2016/04/15

[25] PRESIDENTE DEL SUPREMO: LA CORRUPCIÓN ES UN MAL "... INCLUSO SISTÉMICO"


D. CARLOS LESMES NO TUVO REPARO EN PONER EL DEDO EN LA LLAGA, AUNQUE ÉL ESTÉ ABSOLUTAMENTE INMERSO EN LA CUESTIÓN QUE SUSCITA ...”
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Vuelvo a escuchar D. Antonio García Trevijano en su disección de la conducta –el personaje, en definitiva– de Mario Conde, Año 2012 "Mario Conde es un ladrón que no merece perdón pues no robó a otro ladrón"
Pura clase magistral –la evocación de Los Demonios, de Dostoyevski, es sencillamente maravillosa–, en la que llama mi atención lo que condensan 3m, 32s [a la altura del 36 de la emisión] que espero pueden oírse en “El juez Lesmes califica de sistémica la corrupción española ...”.
Ahí D. Antonio se hace eco de las manifestaciones hechas el pasado lunes 11 por D. Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo y del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), que pueden leerse en «Lesmes dice que la corrupción es un “mal endémico, incluso sistémico”»... «... acecha a la sociedad desde tiempos inmemoriales».
Entiendo que de lo que se habla es de la corrupción que impregna y corroe hasta la médula al estado, y por consecuencia al cuerpo social que constituye la Nación, estado conceptuado al modo que señalé en [19] ESPAÑA, UN CASO INSÓLITO
Por si alguien confundiera dos parónimos, sistemático/sistémico, D. Antonio lo aclara. Sistemático o habitual; sistémico o inherente, consustancial, intrínseco a... Y vuelve rápidamente al hilo conductor de su asunto del día dejándome ávido de mayor abundamiento en la cuestión que el juez Lesmes puso sobre el tapete.
 Porque la proclama de D. Carlos me aboca a volver de nuevo a LA pregunta: ¿qué causa, qué razón explica tal verdad?. Y no cabe dudar en modo alguno de que si el presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ formula públicamente tal enunciado es por su abrumadora verdad. Lo apabullante de las pruebas que la avalan está fuera de discusión; aducir conducta arrojada, irresponsable, osada o temeraria a D. Carlos no parece ni remotamente acertado, por descontado.
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“... desde tiempos inmemoriales...”, dice el presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ.
¿Cómo es eso? ¿Acaso ya está impreso en la huella genética, en el carácter, en la idiosincrasia de los españoles? No; rotundamente no, me atrevo a sostener. La prueba está implícita en la propia proclama. ¿Cómo?, veámoslo.
D. Carlos, como yo, como todos nosotros, incluidos mis antiguos alumnos adolescentes, disfruta –disfrutó el pasado lunes–, de un sacrosanto reducto de libertad: aquel que se nos ofrece en ese último instante en el que decidimos la conducta a seguir, cuando ya sólo nos enfrentamos al contrapeso de nuestra conciencia moral.
El juez Lesmes decidió “decir”, como yo decido escribir y difundir opinión o mis alumnos decidían si estudiar o no... En ese momento sucumbió a la pasión de libertad, que se impuso a la mucho más ordinaria “pasión de corromperse”, la alentada en la salvaguarda de la impunidad de facto que existe y deriva de la legalmente consagrada. A ella aludo de nuevo más adelante.
Dos pasiones, dos grandes motores de conductas y comportamientos. ¡Qué efectos tan contrapuestos!
No cabe hablar de sino, de algo ineluctable, inevitable, propio de nuestra esencia de españoles. Sólo queda el recurso a lo física/lógicamente más verosímil: que todo sea resultado de las voluntades de quienes, atacados por la pasión de corromperse, han venido decidiendo con su conducta que la corrupción anegue el cauce por el que discurren nuestras vidas.
 D. Carlos no tuvo reparo en poner el dedo en la llaga, aunque él esté absolutamente inmerso en la cuestión que suscita, pues que forma parte de una institución y una administración judiciales de importancia primordial en la estructura del estado –más precisamente: las encabeza en el momento presente–.
D. Carlos Lesmes [autor no identificado]
Si lo hizo fue por puro hecho de voluntad, hecho digno de elogio. Sí, porque evidencia que la pasión de libertad no está completamente extinguida en la sentina en la que transcurre la vida pública; porque abre una rendija a la esperanza a que mi anhelo vital, salir de mi condición de súbdito para acceder a la categoría de ciudadano, se materialice: está demorándose más de lo debido y desespero. No me importa elogiar su gesto y reconocer lo que debiera ser la pauta comúnmente establecida y aceptada en la gestión de la "res pública"; todo lo contrario, me complazco en ello. 
Y siendo así, que estoy convencido de que lo es, poco he avanzado porque la cuestión principal sigue sin respuesta. 
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D. Antonio declara tener 88 años [si no me equivoco]; 25-26 años, una generación, me separan de él; D. Carlos es 4 años más joven que yo.
D. Antonio vivió maduramente el episodio de la transición: no se cansa de dar cuenta de ello; yo no. Lo mismo me atrevo a asegurar de D. Carlos por pura lógica. El desenlace de aquel período ha frustrado una oportunidad de reconducir nuestra historia como jamás se nos volverá a presentar: la montaña parió un ratón.
Mi intuición únicamente me condujo a la evidencia de la contradicción entre el 14 y el 56.3 de nuestra “carta magna”. Y la búsqueda en el DRAE de la voz “irresponsabilidad”, prerrogativa que el 56.3 confiere con alcance universal al Jefe del Estado –porque no se refiere expresamente al mero ejercicio de sus funciones como tal–, me ofrece lo que sigue: 3. f. Der. Impunidad que resulta de no residenciar a quienes son responsables. DRAE.
He creído hasta hace poco que ahí radicaba el quid de la cuestión, que de la irresponsabilidad primordial establecida en el 56.3, del puro cálculo por aparentar que todo cambiaba para que todo siguiera igual aunque todo haya ido a peor en lo relativo a la salud de la moral pública, derivaba la impunidad de quienes han deambulado por escalones inferiores; ahora mismo ya no estoy tan seguro de ello.

Imagen parcial de un correo informativo recibido de los Archivos del
Congreso de los Diputados. Diciembre 2009
No lo estoy porque ese 56.3 y todo el articulado que lo acompaña se atribuye en principio al trabajo de la Comisión Constitucional, "que, significativamente, había pasado a llamarse de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas..."; a un elenco de personas carentes del hecho sustantivo de la representación de la soberanía del pueblo: no fueron votados, mucho menos elegidos, como “Constituyentes”Luego llegó el plebiscito de un texto que nos anclaba a plomo en pleno Antiguo Régimen. 
Sus efectos son bien perceptibles sobre la Nación: ¿acaso nadie –entre tanto protagonista ilustre– conocía exactamente el significado y trascendencia profunda de lo que quedó escrito como piedra maestra del edificio llamado a cobijar nuestra convivencia? ¡Quia!
Y, con eso y con todo, “tiraron por la calle de en medio”; justamente la que conduce directamente al despeñadero de la Historia.
Si en aquella etapa la pasión de libertad floreció en algún momento, pronto acabó marchita a pies de la pasión de corromperse devenida pandemia mucho más terrible que la famosa gripe española. Recuerdo a Bastiat: predomina en las conductas humanas –dice el anhelo de vivir lo mejor posible y, a poder ser, a costa del prójimo. Aunque este constituya un cuerpo de nación que acabe sucumbiendo, exangüe, exhausta.
La genética, sí, explica muchas cosas. La codicia, el egoísmo, la vanidad y la mayor o menor dosis de estupidez con la que la genética y el medio ambiente nos obsequia, también. 
Lo que sucede es que no sé si he conseguido explicar nada...
*~*~*~*~*
No me pidáis analizar este aprecio sublime, [por la pasión de libertad] hay que experimentarlo. Entra por sí en los grandes espíritus que Dios ha preparado para recibirlo; los colma, los enardece.
Debemos renunciar a hacerlo comprender a las almas mediocres que nunca lo han sentido. [Tocqueville]

1 comentario:

  1. Estimado amigo Galindo:

    Me pregunta Ud. si ¿no cree que sea posible una nueva Transición en nuestro país que corrija fallos cometidos en el pasado?
    Le respondo: Alea jacta est!
    Le ruego que pfv lea [19] y [15], no por nada sino porque hallará ahí explicación a mi respuesta.
    Muy cordialmente.

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