«Con seguridad sólo sabemos que es bueno aquello que nos ayuda a conocer»
[Baruch de Spinoza]
[Baruch de Spinoza]
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1. Con toda cautela
Mis bases,
entendidas en su más amplia acepción, me exigen ser muy cauto. Opinar acerca de
ciertas cuestiones requiere de buenas
dosis de sutileza y finura de espíritu, de las que sólo creo pueda disponerse tras
un lento proceso de instrucción, si es que se llega a ello. No digamos ya
opinar acerca de personas.
“Les gens de
lettres” conforman un colectivo tan heterogéneo como el de los hombres de
ciencia, por lo que cualquier enjuiciamiento que se haga debe acotarse a la
perfección. Eso no me ha impedido mantener hasta ahora un notable, y creo que
muy legítimo, recelo acerca de los efectos de la acción de aquellos sobre las
condiciones efectivas en las que transcurre nuestra convivencia aquí y ahora. Ver algunos nombres de muy poco mérito –a mi juicio, por supuesto– entre quienes componen el Consejo de Estado, "el supremo órgano consultivo del Gobierno", me induce a ello, por ejemplo. Pero como de todo hay en la viña del Señor, olvidemos la pincelada para mejor percibir el cuadro.
Ahora bien, opinar es
arriesgar. Y aunque trate de hacerlo sobre la base de la más honesta y recta intención, ello no me exime de errores e inconsistencias. En consecuencia habré de ser
juzgado en cada ocasión según lo correcto del juicio emitido, sin que aciertos
pasados presupongan en modo alguno franquicias futuras. Así es y así debe ser; con todas las consecuencias.
Por ello señalo lo arriesgado de estas notas: mi alejamiento
de las doctrinas, teorías y políticas económicas aplicadas es más que palmario.
Y el desconocimiento de quienes protagonizan ese campo del saber, o su práctica
en forma de acción política significativa, va parejo.
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¡Hombre!, no puedo decir que los nombres de D. Enrique Fuentes Quintana o de D. Juan Velarde Fuertes me sean completamente desconocidos. Por ejemplo, son los autores del único libro que conservo del bachillerato, Política Económica, Editorial Doncel, manual de estudio en la materia "Formación del Espíritu Nacional" que cursara hace casi 5 décadas en un Instituto público: nulo adoctrinamiento, sí buenas bases instructivas, que yo recuerde. De hecho, cuando he de refrescar algún concepto elemental de Economía, sigo acudiendo a él.
El nombre de
Fuentes Quintana, por otra parte, evoca un hecho político de enorme
importancia, acaecido allá por 1977, los Pactos de la Moncloa. Y, por concluir,
D. Juan Velarde era contertulio habitual de un programa radiofónico vespertino,
del cual yo era oyente asiduo quizás haga cosa de 8 años,
pero esta fecha no la recuerdo a la perfección.
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2. La
portada
Cualquier editor conoce de la importancia de una portada: es lo que a los lectores comunes atrae, en primer lugar, su atención; colores, tipos, texturas, tamaños... Hablo de lectores comunes, insisto, no de quienes –por hallarse fuera de lo común– actúan movidos tan solo por el contenido, al margen de portadas.
La imagen que ofrece "Juan Velarde: Testigo del gran cambio. Conversaciones con Mikel Buesa y Thomas Baumert", [Ediciones Encuentro, Madrid. 2016] me llama sobremanera la atención.
El sereno sosiego
de esa mirada y ese semblante es todo un compendio de cualidades de quien
preside en la actualidad la Real
Academia de Ciencias Morales y Políticas, la casa que acaba de acoger la
presentación de esas sus "Memorias". Cualidades que no enumeraré
porque, por un lado, resulta ocioso y, por otro, entre el reconocimiento y el
ditirambo no soy capaz de establecer una discontinuidad nítida, así que
aplicaré una austera cautela.
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3. Conocernos
Leí en una ocasión
que, antes de D. Marcelino Menéndez y Pelayo, los españoles nos desconocíamos.
Por desconocer, mi estado natural, desconocía también el cúmulo de saber que
atesora la Academia de Ciencias Morales y Políticas, de la que tenía vaga noticia
por la lectura del discurso de ingreso de D. Luis Díez del Corral. Afortunadamente esta publicación también me ha permitido saber algo más de esa egregia institución.
Así que me felicito, y felicito a todos quienes de una forma u otra han contribuido a ello, por la oportunidad de acercarme al conocimiento de la persona de uno de mis más brillantes compatriotas. Y, a resultas de su testimonio, al conocimiento acerca de qué somos, o cómo se abordaron cuestiones decisivas en esos años que ya van quedando atrás, como difuminados por una luz crepuscular. Lo propicia tener cerca a un intelectual tan enorme como honesto; uno de los pocos que nos van quedando, todo un lujo. Y son éstas cosas que sí importan.
Apreciados lectores, me atrevo a recomendar esa lectura sin cautela alguna.
Aunque sólo sea por mera "apuesta pascaliana": por leerlo no se pierde nada pero, ¡ay, si por no leerlo desecharamos una oportunidad de mejorarnos!.
Aunque sólo sea por mera "apuesta pascaliana": por leerlo no se pierde nada pero, ¡ay, si por no leerlo desecharamos una oportunidad de mejorarnos!.