2018/06/06

[40] NORMANDÍA, 6 DE JUNIO DE 1944.


Han transcurrido 74 años de aquel episodio, decisivo para el transcurso de la 2ª Gran Guerra, pero el recuerdo impregnado de gratitud para todos ellos no puede languidecer.

El Cementerio Norteamericano de Normandía, uno de los que salpican las playas del desembarco y que S. Spielberg muestra en su primera escena de “Salvad al soldado Ryan”, es lugar para emocionarse, un santuario de la libertad.
Hace ya unos años -tengo que volver- visité el escenario de la “Batalla de Normandía”. Comencé en el “Mémorial” de Caen, conjunto conmemorativo alzado sobre un bunker subterráneo que en 1944 albergó el estado mayor del comandante de la 716 división de infantería de la Wehrmacht; una más de las innumerables edificaciones del “muro atlántico” construidas por la Organización Todt que aún se mantienen en pie.
Memorial de Caen

Numerosas banderas ondean en la explanada a la que se abre el “Mémorial”, pero la española, naturalmente, no está entre ellas. Por entonces España estaba “en otra guerra”. No es preciso preguntar; en una época en la que los españoles se dispersaban por los rincones más insospechados del globo terráqueo, cruzarse con un compatriota en una jornada de playas de desembarco era tan poco probable como que la efemérides se reflejara con un mínimo de extensión en los medios más acreditados en su defensa de la libertad [claro que la cuestión es saber qué acreditación tiene quien acredita...]
En 1944, tras un lustro de guerra espantosa para Europa, España estaba “en otra historia”. El paso del tiempo hizo que las suertes de unos y otros convergieran, pero también ha evidenciado nuestro poso galdosiano. Y nos ha abocado donde estamos, de nuevo “en otra historia” a resultas de la fascinante metamorfosis obrada por el bálsamo de Fierabrás del consenso del 77, capaz de lograr la cuadratura del circulo de transicionar un sistema autoritario/dictadura a un sistema permisivo/democracia.
Entre nosotros no es extraño oír a quienes se enardecen hablando de libertad y democracia; es cosa común. No tanto que se señale lo que a mi juicio queda fuera de discusión: que hace ya mucho tiempo que nuestra historia es indisociable de la del rincón Occidental del continente europeo. Que nuestro pasado reciente no se entiende sin el suyo; nuestra “democracia” sin la suya [entrecomillado, sí, porque donde no se dan los hechos sustantivos de la representación , de la separación de poderes y de igualdad ante la ley, no existe tal democracia sino un sucedáneo de la más baja estofa].
La Europa surgida de aquella espantosa guerra debe su libertad a quienes la liberaron de los dos yugos que se cernían inexorablemente sobre ella. Yugos que la abocaban a ser un inmenso campo de concentración nazi al oeste, y un enorme gulag, una enorme y orwelliana granja estalinista, al este.
Así que, por obvia consecuencia, debemos gratitud, siquiera sea indirectamente, a norteamericanos, ingleses y canadienses; a todos cuantos yacen en cualquiera de los cementerios normandos por mucho que no encabezaran el desfile de la “Liberación” por los Campos Elíseos que vieran tremolar la bandera nazi desde la cima del Arco del Triunfo...


Cementerio americano de Omaha
La escena del desembarco, magistralmente rodada por Spielberg, incita a que nos preguntemos por qué. Por qué muchas familias aceptaron que unos chiquillos, los suyos, reclutados en los rincones más recónditos de su patria, vinieran a entregar su vida por una causa tan lejana.
Quien viva la pasión por la libertad que se acerque al “Mémorial” de Caen, a las playas del desembarco, que se detenga en el Cementerio Americano de Coleville sur Mer o en cualquier otro para, quizás, sentir una emoción única: el tenue pero bien perceptible temblor que esas lápidas provocan. Y rendir con ello un modesto homenaje a quienes allí recibieron sepultura.

Han transcurrido 74 años de aquel episodio, decisivo para el transcurso de la 2ª Gran Guerra, pero el recuerdo impregnado de gratitud para todos ellos no puede languidecer.
Las playas del desembarco

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