-cristiano del que esta Europa de soufflé esta ahíta de desconocimiento. Nación a la que se le viene negando de manera recalcitrante ser dueña de su propio destino.
Sólo en términos de la enorme mezquindad, pereza intelectual y cobardía moral que exhiben -y con la que laceran a la Nación- quienes usurpan su guía y gobierno, la misma que hace ya más de un siglo denunciara D. Benito Pérez Galdós, cabe interpretar todo lo que nos acontece.
Y quienes les aportan cobertura intelectual, y pudiendo decir, callan, incurren en idéntica o mayor responsabilidad.
* Profesores Torres del Moral, Cámara Villar, Biglino Campos, Pérez Royo, Blanco Valdés, Aragón Reyes, Tudela Aranda, Sáenz Royo, ... algunos de los cuales han recibido mis preguntas vía g-mail.
Hola
ResponderEliminarCreo que la pregunta ¿Qué constitución necesitamos para gozar de una democracia?
Se ha cambiado ya por la de ¿Necesitamos una constitución y una democracia?
Yo dirìa que la democracia americana está superada ya hace mucho por el poder de las corporaciones. El parlamentarismo inglés, que tiene su fuerza en la representatividad, no tiene una constitución escrita, sino que se basa en tradiciones como la imparcialidad de los Jueces. Un país de la categoría histórica de España, tiene que encontrar su propio camino. Los anglosajones no son moralmente superiores a los españoles, solo lo parecen. Por no hablar de los franceses.
Apreciado lector. Le agradezco su comentario, comentario que no permitirá establecer polémica como trataré de mostrar.
ResponderEliminarMis apreciaciones las refiero a los fundamentos, las bases, los cimientos del edificio de convivencia en que consiste una sociedad. No se trata de comparar valoraciones morales de las personas sino la calidad de esas bases sobre las que se edifica.
Luego la comunidad decidirá qué hace con ese edificio, y ahí entrará en juego la sabiduría que el grupo atesora, sabiduría por otra parte en relación directa con las pautas de convivencia que rigen esa comunidad.
De todas formas, sin los anglosajones Europa hubiera sido un enorme Gulag en oriente y una granja nazi en occidente, ya que ha concluido mencionando a nuestros "vecinos de arriba".
Un cordial saludo.