Han transcurrido 74 años de aquel episodio, decisivo para el transcurso de la 2ª Gran Guerra, pero el recuerdo impregnado de gratitud para todos ellos no puede languidecer.
El
Cementerio Norteamericano de
Normandía, uno de los que salpican las playas del desembarco y que
S. Spielberg muestra en su primera escena de “Salvad al soldado
Ryan”, es lugar para emocionarse, un santuario de la libertad.
Hace
ya unos años -tengo que volver- visité el escenario de la “Batalla
de Normandía”. Comencé en el “Mémorial” de Caen, conjunto
conmemorativo alzado sobre un bunker subterráneo que en 1944 albergó
el estado mayor del comandante de la 716 división de infantería de
la Wehrmacht; una más de las innumerables edificaciones del “muro
atlántico” construidas por la Organización Todt que aún se
mantienen en pie.
Memorial de Caen |
Numerosas
banderas ondean en la explanada a la que se abre el “Mémorial”,
pero la española, naturalmente, no está entre ellas. Por entonces
España estaba “en otra guerra”. No es preciso preguntar; en una
época en la que los españoles se dispersaban por los rincones más
insospechados del globo terráqueo, cruzarse con un compatriota en
una jornada de playas de desembarco era tan poco probable como que la
efemérides se reflejara con un mínimo de extensión en los
medios más acreditados en su defensa de la libertad [claro que
la cuestión es saber qué acreditación tiene quien acredita...]
En
1944, tras un lustro de guerra espantosa para Europa, España estaba
“en otra historia”. El paso del tiempo hizo que las suertes de
unos y otros convergieran, pero también ha evidenciado nuestro poso
galdosiano. Y nos ha abocado donde estamos, de nuevo “en otra
historia” a resultas de la fascinante metamorfosis obrada por el
bálsamo de Fierabrás del consenso del 77, capaz de lograr la
cuadratura del circulo de transicionar un sistema
autoritario/dictadura a un sistema permisivo/democracia.
Entre
nosotros no es extraño oír a quienes se enardecen hablando de
libertad y democracia; es cosa común. No tanto que se señale lo que
a mi juicio queda fuera de discusión: que hace ya mucho tiempo que
nuestra historia es indisociable de la del rincón Occidental del
continente europeo. Que nuestro pasado reciente no se entiende sin el
suyo; nuestra “democracia” sin la suya [entrecomillado, sí,
porque donde no se dan los hechos sustantivos de la representación ,
de la separación de poderes y de igualdad ante la ley, no existe tal
democracia sino un sucedáneo de la más baja estofa].
La
Europa surgida de aquella espantosa guerra debe su libertad a quienes
la liberaron de los dos yugos que se cernían inexorablemente sobre
ella. Yugos que la abocaban a ser un inmenso campo de concentración
nazi al oeste, y un enorme gulag, una enorme y orwelliana granja
estalinista, al este.
Así
que, por obvia consecuencia, debemos gratitud, siquiera sea
indirectamente, a norteamericanos, ingleses y canadienses; a todos
cuantos yacen en cualquiera de los cementerios normandos por mucho
que no encabezaran el desfile de la “Liberación” por los Campos
Elíseos que vieran tremolar la bandera nazi desde la cima del Arco
del Triunfo...
Cementerio americano de Omaha |
La
escena del desembarco, magistralmente rodada por Spielberg, incita a
que nos preguntemos por qué. Por qué muchas familias aceptaron que
unos chiquillos, los suyos, reclutados en los rincones más
recónditos de su patria, vinieran a entregar su vida por una causa
tan lejana.
Quien
viva la pasión por la libertad que se acerque al “Mémorial” de
Caen, a las playas del desembarco, que se detenga en el Cementerio
Americano de Coleville sur Mer o en cualquier otro para, quizás,
sentir una emoción única: el tenue pero bien perceptible temblor
que esas lápidas provocan. Y rendir con ello un modesto homenaje a
quienes allí recibieron sepultura.
Han
transcurrido 74 años de aquel episodio, decisivo para el transcurso
de la 2ª Gran Guerra, pero el recuerdo impregnado de gratitud para
todos ellos no puede languidecer.
Las playas del desembarco |
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