“D.
CARLOS LESMES NO TUVO REPARO EN PONER EL DEDO EN LA LLAGA, AUNQUE ÉL ESTÉ
ABSOLUTAMENTE INMERSO EN LA CUESTIÓN QUE SUSCITA ...”
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Entiendo
que de lo que se habla es de la corrupción que impregna y corroe hasta la
médula al estado, y por consecuencia al cuerpo social que constituye la
Nación, estado conceptuado al modo que señalé en [19]
ESPAÑA, UN CASO INSÓLITO.
Por si alguien confundiera dos parónimos, sistemático/sistémico, D. Antonio lo aclara. Sistemático o habitual; sistémico o inherente, consustancial, intrínseco a... Y vuelve rápidamente al hilo conductor de su asunto del día dejándome ávido de mayor abundamiento en la cuestión que el juez Lesmes puso sobre el tapete.
Porque la proclama de D. Carlos me aboca a
volver de nuevo a LA pregunta: ¿qué causa, qué razón explica tal verdad?. Y no
cabe dudar en modo alguno de que si el presidente del Tribunal Supremo y del
CGPJ formula públicamente tal enunciado es por su abrumadora verdad. Lo
apabullante de las pruebas que la avalan está fuera de discusión; aducir
conducta arrojada, irresponsable, osada o temeraria a D. Carlos no parece ni remotamente acertado, por descontado.
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“...
desde tiempos inmemoriales...”,
dice el presidente del Tribunal Supremo y del CGPJ.
¿Cómo
es eso? ¿Acaso ya está impreso en la huella genética, en el carácter, en la
idiosincrasia de los españoles? No; rotundamente no, me atrevo a sostener. La
prueba está implícita en la propia proclama. ¿Cómo?, veámoslo.
D.
Carlos, como yo, como todos nosotros, incluidos mis antiguos alumnos
adolescentes, disfruta –disfrutó el pasado lunes–, de un sacrosanto reducto de
libertad: aquel que se nos ofrece en ese último instante en el que decidimos la
conducta a seguir, cuando ya sólo nos enfrentamos al contrapeso de nuestra
conciencia moral.
El
juez Lesmes decidió “decir”, como yo decido escribir y difundir opinión o mis
alumnos decidían si estudiar o no... En ese momento sucumbió a la “pasión de libertad”, que se impuso a la mucho más ordinaria “pasión de corromperse”, la alentada en la salvaguarda de la impunidad de facto que existe y deriva de la legalmente consagrada. A ella aludo de nuevo más adelante.
Dos pasiones, dos grandes motores de conductas y comportamientos. ¡Qué efectos tan contrapuestos!
No cabe hablar de sino, de algo ineluctable, inevitable, propio de nuestra esencia de
españoles. Sólo queda el recurso a lo física/lógicamente más verosímil: que
todo sea resultado de las voluntades de quienes, atacados por la pasión de corromperse, han venido decidiendo con su conducta que la corrupción
anegue el cauce por el que discurren nuestras vidas.
D.
Carlos no tuvo reparo en poner el dedo en la llaga, aunque él esté
absolutamente inmerso en la cuestión que suscita, pues que forma
parte de una institución y una administración judiciales de importancia primordial en la
estructura del estado –más precisamente: las encabeza en el momento presente–.
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D. Carlos Lesmes [autor no identificado] |
Si lo
hizo fue por puro hecho de voluntad, hecho digno de elogio. Sí, porque evidencia que la pasión de libertad no está completamente extinguida en la sentina en la que transcurre la vida pública; porque abre una rendija a la esperanza a que mi anhelo vital, salir de mi condición de súbdito para acceder a la categoría de ciudadano, se materialice: está demorándose más de lo debido y desespero. No me importa elogiar su gesto y reconocer lo que debiera ser la pauta comúnmente establecida y aceptada en la
gestión de la "res pública"; todo lo contrario, me complazco en ello.
Y siendo así, que estoy convencido de que lo es, poco he avanzado porque la
cuestión principal sigue sin respuesta.
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D.
Antonio declara tener 88 años [si no me equivoco]; 25-26 años, una
generación, me separan de él; D. Carlos es 4 años más joven que yo.
D.
Antonio vivió maduramente el episodio de la transición: no se cansa de dar
cuenta de ello; yo no. Lo mismo me atrevo a asegurar de D. Carlos por pura
lógica. El desenlace de aquel período ha frustrado una oportunidad de
reconducir nuestra historia como jamás se nos volverá a presentar: la montaña
parió un ratón.
Mi
intuición únicamente me condujo a la evidencia de la contradicción entre el 14
y el 56.3 de nuestra “carta magna”. Y la búsqueda en el DRAE de la voz
“irresponsabilidad”, prerrogativa que el 56.3 confiere con alcance universal al
Jefe del Estado –porque no se refiere expresamente al mero ejercicio de sus
funciones como tal–, me ofrece lo que sigue: 3. f.
Der. Impunidad que resulta de no residenciar a
quienes son responsables. DRAE.
He
creído hasta hace poco que ahí radicaba el quid de la cuestión, que de la
irresponsabilidad primordial establecida en el 56.3, del puro cálculo por
aparentar que todo cambiaba para que todo siguiera igual –aunque todo haya ido
a peor en lo relativo a la salud de la moral pública–, derivaba la impunidad de quienes han deambulado por escalones
inferiores; ahora mismo ya no estoy tan seguro de ello.
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Imagen parcial de un correo informativo recibido de los Archivos del
Congreso de los Diputados. Diciembre 2009
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No lo estoy porque ese 56.3 y todo el articulado que lo acompaña se atribuye en principio al trabajo de la Comisión
Constitucional, "que, significativamente, había pasado a
llamarse de Asuntos Constitucionales y Libertades Públicas..."; a un elenco de personas carentes del hecho sustantivo de la representación de la
soberanía del pueblo: no fueron votados, mucho menos elegidos, como
“Constituyentes”. Luego llegó el plebiscito de un texto que nos anclaba a plomo en pleno Antiguo Régimen.
Sus efectos son bien perceptibles
sobre la Nación: ¿acaso nadie –entre tanto protagonista ilustre– conocía
exactamente el significado y trascendencia profunda de lo que quedó escrito
como piedra maestra del edificio llamado a cobijar nuestra convivencia? ¡Quia!
Y, con
eso y con todo, “tiraron por la calle de en medio”; justamente la que conduce
directamente al despeñadero de la Historia.
Si en aquella etapa la pasión de libertad floreció en algún momento, pronto acabó marchita a pies de la pasión de corromperse devenida pandemia mucho más terrible que la famosa “gripe española”. Recuerdo a Bastiat: predomina en las conductas humanas –dice– el anhelo de vivir lo mejor posible y, a poder ser, a costa del prójimo.
Aunque este constituya un cuerpo de nación que acabe sucumbiendo, exangüe, exhausta.
La
genética, sí, explica muchas cosas. La codicia, el egoísmo, la vanidad y la
mayor o menor dosis de estupidez con la que la genética y el medio ambiente nos
obsequia, también.
Lo que
sucede es que no sé si he conseguido explicar nada...
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No me pidáis analizar este aprecio sublime, [por la pasión de libertad] hay que experimentarlo. Entra por sí en los grandes espíritus que Dios ha preparado para recibirlo; los colma, los enardece.
Debemos renunciar a hacerlo comprender a las almas mediocres que nunca lo han sentido. [Tocqueville]
Estimado amigo Galindo:
ResponderEliminarMe pregunta Ud. si ¿no cree que sea posible una nueva Transición en nuestro país que corrija fallos cometidos en el pasado?
Le respondo: Alea jacta est!
Le ruego que pfv lea [19] y [15], no por nada sino porque hallará ahí explicación a mi respuesta.
Muy cordialmente.