2022/11/12

[154] ¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?. JEAN FRANÇOIS REVEL. (CAP. 1. 2ª parte)

  

¿FILÓSOFOS? ¿PARA QUÉ…?

JEAN FRANÇOIS REVEL

TRADUCCIÓN DE FERNANDO CARO. DIC. 2020.

(2ª parte) 

...

Es lo primero que emana del propio estilo de la historia de la filosofía, de la más competente, de la más concienzuda historia de la filosofía. He aquí un ejemplo, de mano de un eminente historiador [1.5]. Se trata del papel y de la naturaleza del sujeto pensante en Aristóteles, de la teoría del “sensus communis” que unifica, según este filósofo, los datos de los diferentes sentidos concretos. Nuestro historiador escribe: “Previamente, Aristóteles había dilucidado: el objeto [material] del sentido común consiste en cosas perceptibles; y por ello la facultad que las compara y distingue debe ser un sentido. Así que ha reconocido que el acto de distinguir es un juicio; y, puesto que el juicio es una acción propia de la inteligencia, Aristóteles completa la determinación del sentido común diciendo que no solo es un sentido, sino que, en cierta medida, es también inteligencia; en otros términos, es la facultad mediadora entre percepción e inteligencia, y gracias a él es como se puede establecer la continuidad entre ambas facultades que permanecían separadas y contrapuestas en la psicología platónica”.



Ahora bien, conviene destacar que, en toda esta teoría, Aristóteles sólo enuncia de manera puramente verbal aquello que debería permitir explicar la naturaleza del sujeto pensante. La cuestión se presenta como respuesta. Y el artificio del historiador consiste en levantar acta de las conclusiones más imprecisas (“completa la determinación”, “en cierta medida”) como si fueran definitivas, y a proseguir, sin más espera, su exposición; de manera que al cabo de muy pocas páginas la historia de una doctrina pretérita no tiene ningún sentido para un lector actual, puesto que en todo momento se supone demostrado lo que no lo está o ni siquiera es susceptible de serlo. El lector va de decepción en decepción, mientras que el historiador vuela de éxito en éxito. En efecto, el Sr. Mondolfo prosigue: “El «yo siento» del sentido común también significa «yo pienso»; y de este modo, con Aristóteles, la unidad de la conciencia subjetiva en la continuidad de los grados de su desarrollo y de las formas de su actividad ocupa el lugar de la división del alma en partes separadas”.

“Ocupa el lugar”. Observen el correlato positivo, fáctico. Se trata de un cambio real, de un progreso tangible, igual que se dice que un régimen político sucede a otro. Y tras este cambio el historiador consigna con satisfacción el carácter inamovible, y sobre todo total, del éxito obtenido: “Por la unidad del sujeto, que así se puede afirmar plenamente, se hace posible y comprensible su actividad sintética en el conocer”. ¿Y qué es lo que permite a esta “unidad del sujeto” “afirmarse plenamente”? ¿Qué es lo que hace posible esta plenitud? Pues bien, una vez más, su necesidad. Nadie está obligado a decir en qué consiste. El requisito hace las veces de solución. En una frase absolutamente típica de los historiadores de la filosofía, el Sr. Mondolfo añade: “Aristóteles insiste [1.6]en este exigencia de unidad para eliminar completamente la doble dificultad constituida por, etc…”

Ya no sabemos muy bien bajo qué punto de vista escribe el historiador. ¿Desde el punto de vista de los contemporáneos del autor? Pero los contemporáneos jamás toman tan en serio un autor como lo hace el historiador. ¿Desde el punto de vista del lector actual? Pero el historiador no trata de decir qué significarían para nosotros los problemas del autor, ni si significarían algo. El historiador describe, como se describiría una cadena montañosa. “A grandes rasgos (escribe otro historiador de la filosofía, más eminente [1.7aún, hablando de Malebranche y de Berkeley) el problema del fundamento del objeto parece plantearse en términos análogos en uno y en otro. Ambos sólo tienen que ver con un universo de representaciones en el yo, y ambos deben, sin ningún recurso a una sustancia externa (...) explicar la realidad de un mundo de objetos” ¡Admirable manera de expresarse! Más aún que antes en el Sr. Mondolfo, la confusión entre el lenguaje del que se hace uso para exponer hechos y el que se emplea para analizar teorías se eleva aquí a su cúspide. “Sólo tienen que ver” … “ambos deben” .... ¿Pero por qué? ¿Quién les obliga? Eso es lo que habría que explicar, ya sea desde un punto de vista aceptable y comprensible por nosotros, ya sea en el marco de una historia de las ideas contemporáneas de los autores; y en absoluto sobreentendiendo como obvios, en una especie de limbo de la historia de la filosofía, − y esto, incluso cuando se trata de discutir muy rigurosamente un sistema −, los puntos de partida que permiten a una teoría existir o no; que permiten que tenga un sentido o que no lo tenga[1.8].

Quizás una especie de hegelianismo brutal y lapidario haya entrado en nuestras costumbres, y nos hace creer en la necesidad filosófica de toda idea surgida en un momento u otro. Ya que, por supuesto, toda doctrina tiene una razón de ser, pero se trata de saber si esta razón de ser es filosófica en su integridad... Parece que demos prueba al respecto, lo repito, de menos libertad de apreciación, de frescura de reacción y de sentido crítico que los propios contemporáneos de los autores, que se cuidan muy mucho de creer siempre en las razones en apariencia filosóficas que esos autores declaran para sostener tal o cual doctrina. Habría que escribir, por ejemplo, toda una historia de las pruebas filosóficas de la existencia de Dios. Nada más ridículo que ver a esos filósofos clásicos, Descartes o Leibniz, fingiendo no partir de ningún supuesto, deducir de su punto de partida tan solo las ideas que emanan de él de manera necesaria; ir a parar, como por casualidad, sobre el Dios antropomórfico de su religión y de su teología. Malebranche, en las Conversaciones sobre la metafísica y la religión, tampoco vacila en poner en boca de Teodoro (que le representa a él, lo sabemos) la siguiente respuesta:

Ariste (a Teodoro): Ud. siempre recurre a los dogmas para salir del apuro; eso no es filosofar.

Theodore: Qué quiere usted, Ariste, saco provecho de ello ...”

Esos filósofos desconocen la idea de que la falta de ciertos conocimientos “a posteriori”, todavía no alcanzados, impide edificar un sistema de explicación completo, pero el “a posteriori” campea en pleno centro de su filosofía bajo su peor forma: el del prejuicio disfrazado de resultado científico. Todos sus argumentos finalmente convergen en el de que es precisa una explicación. No cabe duda de que haga falta una. ¿Pero esto quiere decir que se sea capaz de ofrecerla sobre la marcha? ¿Y por qué adoptaría, precisamente, ese aspecto? ¿Por qué no podría ser de otro tenor muy diferente, o tal que no sólo no pudiéramos aportarla, sino que no pudiéramos imaginarnos cómo será?

La historia de la filosofía identifica con excesiva generosidad la evolución del pensamiento humano con la secuencia académica de las doctrinas. Leemos frecuentemente expresiones como: “Tras Descartes, resultó imposible…”; “Berkeley hizo definitivamente justicia con…”. Razonamos de ese modo como si cada obra de filosofía llegara a ser, tras su aparición, la manera de pensar de toda la humanidad. Ahora bien, para que Berkeley, por ejemplo, pueda ser legítimamente considerado como “un hito en la evolución del pensamiento occidental”, hubiera sido necesario que sus ideas se hubiesen difundido de modo efectivo, hubiesen surtido efecto de manera real (como las de Confucio, Lutero, Rousseau, Marx, y qué sé yo [1.9]), y no que la casi totalidad de las personas, salvo cinco o seis autores de manuales, se hayan preocupado de él tanto como de su primer calzón y no tuvieran la mínima idea de aquello por lo que él trataba de preocuparse.

En nuestra tradición filosófica, tal y como la imponen los varios miles de obras que de hecho la contienen, una inversión de sentido ha dado lugar a que los filósofos no nos inviten a otra cosa que a entender su propio sistema. Ahora bien, un sistema filosófico no se formula para ser entendido: se formula para hacer entender.

Lo olvidamos en exceso, y es por lo que hablamos de preparación, de técnica, de vocabulario; si la discusión puede comenzar es porque en un autor siempre hay algo que todavía no se comprende bien del todo. Y también por lo que el profano de quien hablábamos al principio tiene razón frente al filósofo. Pero la parte más penosa de nuestra tarea la tenemos aún por delante, porque, ¡ay!, el profano, ya muy decepcionado por verse rechazado so pretexto de no conocer el vocabulario, debe saber que, si por desgracia lo conociera, su decepción sería más espantosa aún... 

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción a [153], deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.

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PS del 30ENE2024

Como continuación de lo expuesto en la introducción inicial, deseo informar de la publicación de mi traducción de El Antiguo Régimen y la Revolución (ISBN 9788409368433), el gran clásico de Alexis de Tocqueville, según la versión de su primera edición en 1856. 

Incluye por ello dos notas habitualmente omitidas en las traducciones existentes, de las que destaco los 'Impuestos feudales que perduraban en el momento de la Revolución, según los expertos de la época', ya que Tocqueville señala la secular desigualdad de los franceses ante el impuesto como una de las causas de las que surge 1789.

En ella actúo en calidad de traductor/editor/publicista/comercializador... Está disponible en librosefecaro@gmail.com, en relación directa con el lector o librero artesano, y en Amazon-books (si bien en mi edición la impresión final estuvo bajo control, en la plataforma on-line ello no está a mi alcance). En España, la web todostuslibros.com publicita algunas de las escasa librerías que disponen de ejemplares a la venta.

En mi propósito de favorecer en lo posible la difusión del pensamiento y obra de Alexis de Tocqueville -alguien lo tiene que hacer-, he optado por una vía editorial que, si bien me ha permitido establecer un PVP (20€/ud., envío a territorio peninsular incluido. Otros destinos, gastos de envío a determinar según lugar) imposible en un sistema de distribución al uso, limita sobremanera el canal comercial, sin menoscabo de una presentación final de una calidad más que aceptable.



[1.5R. Mondolfo. La unidad del sujeto en la gnoseología de Aristóteles (Revue Philosophique, 1953).

[1.6Soy yo* quien destaca. (* JF Revel) 

[1.7M. Guéroult. Percepción, idea, objeto y cosa en Berkeley (Revue Philosophique, 1953) 

[1.8Otra obra reciente, sobre la Lógica de Hegel (J. Hyppolite: Lógica y existencia) está escrita de cabo a rabo de un modo meramente narrativo, que como punto de partida conviene en aceptar lo que Hegel quiere demostrar. A partir de ese momento sólo se trata de entender a Hegel, y no de preguntarse lo que Hegel puede darnos a entender. Falta por saber si la historia de la filosofía puede limitarse a ser una paráfrasis. 

[ 1.9] NdT. Sorprende que JF Revel omita en esa relación a Jesucristo, cuyas ideas tuvieron una difusión efectiva, y surtieron un efecto real , de un alcance singular e indiscutible.  

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