Frente al hastío que provoca el tedio en el que se mueve la política continental de la Europa en senectud –todo pinta déjà vu, déjà vécu–, la contemplación –bien lejana por cierto, de lo que acontece en el Reino Unido siempre me suscita un vibrante interés.
Dicho sea por n–ésima vez: el corralico europeo –concesión generosa al coq eplumé al que ha conducido a Francia su Vª República de mano de los Giscard, Miterrand, Hollande, Sarkozy, Macron... –o naderías políticas, o corruptos, o ambas cosas de consuno–, es más bien un aprisco en el que el perro lobo prusiano marca la pauta.
Ya se ve de largo que nuestros vecinos tampoco acaban de hilar fino con sus repúblicas, a las que no se muestran capaces de dar forma estable/perenne, como si del juego de ajedrez se tratara: reglas sencillas e inamovibles que permitan un nº infinito de jugadas.
Y por n–ésima vez: lo que sucede es tan natural como que el agua moje; la consecuencia necesaria de la institucionalización en Berlín del Estado de Partidos, el teorizado por Gerhard Leibholz, extendida por el continente cual pringosa mancha de valvulinas caducadas por el uso.
La voluntad de la mayoría de partidos se identifica con la voluntad general del pueblo sin mezcla de elementos de representación. Esta es la doctrina oficial constitucionaria de la integración del pueblo en las repúblicas europeas. Todos los crímenes y corrupciones de los partidos estatales son pues crímenes y corrupciones del pueblo que los vota. No porque éste se considere representado por ellos, sino porque tiene el sentimiento identitario de identificarse con ellos (en Representación e identidad).
Strukturprobleme der modernen Demokratie, Gerhard Leibholz. Müller, Karlsruhe 1958. Traducción parcial al español de la 3ª ed. de 1967, en Problemas fundamentales de la Democracia moderna, Instituto de Estudios Políticos*, Madrid, 1971. (Bastante antes de que se desencadenara de modo explícito la malhadada Transacción. Resulta meridianamente obvio que sus conspicuos agentes estaban al cabo de la calle de la felonía a la que iban a someter a los españoles -a la Nación, entendida esta en su sentido más genuino).
*Véase Instituto de Estudios Políticos para conocer los rasgos básicos de esa institución editorial)
He de insistir en la pertinencia de deshacer cualquier confusión posible entre Nación y Estado. La Nación es agregación de territorio y grupo humano trabado por una red de relaciones mutuas. La trayectoria compartida por este, a lo largo de generaciones y generaciones sobre un espacio físico bien determinado, le ha forjado una personalidad colectiva singular y diferente a la de las naciones limítrofes. El Estado es el conjunto de entes creados por el grupo humano para organizar y sostener su convivencia civilizada. Lo habitual es que al hablar de Nación se piense únicamente en el colectivo humano, dado que este no tiene entidad sin el asiento en un soporte físico, por inhóspito que este se muestre.
La razón es simple –por pura aplicación de la navaja de Ockham. De la paz europea de 1945 surge la subversión completa del orden previo: los totalitarismos germano–italiano, en los que el Estado era el titular del partido único –lo propio de los regímenes totalitarios, devienen Estados de Partidos, estatus en el que los partidos son los titulares del Estado, es decir la institucionalización de la corrupción sin límite: Estado de Partido y Corrupción de Estado devienen sinónimos. Es exactamente la misma subversión que supuso la Transacción del 77, jardín en el que germinó la corrupción como mal endémico, incluso sistémico, que aseveró Carlos Lesmes. Lo refiero en Presidente del Supremo: La corrupción es un mal endémico...
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José Sánchez Díaz, de cuya ayuda estas líneas es deudor, me dio a conocer este vídeo It's only a mask, it's only forever – except it's only one life (dispongo de una versión subtitulada en español de la que no consigo ofrecer el enlace, pero que creo poder hacer llegar por correo a quien lo desee)
Mark Dolan, de modo exquisito, se expresa con meridiana claridad y absoluta libertad. Lo hace en GB News, un canal de Youtube profesionalizado que emite 24/7, desde hace unos meses. Lo están haciendo muy bien, dice José.
Lo he difundido en la medida de mis posibilidades –escasas, porque me parece sensacional en fondo y forma. Hacerlo me ha procurado otros puntos de vista dignos de consideración.
En concreto, uno que me trasmite –con cierto pesar, atisbo– que, al igual que sucedió con el Brexit, la cuestión del Covid divide a los británicos.
Lo cual me ha alentado a la reflexión que sigue:
El Reino Unido es el resultado de un tratado que vincula a Inglaterra, Gales, Escocia, e Irlanda del N en una unión política.
Entre los ingleses de 2021 los hay laboristas y conservadores. Entre los laboristas, los hay partidarios del Brexit y partidarios de la UE. Entre los partidarios del Brexit los hay favorables a la vacuna y los hay opuestos a la vacuna...; sin ir más lejos.
Esta división se da exactamente igual entre los ingleses conservadores, los galeses, los irlandeses y los escoceses.
Estos últimos, además, tienen otra alternativa: partidarios de la ruptura del Tratado de Unión o favorables al mantenimiento del Tratado de Unión.
Sin considerar otras posibilidades transversales –que se van tornando innumerables: que si vegetarianos, que si abominan del cambio climático, que si del Chelsea, que si del Arsenal..., que si patatín, que si patatán..., tenemos en total 16 tribus escocesas, 8 inglesas, 8 galesas, 8 irlandesas del N.
El Reino Unido de hoy está, pues, dividido –sin que haya barreras administrativas y políticas formales de calado, en 40 tribus, como poco.
En 1940, cuando el Reino Unido deja el continente por Dunkerque, las 8 grandes tribus (Ingleses et al. & Labour o Conservative –la ruptura del tratado por parte de Escocia no existía, al menos de manera significativa) estaban unidas en un espíritu común de resistir ante la acometida de la barbarie nazi.
En 2020, tengo la impresión de que ese tesoro está consumido, no queda nada de él.
La cuestión, aparte de lo llamativo de que el Reino Unido sirva de ejemplo, es lo que parece ser una tendencia irrefrenable –y generalizada hacia lo tribal –acaso similar a la vivida en Europa tras la caída del Imperio Romano (con todas las cautelas que un lego en Hª debe adoptar; si es que el símil es factible).
Porque, en la España de las taifas, pronto hemos de ver cómo Liñola reclama segregarse de la comarca de la Plana/Llano de Urgel, a causa de la insoportable tiranía de Mollerusa.
Y en este estado de cosas, mi pregunta es ¿cuál es el exacto grado de cohesión social de esos pueblos asentados en la isla?
O ¿acaso solo tiene verdadera respuesta en encrucijadas –la reina Isabel II ya cabalga sobre más de 95 años y el hecho biológico es inevitable, o en situaciones límite, en las que lo imprescindible se reduce a lo vital, y la mayor parte de lo indispensable pasa a ser innecesario, por no decir que superfluo?
Y así...
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